Biblioteca fantasma. El torrente

- Evelina Gil - Saturday, 13 Dec 2025 21:58 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En el verano de 1951 cayó una tormenta de dimensiones bíblicas que hizo considerar a los habitantes del entonces Distrito Federal una probable venganza del dios Tláloc, o del lago de Texcoco, por no mencionar la serie de tragedias y apremiantes...

En el verano de 1951 cayó una tormenta de dimensiones bíblicas que hizo considerar a los habitantes del entonces Distrito Federal una probable venganza del dios Tláloc, o del lago de Texcoco, por no mencionar la serie de tragedias y apremiantes cambios que repercutieron en la fisonomía de la ciudad y el espíritu de sus habitantes. Se habla muchísimo más de los terremotos que de este diluvio que duró cerca de tres meses y no ha vuelto a repetirse, pero que Antolina Ortiz Moore (Ciudad de México, 1971) recrea de manera ingeniosa en su novela El día que no paró de llover (Tusquets, México, 2025).

Ignoro qué tan ficticio sea el palacete ruinoso acondicionado como vecindad, algo me dice que no tanto, pero Ortiz Moore lo puebla de habitantes tan diversos como cautivadores: Fabián, un niño con polio que sueña con construir y pilotar aviones; Tulipa, su madre, panadera, abandonada por su esposo y enamorada en secreto de su patrón; Manoel, refugiado español que acarrea un severo trauma; Luana, una chiquilla de catorce años a quien se le ha asignado la responsabilidad de una abuela gravemente enferma; Agustín, exitoso productor y director de radionovelas con un secreto que podría destruir su vida; Inés, escritora fantasma de Agustín, “ningún hombre tenía los pantalones para publicar lo que Inés escribía”; profesora en una escuela para señoritas y sufragista en activo, y Pascuala, misteriosa modista de complicado pasado y sentimientos desordenados, entre otros. Se conocen sólo de vista, pero la contingencia y sus efectos va entretejiendo sus destinos, sin descuidar el caos íntimo de cada uno que alberga su personal tormenta.

Independientemente de tratarse de una obra muy bien tramada, además está muy apropiadamente ambientada y saca provecho a eventos paralelos al diluvio, tales como un movimiento político de mujeres y la aparición de un asesino serial que podría ser Goyo Cárdenas, aunque aquí aparece como una sombra amenazante, si bien una de las personajes cree detectarlo entre un vivero de sombrillas. La imaginación de la autora trae de vuelta a las víctimas de este feminicida al que ni el fenómeno climático inhibe, aureoladas Ofelias que tristemente se deslizan por aguas estancas. Más que una lograda recreación de época, a través de elementos físicos y referencias cinematográficas (sería incongruente que no las hubiera en lo absoluto, dada la importancia del cine mexicano en aquel momento), la autora logra introducirnos en ella a través de sonidos, canciones, hábitos, anuncios, marcas, diálogos, lugares hoy extintos de nuestro panorama pero no de la imaginación. La XEW, la voz de América Latina. La radionovela de Agustín, entre cuyos actores destaca uno de nombre Juan Soriano (el pintor, con seguridad), resuena en toda la vecindad, a través de un coro de radios con estática que desgranan la trágica historia de la inocente Carlota, ambientada asimismo en un ámbito acuático. Y mientras asisten a ella, Mateana plancha ropa al tiempo que cuida del pequeño Fabi que diseña aviones en su cuaderno… o con Inés nimbada por el humo del sexto cigarrillo de la mañana… o el propio Agustín deseando al inalcanzable Arnold, aunque invite a la melancólica Tulipa a sacudir el bote en el Salón México… hay algo en esta novela que incita a pensar en una obra musical, perfectamente coreografiada, donde el amor, los celos, el miedo, la soledad y algo que todavía no nombraban sororidad se refleja en las trémulas llamas que los continuos apagones vuelven cotidianas: “Sabía que había cuerpos que flotaban en ella, una memoria colectiva. Ella misma esta-
ba muerta por dentro. Ella misma estaba flotando.”

Finalista de prestigiosos premios internacionales, Antolina Ortiz Moore saca lustre a esta prosa que se acopla como un danzón con las múltiples historias desarrolladas entre goterones, susurros radiales, mítines de faldas largas y esperanzas como alargadas sombras que se proyectan contra paredes carcomidas por la humedad l

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