Libertad moral y rebeldía: Alfonsina Storni cronista

- Miguel Ángel y Hernández Acosta - Sunday, 02 Feb 2025 07:33 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Nadie puede dudar de que la obra poética de Alfonsina Storni (1892-1938) es trascendente en las letras latinoamericanas, pero su figura, en cierta manera romantizada y por lo tanto opacada por su suicidio, ha impedido ver con justicia la brillantez y valentía de su pensamiento feminista. Este artículo muestra precisamente eso.

 

I

La imagen se repite en el imaginario latinoamericano y, quizá, debido a aquella canción que hiciera famosa Mercedes Sosa: Alfonsina Storni, enferma de cáncer, la madrugada del martes 25 de octubre camina al Mar del Plata y se adentra en sus aguas para dejar de sufrir (si es que el suicidio significa eso): “Sabe Dios qué angustia te acompañó,/ qué dolores viejos calló tu voz/ para recostarte arrullada en el canto/ de las caracolas marinas”, según afirman Ariel Ramírez y Félix Luna, los compositores de la melodía.

Dos semanas previas, Storni decidió dónde pasaría sus últimos días, por eso le escribió desde Buenos Aires a Luisa Orioli, la dueña de la pensión San Jacinto donde acostumbraba alojarse cuando viajaba a Mar del Plata, avisándole de su estancia. Además, notificó a la Escuela Normal de Lenguas Vivas, de donde era profesora, que se ausentaría. A su hijo Alejandro, quien la acompañó a la estación de trenes, le pidió que le escribiera. Ella, por su parte, también había ido despidiéndose de sus conocidos. Por ejemplo, a Margarita Abella Caprile le confesó el 17 de octubre que sufría una neurastenia tan espantosa “que no sé si quitarme la vida”, y luego se río “largamente, nerviosamente, como procurando dar a su frase un sentido de broma”, relataría la amiga.

El 19 de octubre le escribió una carta a su hijo: “Sueñito mío, corazón mío, sombra de mi alma”, se dirige a él. Después lo tranquiliza: ha podido dormir y recuperado el apetito: “hay que confiar, si el cuerpo se levanta puede que lo demás también”. Pero seis días después, el lunes, el mal la atosiga y también lo confiesa al hijo en otra misiva que será la última: “estoy un poco fatigada, […] te adoro, […] a cada momento pienso en ti, nada más por ahora para no cansarme e insisto en decirte que te adoro, sueña conmigo, lo necesito. Besitos largos, Alfonsina”.

Un día antes, el 23 de octubre, en la redacción del diario La Nación, habían recibido un poema enviado por Storni: “Voy a dormir”. El miércoles, cuando se da a conocer la muerte de la poeta, también se imprimen aquellos versos postreros: “Dientes de flores, cofia de rocío/ manos de hierba, tú, nodriza fina,/ tenme prestas las sábanas terrosas/ y el edredón de musgos encardados.// Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame./ Ponme una lámpara a la cabecera;/ una constelación; la que te guste;/ todas son buenas; bájala un poquito.// Déjame sola: oyes romper los brotes…/ te acuna un pie celeste desde arriba/ y un pájaro te traza unos compases// para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:/ si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido…”

Alfonsina Storni, una de las grandes poetas latinoamericanas de la época, quien compartió parte de su vida con Horacio Quiroga (también suicida), la madre soltera, la maestra constante, la que de joven destacó como actriz de reparto, la pequeña de doce años cuyo primer poema hablaba de cementerios y de su muerte (y que ocasionó que su madre le enseñara a punta de coscorrones que la vida era dulce), la niña que invitaba a sus profesores a una finca familiar que sólo existía en su imaginación, la misma cuyo padre emigrado de Suiza fue alcohólico y depresivo (si no es que lo primero a consecuencia de los segundo) y cuya madre se desvivía trabajando para mantener a sus hijos (y así Alfonsina no tuviera que robar libros), había muerto. Al mismo tiempo, la figura romantizada de la poeta suicida había nacido, evitando que se profundizara en su obra, que se exploraran sus narraciones, su periodismo, los ensayos y el teatro que también escribió. Todo parecía encerrado en ocho libros de poesía y un dato biográfico que resume una vida: “Alfonsina Storni (Sala Capriasca, Suiza, 1892-Mar del Plata, 1938).”

