Cartas imaginarias: Alberto Castro Leñero, siervo del arte
- - Sunday, 29 Jun 2025 23:22



Carta 1.
Estimado Alberto, gracias por permitirme conocer tu taller de artista. Es un gran espacio, una construcción para grandes formatos. La luz se derrama generosa y puedo verte caminar con tu sombra a un costado, atenta a los silencios que sueles romper con música que llamas ambiental de contención, como la de Massive Attack. Entre mesas de trabajo, cuadros, esculturas y proyectos en madera sobre el piso, escucho serpentear tu voz amable y titubeante. Dices que no eres hombre de palabras, y pensar que pudiste ser presa de la poesía, de ese amor oculto por las imágenes verbales. Tenías, desde luego, madera de poeta. Lo confirma ese poema que me has compartido, “Balanza”: “Tal vez/ el mundo no es un espejo plano/ apoyado en una torre infinita de tortugas./ Tal vez/ la sombra geometrizada/ forma nuestro doble/ en una parte virtual/ del mundo subterráneo./ Tal vez/ la justicia no existe/ y la balanza que sostiene/ el ángel ciego/ es sólo un instrumento/ de geometría arcaica.”
En ese ambiente religioso en el que fuiste educado con tus hermanos, no deja de intrigar cómo fue que tú y ellos: Miguel, José y Francisco, hayan elegido el camino del arte, en específico de la pintura, y que no hayan seguido el sendero del sacerdocio como tu hermano Juan, el primogénito, quien me cuentas que es misionero marista y ahora reside en Indonesia. Pero además, en un país de pintores, ¿cómo fue posible que los cuatro hayan descollado, cada uno con su propio lenguaje, con sus búsquedas y propuestas? Aún más, que te hayas casado con la pintora Teresa Zimbrón y que tus dos hijos varones, Marcos y Daniel, sean también artistas visuales, uno pintor y el otro cineasta. Vives en un mundo familiar regido
por el arte.
Carta 2
Estimado José Ángel
Me induces a hurgar en mis recuerdos. Desde que vivíamos en la colonia San Pedro de los Pinos, en la calle 9, con mis abuelos maternos, mi abuela, quien había estudiado decoración en una época de su vida, nos ponía a dibujar a mí y a mis hermanos. El mayor, Juan, no se interesó por las artes, siguió el sacerdocio y se convirtió en misionero marista. Ahora se encuentra en Camboya. Mi padre era de origen humilde, pero estudió contabilidad. No obstante, siempre manifestó mucho interés por el conocimiento y por las artes. En varias ocasiones lo vi conmoverse ante una pintura, descubrí en él un semblante, un aire de libertad, cuando regresaba de un museo o de una galería. A través de su emoción se abría un mundo diferente al que nos tenían acostumbrados en una atmósfera religiosa.
Mis hermanos y yo competíamos para ver a quién le salían mejor los dibujos. Eso era parte de nuestros juegos. Mi abuela también nos ponía a pintar porque una hermana suya había sido pintora, pero murió joven. Nos mostraba sus cuadros de pequeño formato, pintados al óleo. Vivíamos todos juntos en la casona de mis abuelos maternos, en San Pedro de los Pinos. Cada uno de mis hermanos tenía sus propias habilidades y sus talentos. José era muy bueno para dibujar cómics, Francisco era muy aplicado y pintaba más figurativo, Miguel era un dibujante muy dotado. Cuando di el primer paso hacia las artes plásticas, ellos también se fueron por ese camino. Yo era el mayor de los cuatro, pero desde el principio dominó un criterio: ser cada uno diferente a los demás, crecer independientemente de los otros. No ha sido fácil ser hermanos con esa mentalidad, con un carácter bien diferenciado. Durante años impusimos distancia entre unos y otros para evitar mutuas influencias. Ahora, ya de mayores, hemos buscado coincidir en convocatorias colectivas. Tal vez con quien más complicidad tuve fue con Francisco. Hubo una época en la que yo pintaba en su taller porque me prestó un espacio para preparar una exposición. Fue un momento de distensión en nuestras vidas. Podíamos pasar largas horas platicando y bebiendo tequila. Pero también con mis otros hermanos tuve esos acercamientos cuando hubo oportunidad de hacer proyectos comunes. Recuerdo que muy jóvenes teníamos reuniones frecuentes con Juan García Ponce.
