Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Monday, 20 Oct 2025 08:17 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Agustín Ramos

 

“Palestina y su pueblo simplemente no han desaparecido”, escribía más asombrado que triunfal Edward W. Said, para Le Monde Diplomatique, en abril de 1998. “A pesar de la hostilidad sostenida e inquebrantable del establishment israelí hacia todo lo que Palestina representa ‒proseguía Said‒, el mero hecho de nuestra existencia ha frustrado, o incluso derrotado, el esfuerzo israelí por deshacerse de nosotros por completo.”

El reportaje del autor de La cuestión palestina, reportaje nada complaciente con los gobernantes palestinos, subrayaba la persistencia de la población palestina para permanecer en su tierra, al igual que la pérdida de territorio “minuto a minuto, hora a hora, día tras día… a manos de los israelíes”.

El propósito de extinguir a Palestina y exterminar a su pueblo se sigue verificando en el mapa al ritmo que Said describió cuando la ocupación israelí apenas cumplía cincuenta años, minuto a minuto y hora tras hora. Sí, ya entró comida a Gaza, pero al mismo tiempo se recrudeció el genocidio en Cisjordania.

Lo que el intelectual palestino describía en 1998 con su estilo elegante, y que hoy todo el mundo llama genocidio, lo ha cometido Israel con el apoyo de potencias imperiales y firmando acuerdos sólo cuando y en la medida que le conviene. El medio millar de activistas que intentaron llevar ayuda a Gaza comprobó y probó en carne propia la crueldad israelí pero, aunque haya sido en forma indirecta, también ayudó a romper el cerco del hambre y la mentira.

El 16 de septiembre de 2025, la Comisión Internacional Independiente de Investigación en los territorios palestinos ocupados, establecida por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, se basó en operaciones militares que incluyen masacre indiscriminada, lesiones graves, asedio total, bloqueo de ayuda humanitaria, destrucción de los sistemas sanitario y educativo, y sistemática violencia sexual y de género, para concluir que los israelíes “cometieron cuatro de los cinco actos genocidas” universalmente definidos.

El representante australiano de dicha comisión refiere: “Nuestro informe ha dibujado la imagen completa durante dos años de destrucción [residencias, casas, hospitales, universidades, escuelas, museos, iglesias, mezquitas, sitios arqueológicos, carreteras, instalaciones agrícolas e industria pesquera]. Y la destrucción unida a la política de hambruna es tal que las condiciones para la vida son insostenibles.”

El escarnio y la permanente violación del derecho internacional por parte de Israel, se explican porque nada, salvo la presión de la comunidad internacional, lo obliga a respetar los acuerdos y a pausar el exterminio. Sólo las cada vez más frecuentes y diversificadas demostraciones de la sociedad civil han conseguido, para bien, que sus gobiernos adopten posturas más firmes, sin que esto quite que se repriman con mayor o menor violencia las marchas a favor de Palestina en ciudades europeas, africanas, asiáticas y árabes.

Cuando la capacidad de las fuerzas ciudadanas llega al límite, las instituciones sólo tienen dos opciones: seguir siendo cómplices de un Estado genocida o asumir las únicas medidas que lo neutralizarán: embargo real de armas y ruptura total e inmediata de relaciones diplomáticas, comerciales, culturales y académicas.

 

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Palestina y su pueblo no desaparecerán. Esta aseveración la sostienen los gobiernos de Sudáfrica y Colombia, y las manifestaciones populares y universitarias: la sostiene la gente. En nuestro país, el ejemplo más digno y claro del poder de las conciencias movilizadas lo han dado las bases de El Colegio de México y del Centro de Investigación y Docencia Económicas, así como los y las paisanas de la Global Sumud Flotilla.

 

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