 

II

En 1912 Alfonsina Storni llegó a Buenos Aires, era madre soltera y cajera en una farmacia. Sin embargo, al año siguiente, ya colaboraba en la revista Caras y Caretas (los poemas publicados con anterioridad le han valido ser recomendada). También fue redactora en la casa importadora Freixas Hermanos, en donde, por ser mujer, cobraba la mitad de lo que ganaba el anterior empleado. En 1916 publicó su primer poemario La inquietud del rosal, en 1918 apareció El dulce daño y un año después Irremediablemente. En 1920, con Languidez, obtendría el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura. Pero es en 1919 cuando comenzaron a aparecer textos suyos en las revistas Hebe y La Nota (en 1920, bajo el seudónimo masculino de Tao Lao, también colaboraría en el periódico La Nación, de Argentina). Todas esas obras se perderán por mucho tiempo, hasta que en la década de los años noventa Mariela Méndez las recupere para mostrarnos la potencia, inteligencia e ironía de esos ensayos y crónicas de Storni, que la colocan en un lugar destacado y que es preciso repasar.

El feminismo de algunos de sus poemas se despliega en las crónicas que escribe en “Feminidades”, una columna que le ha encargado el director del semanario La Nota, el emir Emín Arslán, y que ella en un principio rechazó pues sabe que todas esas secciones escritas por mujeres “se ofrecen a la amiga recomendada, que no se sabe dónde ubicar”, según escribe en su primera colaboración.

A partir de ésta, usando la ironía como estrategia narrativa, criticará a la sociedad machista, a las mujeres que sólo se embellecen para conseguir maridos, a los hombres que conciben a las mujeres sólo debido a su belleza o fealdad y, apenas en su tercera entrega, habla de los hombres fósiles, aquellos “cuyas ideas están casi petrificadas y que parecen vivir todavía en las capas espirituales del medioevo”. Su burla es potente y certera, se aprecia en el tono irónico: el sexo masculino, enviado por dios, ha sabido bien dirigir a la humanidad, y de no ser sino porque las mujeres se han interpuesto en su camino, la Tierra sería un modelo para otros mundos. Sin embargo, son justo los hombres quienes se han encargado de arrinconar a las mujeres, por lo que Storni hace un llamado para que las muchachas acudan a los bosques donde habitan esos fósiles y vuelen sobre ellos, “Vestidas con trajes claros, parloteando como una bandada de avecillas ligeras” y se liberen. Es decir, les propone atreverse a salir de ese mundo en que se les ha constreñido.

Como se verá a lo largo de estas crónicas que duran casi un año, para Storni esa libertad está en la educación, en el trabajo, en el sostén económico propio, en ocupar los espacios que les han sido negados pero, sobre todo, en atreverse a reflexionar. Para Storni todas las mujeres son ya feministas, pero no porque se sumen a una lucha o movimiento político-social, sino porque el ejercicio del pensamiento es ya ser feminista. Establece que precisamente cuestionar(se) es el primer paso para enfrentar las condiciones sociales impuestas.

Aunado a ello, critica la visión del amor como esa fuerza capaz de sostener matrimonios o componer dificultades; en cambio, impulsa el desarrollo de la propia personalidad de la mujer como un valor mayor para enfrentar la vida. Cuestiona el voto femenino como un derecho que beneficie per se a quien lo ejerce, pues considera que los hombres serán quienes seguirán tomando las decisiones y la mujer: “Será igualada, con gran terror, al analfabeto nacido hombre, al orillero, que se alimenta de la limosna del comité, al pobre peón, que va a votar en masa, al empleado que quiere conservar su puesto, al indiferente que se abstiene.” Después, la vida de la mujer continuará igual: con vestidos pensados en agradar al hombre y no a quien los porta; atormentada por mostrar su mejor máscara para que la sociedad no la juzgue, defendiéndose de los juicios morales que la censurarán siempre.