Carta 3
Muy estimado Alberto, recibo tus poemas y debo reconocer que me gustan. No es frecuente hallar buenos pintores que resuelvan bien los versos. Pero hay ejemplos notables entre los artistas, como el caso emblemático de William Blake o de Paul Klee, quien quiso ser poeta antes que pintor. En México tenemos ejemplos cercanos, pintores que ven en la escritura un recurso de su propio lenguaje plástico, como Magali Lara o Marcos Límenes. Cuando afirmas que “los poetas son otro mundo”, estoy persuadido de que los escritores pensamos lo mismo de los artistas visuales, porque son formas diferentes de asumir los lenguajes y las vidas. Los poetas, a diferencia de los músicos, cineastas, pintores, escultores, e incluso los narradores, son los que menos posibilidades tienen de vivir de su oficio y están destinados a vivir para su oficio. Recuerdo a nuestro amigo Antonio Ortiz, el Gritón. Lo conocí cuando escribía extensos poemas a la William Blake, pero al final aceptó que su camino no eran los versos sino los pinceles. Sé que tuviste con él mucha cercanía y afinidad. Fue tan súbita su muerte, tan repentino el desenlace, que no pudiste llevar a cabo un proyecto que los entusiasmaba a ambos.
Lo sé, fuiste amigo de David Huerta desde los años ochenta y eso lo plasmas en tu mural Desplazamiento, exhibido en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. También me cuentas que Salvador Gallardo, nieto del Dr. Gallardo, miembro de los estridentistas, te presentó al legendario Sergio Mondragón, quien con Margaret Randall fundó y dirigió la revista El Corno Emplumado. Fuiste, por cierto, uno de los pintores que apoyaron la revista Alforja en sus inicios, donando un grabado para acompañar cien de sus ejemplares y apoyar así la supervivencia de esa revista de poetas. “Los poemas cruzan el espacio como la música”, escribes con lirismo en uno de tus WhatsApp, al tiempo que recibo tu poema “Dientes de sable”: “Obscuro y poderoso/ el esqueleto/ de un tigre dientes de sable/ se exhibe en una vitrina/ del Museo de Las Culturas/ en la calle de Moneda./ Entre los traficantes de baratijas/ el tigre dientes de sable/ es un semidiós de huesos negros.”
Carta 4
José Ángel
A diferencia de otros compañeros de mi generación que tenían la oportunidad de dedicarse por completo a su formación como artistas, yo tuve que trabajar durante dos años como ilustrador para subsistir. Luego conseguí una casa vieja donde pude desplegar mis necesidades creativas. Mi primer trabajo fue como dibujante en el IMSS, en un pequeño departamento dedicado a los campesinos. Tiempo después conocí al diseñador Rafael López Castro, quien me conectó con el Fondo de Cultura Económica para hacer portadas. A finales de los setenta vendí una obra para unos diseñadores. Creo que era una pintura sobre tela hecha con material barato. Pero cuando empecé a producir más en serio, el doctor Alfredo Valencia, joven psiquiatra, me empezó a comprar obras. Nos hicimos amigos.
Me casé muy joven, en 1978, pero el arte estaba ligado de manera práctica a lo que hacía, a un ejercicio laboral y funcional. Trabajaba para publicaciones didácticas y carteles. Pintaba en el tiempo que me dejaban mis actividades laborales y la escuela. De manera casi natural vendí mis primeras obras. Esa fue la señal de que sí podía vivir del arte. Luego participé en una convocatoria para una beca que lanzaron en San Carlos y la gané. Me fui a estudiar a Italia, y cuando regresé, la Escuela Artes y Diseño se estaba mudando para Xochimilco. Como tenía un proyecto para pintar una exposición, solicité un salón en la Academia de San Carlos, y me lo concedieron.
