Teatro y dramaturgia: el arte de la seducción / Entrevista con Jaime Chabaud

- Mario Bravo - Sunday, 13 Jul 2025 08:14 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Discípulo de Eugenia Revueltas y de Huberto Batis, entre otros docentes, Jaime Chabaud (Ciudad de México, 1966) cuenta con un destacado andar como dramaturgo, guionista y profesor. El también editor de la célebre revista 'Paso de Gato', especializada en teatro, estudió Letras Hispánicas, así como Literatura Dramática y Teatro en la UNAM, donde también se formó en las aulas del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos.

 

La pregunta

El dramaturgo apela a que una persona salga de su casa en una tarde lluviosa, se encamine al teatro, pague un boleto y permanezca allí sin aburrirse mientras le cuentan una historia. Casi un milagro. ¿Cuál es su objetivo cuando escribe una pieza teatral?

‒En los genes del ser humano está el acto de contar historias. El neurocientífico Rodolfo Llinás dice que la función principal del cerebro humano es la de anticipar futuros, y gracias a eso sobrevivimos. Desde que nos convertimos en homo sapiens y nuestro córtex cerebral se acrecentó, lo único que nos ha salvado como especie es haber desarrollado pensamiento abstracto, tener la capacidad de soñar y, sobre todo, imaginar. Eso nos hace chismosos y es justo lo que nos motiva a contarnos relatos alrededor de la fogata. Esto en el cerebro nos insertó la capacidad que llamo pensamiento arquitectónico o pensamiento fabular. Todos anhelamos historias.

Al teatro le dio una enfermedad que aún no supera: haberle dado la espalda al espectador. Ocurrió que, al surgir la figura del director de escena en la década de los sesenta del siglo XX, autores y directores dejaron de pensar en el público: aquello se trataba más de una lucha no sólo de egos, sino de supremacía del discurso personal. Algunos de los grandes maestros decían: “El espectador no me importa”, y así lograron que se ausentara de las salas de teatro. Lo anterior se vincula con la pregunta: hoy es un reto salir de casa, atravesar la ciudad, asistir al teatro y jugar a la ruleta rusa de saber si te tocará la bala del aburrimiento. A partir de la primera década del siglo XXI comencé a pensar que el trabajo principal de un autor de teatro es atrapar a la audiencia, esto al proponer un texto generador de preguntas y de enigmas que el espectador deba resolver; contrario a un teatro discursivo muy del siglo XX, el cual ya tenía todas las soluciones porque el autor pontificaba y enarbolaba discursos éticos, políticos y morales que debían ser adoptados por el espectador. Si acudimos a las neurociencias, veremos que la pregunta, como gran concepto, es aquello que ha movido a la humanidad. Dicha posta ha sido tomada por las plataformas de streaming. ¿Qué hacen esos contenidos? Algo que el teatro ya sabe: poner al espectador ante el principio de incertidumbre.

 

Un cuento

Jaime Chabaud narra “Y así continúa la historia…”, texto del dramaturgo Peter Brook. Allí se aborda el día en que Dios inventó al teatro: “Tras crearlo, los resultados eran decepcionantes; en especial porque los directores, actores, escenógrafos, músicos y dramaturgos no se ponían de acuerdo acerca de quién era el más importante entre todos ellos. Así que perdían tiempo discutiendo, mientras su trabajo les satisfacía cada vez menos. Cierto día, solicitaron a un ángel que acudiera a pedirle ayuda a Dios, y él tomó un pedazo de papel, garabateó algo y lo colocó en una urna. Se lo dio al ángel y le dijo: ‘Aquí está todo. Mi primera y última palabra.’ El regreso del ángel fue como de alfombra roja, incluso alguien intentó leer el mensaje por encima del hombro de aquel enviado divino. El ángel abrió la urna, desdobló el papel y anunció: ‘La palabra es interés.’ Los teatreros vociferaron: ‘¿Interés? ¿Por quién nos toma? Es infantil. ¡Como si no supiéramos eso!’ Y la reunión se disolvió.

La palabra, aunque nunca más fue mencionada, se convirtió en una de las muchas razones por las que Dios perdió su rostro frente a sus criaturas. De cualquier manera, algunos miles de años después, un estudiante de sánscrito encontró la referencia en un texto antiguo. Él trabajaba como intendente en un teatro y mostró ese hallazgo a la compañía. Al leer aquel papel, uno dijo que esa palabra se refería a la intención por encontrar los misterios sagrados del universo; otro expresó que la palabra invitaba a hallar lo que es justo e injusto para la humanidad. También, alguien afirmó que la divinidad les pedía no tomarse tan en serio y simplemente divertir al público. Concluyeron la sesión cuando uno de los presentes dijo: “”Con esa palabra podríamos llegar muy lejos: interés.”

 

Futuro

“Ir al teatro y que no te interese aquello exhibido frente a ti significa que alguien no codificó correctamente, de manera estructural y emocional, eso que te han presentado. Si eso frente a ti no te atrapa, cautiva y deslumbra, quiere decir que alguien hace muy mal su trabajo”, enfatiza Jaime Chabaud.

 

¿Cuáles son sus herramientas como dramaturgo para atrapar, cautivar y deslumbrar?

