José Martí: Nuestra América, La Edad de Oro y la literatura infantil

- José A. Castro Urioste - Saturday, 13 Dec 2025 21:29 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
De la importancia y trascendencia de la obra de José Martí (1853-1895) no cabe ninguna duda y, por lo tanto, como es el caso de este artículo, nunca está de más reflexionar sobre uno de sus títulos emblemáticos, Nuestra América y sobre la revista para niños que el fundó, La Edad de Oro.

 

A los quince años José Martí escribe el poema dramático “Abdala”, punto germinal de lo que será buena parte de su escritura: un instrumento para expresar un pensamiento político y ético. Sin riesgo alguno, y dentro de esa propuesta política y ética, se puede aseverar que en su proyecto literario se construye un deber ser que surge de analizar y tomar conciencia de las condiciones inherentes del ser; una deontología nacida de la ontología que se expresa en Nuestra América (1891) y, en cierto modo, en la creación de La Edad de Oro, revista de literatura infantil que Martí funda en Nueva York.

José Martí desarrolla su obra dentro de un doble contexto histórico: Cuba, por una parte, y su lucha por la independencia política de España que se obtiene después de su muerte y, simultáneamente, el de toda América Latina que había obtenido la independencia, pero continúa siendo una región caracterizada por el neocolonialismo. La historia continental le demuestra que la independencia de España no es suficiente. Estas carencias impulsan a Martí a la construcción de un deber ser
que pudiera liberar a la totalidad de América Latina de todo indicio, presente y futuro, del
neocolonialismo.

El título, Nuestra América, expresa esa dualidad entre deber ser/ser. Encierra una doble pertenencia: pertenecer a un territorio específico, como también, que el territorio le pertenezca. A partir de esas relaciones se forjan obligaciones y derechos sobre América; son, a no dudarlo, la praxis de un deber ser. No se trata de obligaciones
y derechos individuales; por el contrario, se expresa desde el título el rasgo colectivo e inclusivo, y en cierto modo, el lector ideal del ensayo
de Martí es un “nosotros”.

Nuestra América manifiesta el anhelo de una forma de buen gobierno. Y esa forma se alcanza siempre y cuando se base en las condiciones inherentes de la sociedad. Como parte del conocimiento de la sociedad, adquieren gran jerarquía los roles que cumplen la historia y la educación: “La historia de América ‒escribe Martí en 1891‒, de los Incas hasta acá, ha de enseñarse al dedillo, […] Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra.” El conocimiento de la historia es sustancial en la formación del ser. Se es (en parte y por elección) a partir de lo que los ancestros han realizado. La educación es el camino para indagar y difundir la historia. Es a través de estos elementos que se tiene que forjar un deber ser que satisfaga a nuestra América. Curiosamente, en su libro Descolonizar la mente, Nügiwa Thiong’o indica que la verdadera independencia comienza en la manera en que pensamos, hablamos y contamos nuestras historias. Y ese es uno de los reclamos de Nuestra América.

Martí expresa la dualidad deber ser/ser en otros géneros literarios. En los meses de julio a octubre de 1889 se produce en Nueva York uno de los momentos más significativos en la historia de la literatura infantil en español en Estados Unidos: el surgimiento de la revista La Edad Oro: publicación de recreo e instrucción dedicada a los niños de América, con textos de José Martí. La revista (al igual que la educación) es un camino para indagar en las particularidades de nuestra de América y, simultáneamente, parte del deber ser es la formación de las generaciones venideras.

Se publicaron cuatro números de La Edad de Oro, cada uno de treinta y dos páginas, compuesto de poemas breves, ensayos y cuentos, acompañados de grabados e ilustraciones. En la introducción del primer número se sostiene que la revista se dirige a niños y niñas. Se reconoce, desde el principio, la distinción de género y se utiliza un lenguaje que expresa esa diferencia. Se trata también de lectores “americanos” y La Edad de Oro anhela ser un componente formativo – “con palabras claras y con láminas finas”– de esos lectores. Hacer una revista infantil es la puesta en práctica del deber ser.

Martí se aleja de un discurso autoritario y busca una relación de igualdad con sus lectores al afirmar que poseen un “saber”. No se limita a un acto declarativo: propone una estrategia para desarrollar esa relación. Se indica, por ejemplo, que “Cuando un niño quiera saber algo que no esté en La Edad de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siempre, que nosotros le contestaremos.” Su solicitud se plasma, se hace realidad, es escuchada (o leída y escrita, mejor dicho). En el cuarto número, con el subtítulo La Galería de las Máquinas”, Martí escribe: “Los niños han leído mucho el número pasado de La Edad de Oro, […] preguntando si es verdad todo lo que dice el artículo de la Exposición de París.” Se genera así un diálogo entre las partes, entre José Martí y sus lectores.

Se propone, a su vez, un concurso de escritura: “Por eso La Edad de Oro va a tener cada seis meses una competencia, y el niño que mande el trabajo mejor, […] recibirá un buen premio de libro.” Este tipo de concurso manifiesta otro objetivo compartido por varios intelectuales de la época: un componente en la formación del nuevo ciudadano americano es el buen decir y el buen escribir. El concurso sería una fuente motivadora en la construcción del buen escribir. A través de esta apertura de recepción de cartas y del concurso de escritura se trastoca la estructura jerárquica autor/adulto vs. lector/niño-niña y se genera otra basada en un diálogo en el que el lector niño-niña adquiere también el papel de autor. Se trata de una propuesta educativa en la que quien está siendo formado posee un rol activo en ese proceso. Se trata, en última instancia, del ejercicio de una práctica democrática como componente del deber ser de las nuevas generaciones.

Si en principio, la propuesta de José Martí surge y se desarrolla dentro de un doble contexto histórico, cubano y latinoamericano, es también aplicable a otras sociedades. Cada sociedad puede y debe forjar su mejor forma de gobierno a partir de su inherencia histórica, geográfica, cultural. Cada sociedad debe encargarse del deber ser de las nuevas generaciones a través de su propia consistencia. Lo global en José Martí nace del análisis de lo local, y su pensamiento así posee gran trascendencia para nuestra América, así como un carácter universal l

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