Carta 5
Estimado Alberto
Estaba convencido de que, como la mayoría de tus coetáneos, habías sido alumno de Gilberto Aceves Navarro, quien, por cierto, propuso e inició la donación de grabados para Alforja. Tenía, como tú, una fuerte simpatía por los poetas. Ahora lo comprendo, mientras los demás recibían sus enseñanzas matutinas, tú debías trabajar. Sin duda ese oficio temprano de ilustrador y diseñador están aún presentes en tu obra plástica. Me parece muy interesante que tu primera tarea fue hacer carteles, que los propusiste como representación de una letra en cada uno, a manera de alfabeto. Hoy concibes así tu obra: como construcción o desarrollo de conjuntos o sistemas alfabéticos, alfa-albérticos, que se combinan y se ensamblan con las otras partes para dar nuevos significados estéticos. “Ahora busco hacer conexiones con la obra del Cenart, del Metro, de la instalación de cuatro piezas en Postgrado, del mural de San Ildefonso”, me dices en un mensaje.
La misma razón por la que no tomaste clases con Aceves Navarro fue la que te impidió ser parte del grupo Suma, del que la mayoría de tus compañeros hicieron parte. Ricardo Rocha, el artífice de ese grupo artístico y político a partir de su magisterio, sí fue tu maestro. Por supuesto, simpatizabas con su ideario, sus principios, sus acciones. Te gustaban mucho los grandes formatos en los que pintaban y la manera como trabajan la pintura: una especie de resina con pigmentos. Todos salían a las calles a pegar esténciles. Confiesas que también pesaba la ideología de derecha de tu padre. Esa es la razón por la que ves como paradójico su amor por el arte, su gusto por las manifestaciones estéticas. A pesar de que abominaba del comunismo y las ideas de izquierda no puso reparos cuando supo que tú y tus hermanos habían elegido estudiar artes plásticas. Él no ignoraba que allí había un ambiente bohemio y bullían las ideas contestatarias y subversivas de toda índole. Pero tú trabajabas y eso era para él una señal de que estabas en el camino correcto. Cuando comenzaste a pintar y a definir tu discurso no era lo que él esperaba, y algunas vez te dijo, “qué cosas tan horrorosas pintas, hijo”.
Carta 7
José Ángel
Durante años tuve la idea de que el artista y la persona no deben de lucir. Es seguramente una enseñanza familiar. Una represión católica, una fijación de humildad. Hace veinticuatro años dejé la bebida. Casi un cuarto de siglo. A pesar de que tiendo a no ser estable, llevo una vida familiar sostenida. Pero creo que la estabilidad me conflictúa; me da el anclaje, pero reprime otros sentidos que anhelan abrir espacios, forzar cerraduras, trazar nuevos caminos.
Carta 7
Estimado Alberto
Es difícil imaginar, en tu semblante calmo, un episodio de aguas turbulentas y oscuros recorridos. Pero me obliga a reflexionar, en ese sentido, tu comentario acerca de tu convicción de que no eres un hombre que busque para sí los reflectores, aunque propicies entrevistas y atención de los medios a tu obra. Afirmas que tú, como tus hermanos, padeces de cierto pudor de mostrarte, de exhibirte, aunque para dar a conocer tu trabajo dependas de estrategias publicitarias, pero en el fondo hay un apetito de silencios, de intimidad, antes que el barullo. Por eso, cuando les propones acciones culturales o de cierta intención política, tus hermanos te responden que no, para qué, si la única tarea de ustedes es pintar, crear, ejercer el oficio lo mejor posible. Y si, en efecto, te repites, tú también te ves como un instrumento del arte, como parte de la estrategia de la obra. Como si ésta, la obra, fuera un ente que demandara, además de respeto, subordinación. Me confías que sí, te asumes como un siervo del arte, su humilde usufructuario, porque un artista tiene una vida con fecha de caducidad, mientras que la obra puede perdurar, incluso en el anonimato.