‒Muchas obras no instalan futuros, pues se sigue confundiendo la narrativa con el teatro. Así los personajes hablan de lo que ya pasó allá y entonces; no asisto al cine ni al teatro ni tampoco miro una serie para ver lo que ocurrió allá y entonces, a menos de que eso se llame flashback. Me interesa lo que le sucede al personaje aquí y ahora, qué deseos y objetivos tiene en la vida, a qué se enfrenta para salir de tal o cual problema y qué hará para conseguirlo. En las aulas nos dicen que el teatro ocurre aquí y ahora. Y reviro: ¡se les olvidó el futuro! Si no instalamos futuros, ¿cómo queremos que el espectador se interese? “Si instalas futuros, automáticamente sitúas expectativas, enigmas y cosas por resolver para los personajes. Mi herramienta es esa: colocar preguntas en la cabeza del espectador. El buen drama contemporáneo invita al espectador a ser tejedor de la trama al darle ciertos elementos, y lo incita a que complete aquello que le hemos ausentado a propósito: así hacemos que se implique.”

 

Para implicar al otro necesitas conocerlo. A fin de cuentas, el espectador es un trozo de mundo.

‒Así es. No desconfiemos de que también le importan y preocupan las mismas cosas que a mí. Por eso lo convoco. Alejamos al espectador porque, hace treinta o cuarenta años, los creadores escénicos se llenaron de prejuicios al tratarlo como estúpido.

 

Incertidumbre

¿Cómo hace para cerrar la ventana y no distraerse con aquello que le inquieta, le preocupa y le da rabia con respecto a nuestra sociedad actual?

‒Al contrario: abro todas las ventanas para estar receptivo a estímulos. Escribo a las cuatro o cinco de la mañana pero, aunque escriba en la tarde, entiendo que, de pronto, en la calle puedes escuchar un carrito vendiendo ricos tamales oaxaqueños, y dejo que eso afecte la escena con algo no previsto. Nuestra chamba es producir estímulos en el cerebro del espectador. Instalar el principio de incertidumbre es jugar con la bioquímica y con sus zonas de placer cerebrales que producen endorfinas, serotonina, noradrenalina, adrenalina y dopamina. Si logras eso, ¡eres un chingón! Al espectador hay que suspenderlo en el conocimiento de lo que pasará.

 

Neurociencias y teatro

Se cierra el telón, brotan aplausos, los actores caminan al camerino y el público sale del teatro. ¿Usted anhela que, también ahí, continúe esa suspensión en el espectador?

‒Totalmente. El mayor triunfo es que a la mañana siguiente en el desayuno sigan comentando algo de la obra. El texto debe contemplar al espectador y ser de una infinita economía. Estas reflexiones las he descubierto a través de algunos textos sobre neurociencias y teatro, principalmente desde lo pensado por el italiano Gabriele Sofia. En su libro Las acrobacias del espectador. Neurociencias y teatro, y viceversa, Sofia cita a Ferdinando Taviani quien, a su vez, dice: “La tarea principal del actor es despertar y modelar la atención del espectador.” A mis alumnos siempre les pregunto si eso sólo es un deber del actor; evidentemente no, sino que también allí se incluye al director, el escenógrafo, el iluminador, etcétera.

 

“No renunciar a renunciar”

Con casi seis décadas de vida, ¿cómo se relaciona con el demonio del aburrimiento que Peter Brook llegó a mencionar en sus reflexiones acerca del teatro?

‒Está todo el tiempo, pero siempre estoy consciente de que debo ejercitar el músculo de la autocrítica. ¿Qué significa esto? Saber renunciar a cosas de las cuales te enamoraste dentro de tu creación. Un escritor nunca hará grandes cosas sin una buena goma de borrar, un bisturí, unas tijeras y un bote de basura. Mi proceso de escritura es el siguiente: me siento y me cuento el cuento, por escenas, de principio a fin. Cuando lo desarrollo, casi siempre me doy cuenta de la existencia de escenas parasitarias que no cumplen una función. Y entonces las anulo. En otras ocasiones, acometo una escena, la escribo y no me gusta; allí me doy cuenta de que puedo estar en el espacio equivocado, y si lo cambio entonces la escena mejora. A veces escribo la escena y observo que no debe estar en la obra, pero sí es necesaria la presencia de su momento siguiente. Es apasionante no renunciar a renunciar. No eres alquimista para pensar que, de tu pluma, solamente sale oro.

 

Eso requiere humildad…

‒No, al contrario, se llama músculo de la autocrítica. Soy egocéntrico. Me quiero y deseo ser más eficaz que nunca; por supuesto, no siempre logras eso, pues todos tenemos asegurado el fracaso. Nadie tiene una trayectoria sin fracturas ni caídas. No se trata de humildad, sino de un acto de amor propio. Uno debe preguntarse cómo retarse a sí mismo para nunca estar satisfecho; también necesitas un teflón para que el corazón no te duela ante las críticas. Es imposible que seas escritor si no aprendes a desapegarte de tu obra.

 

La crítica y la autocrítica contra el demonio del aburrimiento.

‒Así es. Ese demonio siempre estará allí. Nos hallamos en el arte de la seducción: seducimos o morimos.

 

 

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