Daniel Divinsky: una flor contra la mal/edicencia
- Ezra Alcázar - Monday, 01 Sep 2025 06:56



El 1 de agosto de 2025 nos sorprendió y entristeció la noticia de la muerte de Daniel Divinsky, editor de pura cepa, quien junto a Kuki Miler y un grupo de colegas fundó Ediciones de la Flor en 1966. Una editorial que haría públicos ‒para los lectores‒ escritos que hasta entonces eran privados, voces como las de Rodolfo Walsh, Osvaldo Soriano, Fogwill, David Viñas, Roberto Fontanarrosa o el conocidísimo Quino, con su Mafalda. Tal vez sin saberlo, Divinsky y su labor editorial pasaron por nuestras vidas y lecturas, formando nuestros afectos, resistencias, risas y poéticas.
Divinsky nació en 1942 y, a los cuatro o cinco años, una enfermedad renal lo obligó a guardar cama. Aprovechó esa reclusión para aprender a leer y pronto empezó a devorar cuentos del brasileño Monteiro Lobato. Aunque se licenció como abogado, ejerció poco tiempo. La curiosidad ‒virtud que consideraba esencial para cualquier editor‒ lo llevó al mundo de los libros. Esa misma curiosidad que lo hizo leer Emília no País da Gramática fue la que definió más tarde la política editorial de Ediciones de la Flor: publicar libros que le gustaban, convencido de que si algo le interesaba a él, también podía interesar a otros lectores. Una poética editorial que floreció en libros que hoy son clásicos contemporáneos, pero que también le trajo no pocos problemas.
Entre 1976 y 1977, con la dictadura de Videla ya consolidada, Ediciones de la Flor recibió dos golpes muy duros. El primero fue la prohibición de un libro infantil y la posterior orden de detención contra Divinsky, Kuki Miler y Amelia Nassi, directora de la colección El libro en flor, especializada en libros ilustrados con muy poco texto.
El libro en cuestión era Cinco dedos, escrito por el Colectivo de Literatura Infantil de Berlín Occidental. Se trata de una fábula sobre la fuerza de la unión: narra la historia de una mano roja cuyos cinco dedos no logran llevarse bien, mientras una mano verde los molesta e insulta. Cuando los dedos descubren que si se juntan pueden formar un puño, logran enfrentar la agresión. Una mujer, esposa de un militar en Neuquén, leyó el libro y lo interpretó como un llamado subversivo a la rebelión. Un juez decidió entonces prohibirlo y ordenar la detención de sus editores. Divinsky y Miler estuvieron detenidos durante cuatro meses en Villa Devoto; Nassi, entonces pareja de Augusto Roa Bastos, logró huir antes a París.
El segundo golpe llegó poco después. Con Divinsky, Miler y su hijo de doce años aún detenidos, Rodolfo Walsh ‒autor de Operación Masacre y Caso Satanowsky, publicados por la editorial‒ fue secuestrado y asesinado. Walsh, consciente del peligro que lo rodeaba, había pedido que no lo saludaran en la calle y que se extremaran precauciones al entregarle regalías. Mantenía con Divinsky una “amistad entre anglosajones, nutrida de sobreentendidos y largos silencios”.
Ediciones de la Flor nunca ha sido una editorial militante, pero sí una editorial con olfato literario y sensibilidad progresista. Por eso fue blanco de una dictadura brutal, autoritaria y violenta, que dañó profundamente la cultura y los derechos humanos. Durante los años siguientes, Divinsky se exilió en Venezuela, desde donde siguió gestionando la editorial. Además, trabajó para la Biblioteca Ayacucho y en El Diario de Caracas, donde impulsó un proyecto que lo entusiasmaba: cada domingo, junto con el diario, se entregaba un librito. No había que preocuparse por su venta: tenía distribución asegurada y un pago automático.
En 1983, tras el regreso de la democracia, Divinsky volvió a la Argentina y la editorial siguió creciendo en títulos y en autores entrañables. En 2015 se retiró formalmente, dejando la editorial en manos de Kuki Miler. Pero su retiro fue más simbólico que real. Era bien conocida su labor como celestino literario: hacía llegar manuscritos de conocidos y desconocidos a editoriales y agentes, fomentaba la lectura en charlas, en los medios, y en conversaciones privadas donde compartía con entusiasmo sus pasiones literarias.
Por recomendación suya leí a una entonces desconocida Dolores Reyes o a Paula Tomassoni. También recuerdo haber escuchado con él, en el tráfico de Ciudad de México, la canción “Bach Chata Habladurías” de Kevin Johansen, en la que se juega con los conceptos de “maledicencia” y “mal/edicencia”: eso que ocurre, decía Divinsky, “cuando una editorial publica malos libros”.
Nunca le hice una entrevista, pero no era raro recibir un mensaje suyo de vez en cuando, avisando que estaría en México. Siempre quería vernos y platicar, descubrir nuevos libros y hablar de aquello que nos gustaba ‒no por trabajo‒, sino porque era lo único que realmente nos hacía felices.
Daniel Divinsky sabía que la lectura es una de las pocas formas de salvación que nos quedan, y dedicó su vida a ello. Por eso, el ejercicio editorial no puede ser un uniforme que se quita al salir de la oficina. Es una forma de estar en el mundo, una vocación que atraviesa lo personal y lo profesional, nuestras familias e ideologías, nuestros gustos, lo que sabemos y lo mucho que ignoramos. Lo que queremos conocer y lo que queremos compartir.
El regalo que nos dio con tantos libros y lecturas sólo puede ser pagado con una responsabilidad: seguir salvándonos ‒y salvando a otros‒ con la lectura.