En sus crónicas, Storni apela por una mujer futura que tenga la inteligencia para romper con las normas sociales que se le imponen, y para continuar exhibiendo su enorme belleza, pero sólo la que le permita sentirse plena (y no como el adorno de alguien más). Y lo hace, recuérdese, en 1919, en un medio periodístico y social donde las mujeres que escriben (cuando lo hacen) sólo es para aconsejar a la buena esposa, para impulsar a las muchachas casamenteras, para señalar cómo deben educarse las niñas de bien. Es decir, cuando se subsumen a lo que el hombre desea.

Para 1920, Alfonsina Storni publicará “Bocetos Femeninos” en el diario La Nación. Lo hace bajo el seudónimo Tao Lao, el personaje de un hombre viejo, quien menciona que ha estado casado varias veces y desgaja los tipos de mujeres que existen en esa época. Detrás de esa máscara hay una pensadora que, sin alejarse de la ironía, critica una época en donde las mujeres deben hacer malabares para colarse en los espacios masculinos. Aficionada a las cifras muestra, por ejemplo, cómo las argentinas se han apropiado de profesiones consideradas de hombres: lustradoras de muebles, carboneras, pero “ningún hombre se ha atrevido en cambio, a penetrar en una sagrada profesión
de mujer”.

Storni utiliza la aparente crítica a la mujer para mostrar las debilidades del hombre. Caso paradigmático de esta forma de ensayar y pensar es el texto “¿Por qué las maestras se casan poco?” En él responde a esa pregunta apelando a cuatro factores: el económico, el intelectual, el social y el moral. Así, señala que cuando las mujeres son capaces de sostenerse económicamente no tienen prisa por casarse; que aquellas que piensan son temidas por los hombres (quienes sólo buscan el lucimiento propio); que la sociedad asigna a las maestras un puesto de profesional, es decir, como persona capaz, y al hallar en éste un motivo de vida, la mujer no requiere un marido para ser feliz y, por lo mismo, no le importa la soltería. En ese sentido, para que la mujer sea libre de estas cargas sociales habrá de igualarse con la maestra o, como refiere en otro de sus textos, “la gran conquista a que la mujer debe aspirar es, por sobre todas, su libertad moral”.

Dice la académica Mariela Méndez que, en sus crónicas, Alfonsina Storni subvierte la ideología dominante heteronormativa. A ello habría
de agregarse que al hacerlo desde la revista La Nota, una revista intelectual, así como desde
La Nación, un periódico de corte liberal y progresista, Storni participa, en apariencia, sólo del debate por el voto femenino pero, en el fondo, los argumentos que expone pretenden dar una mayor fortaleza a la mujer a través de promover una postura ética que le brinde ideas en favor de la libertad individual.

Si bien cada una de sus temáticas parece responder a una inquietud de vida de la autora, reducirlo a esto significa dejar de ver la potencia de su voz y la profundidad de su pensamiento.

 

III

A sus veinticinco años, Alfonsina Storni conoció a Gabriela Mistral. Contrario a las maledicencias (“Me habían dicho: ‘Alfonsina es fea’”, confiesa la chilena), la futura Premio Nobel vio en la argentina a una mujer hermosa: es una joven prematuramente encanecida, de ojos azules, nariz francesa y piel rosada, con “la conversación sagaz de la mujer madura” e inteligente. La propia Storni se describe en “Autodemolición” como un alma con rugido de fiera, con veinte por ciento de instinto, nueve por ciento de fantasía y sentimiento, uno por ciento de corazón y setenta por ciento de azúcar. Además, refiere: “Me habían ocurrido ya en la vida cosas extraordinarias, por ejemplo: ser mujer y tener sentido común; tenerlo, y a pesar de ello, escribir versos; escribirlos y que resultaran buenos.” Sin embargo, irónica, culmina: “soy profundamente estúpida”. Y es este punto el que busca retomarse para comprender “las tretas del débil” que una y otra vez utilizó Storni para presentarse ante una sociedad que la calumniaba desde lo moral, desde su físico, desde la incomprensión a un pensamiento que rompía la estabilidad del campo literario, cultural y político.

Dice Josefina Ludmer que el débil se vale de su saber, de su inteligencia, para insertarse en el campo de quien ocupa el poder e impone la ley: se presenta sumiso pero, al apropiarse de las herramientas de la lógica, consigue derrotar al otro sin que este último se dé cuenta. Esto se aprecia cuando Storni acepta escribir en una sección dedicada a las mujeres que hablan de cocina y de la buena esposa, pero desde ahí llama a “las muchachas” a unirse, a hablar entre ellas y volar. Es también a través de estas páginas donde refleja las injusticias que se pueden eliminar si se deciden a actuar en conjunto y cuestiona si los logros cívicos que se les otorgan (no que ganan) son suficientes para sentirse parte de una sociedad que al darles la oportunidad de elegir las sitúa
al nivel de aquellos hombres menospreciados
por la heteronormatividad. Alfonsina Storni rompe la ley que impera en esas columnas “femeninas” y las transforma en un espacio donde la mujer demuestra que, más allá del discurso que se les quiere imponer, existe otro que parte del cuestionamiento para hacer que la reflexión llegue a quienes leen esas colaboraciones.

Lo mismo ocurre cuando publica en La Nación que, si bien es un diario progresista, también representa a un tipo de sociedad que, por ejemplo, ve mal a la mujer que sale a la calle y se forja un camino propio. Ante ello, Storni plantea dudas y críticas a las propias mujeres con tal de ser un revulsivo en un pensamiento dominado, “os declaro ahora que no os temo enojadas, sino mansas y suaves”. Y en esos ligeros quiebres es donde se nota la inteligencia del que se apropia de las armas del dominador para poco a poco ir resquebrajando su poder.

En 1927, en la revista Nosotros, Alfonsina Storni señaló: “Comprendí que los hombres han tomado una posición cómoda para perdonar sus indisciplinas frente al instinto y exigen en cambio de la mujer, a la que consideran inferior, un esfuerzo moral superior al que ellos despliegan.” En esa declaración es clara: se debe exigir al poderoso, a quien detenta la ley, lo mismo que él pide de uno. Si el que establece las normas nos pide blancos, níveos, castos (como apunta en su poema “Tú me quieres alba”), lo mínimo que debe hacer es ser íntegro (moral y éticamente) y poner el ejemplo.

La voz de Storni, entonces, no es sólo la de una mujer que habla a las mujeres, sino la de la rebelde que infiltró al enemigo y desde ahí propuso formas para poder desestabilizar y exigir lo negado. Para romper esa cotidianidad, parece decir, hace falta luchar con astucia, con cálculo.

Ahora bien, si la argentina (en 1919 le habían concedido la nacionalidad) se lanza en contra de la opresión del entorno, si llama a emprender el vuelo sobre los hombres fósiles, si critica a la sociedad que la constriñe, ¿debemos creer que la imagen de la poeta suicida es la única faceta de Storni? ¿No es un error darle primacía a un temple tanático derivado de las temáticas que exploró? ¿No es Alfonsina Storni una mujer rebelde que trata de transformar su vida y la de las otras porque desea una mejor existencia? ¿Y en este afán no está más presente una pulsión erótica, de vida, que una de muerte?

Es un lugar común decir que para honrar a los autores debe leérseles. En el caso de Storni no sólo es cierto, sino que se vuelve relevante hacerlo para borrar el imaginario popular de la poeta suicida (la romantización de su vida y muerte es tan trágica como la falta de lectura de su obra). Hoy, por fortuna, es posible acercarse tanto a su poesía como a sus libros de narrativa, crítica y teatro. Si la figura de Storni nos lleva a escuchar “Alfonsina y el mar”, podemos también ir a ella en la reinterpretación que hicieron Paulina Parga y Karla Kobach, con la canción “Tú me quieres mal [o no me quieres]”. Releerla con las ópticas que nos brinda el pensamiento contemporáneo permitirá que descubramos en ella el gran valor de sus escritos, más allá de las temáticas que abordó y de la imagen creada por una melodía que siempre nos lleva a contemplarla como en la canción que se ha colado en el imaginario latinoamericano, una poeta suicida, “como en sueños/ Dormida, Alfonsina, vestida de mar”.

 

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