Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 12 Jan 2025 08:07
En el marco de la lógica neoliberal, fundamentada en el supuesto axioma de que todas las actividades humanas pueden y, sobre todo, deben ser consideradas no sólo susceptibles de generar ganancias económicas, sino que para no desaparecer están obligadas a ello, la idea de que exista una entidad de cualquier naturaleza que contravenga dicha máxima parece definitivamente impensable por absurda; si se suma que dicha hipotética entidad sea concebida, creada y manejada por un gobierno, a la acusación se añadirá el actualmente resobado sambenito de pecar de populismo: el único propósito sería congraciarse con las clases bajas de una sociedad que, así, obtendrá equis beneficio a cambio de su respaldo al gobierno que se lo haya dado.
En los hechos, la falsedad de dicho axioma puede verificarse en varios países cuyos gobiernos de ninguna manera pueden ser calificados de izquierda ni nada que se le parezca –verbigracia Noruega y Dinamarca–: desde la generación de electricidad hasta la obtención de recursos energéticos, alrededor del mundo hay un sinfín de rubros cuyo control pertenece al Estado y no a la iniciativa privada, en países donde la (i)lógica neoliberal no se ha impuesto a rajatabla. Desafortunadamente, por lo menos desde la década de los años ochenta este no es el caso de América Latina ni, por lo tanto, de México, y cuando se plantea la posibilidad de
un cambio radical al respecto, la demonización del supuesto populismo se amplía con esa otra llamada “regresión”.
La otra liga
La mencionada Compañía Operadora de Teatros, Cotsa, poseía un porcentaje muy significativo de las salas cinematográficas existentes, era una empresa estatal que funcionaba a satisfacción y, por cierto, no generaba pérdidas. Fue “desincorporada” –el eufemismo neoliberal favorito que se usaba para vender toda suerte de bienes, ojo, no gubernamentales sino estatales– junto con muchísimas otras entidades de todos los rubros, y desde entonces el grueso de la exhibición cinematográfica en México quedó en manos de la iniciativa privada, con los resultados que ya se conocen pero conviene repetir, aquí sintetizados: más del noventa por ciento del espacio seguirá siendo destinado al cine estadunidense, con la condena tácita de que, mientras no garantice las mismas ganancias que aquél, el cine mexicano jamás será tratado con la más mínima dignidad.
Dadas las anteriores circunstancias, ¿sería descabellado plantear, así sea sólo como posibilidad, que el cine mexicano –y, de paso, el de otras nacionalidades, igualmente desfavorecido por “poco comercial”– cuente con una red propia de exhibición? Habrá quien diga, no sin candidez, que ahí están la Cineteca Nacional, los cineclubes y otros espacios “alternativos”, pero lo cierto es que sus alcances son demostradamente limitados: si no lo fueran, la situación actual sería muy distinta.
Precisamente de lo que se trataría es de que esa hipotética red exhibidora no fuese “alternativa”, sino que tenga las dimensiones y el alcance suficiente para dejar de jugar el juego de las grandes cadenas de exhibición, en su cancha y con sus reglas sino, dígase continuando la metáfora, para ser ella misma otra liga, con reglas y canchas diferentes. Con toda seguridad no generaría las mismas ganancias que suelen obtenerse en la Liga Cinematográfica Neoliberal de Exhibición, pero eso no debería ser óbice para lograr su verdadero objetivo: proporcionarle al cine mexicano su propio espacio, para que de una vez por todas deje de ser como el burro persiguiendo la zanahoria.
Generar una red de exhibición así no sería labor de un sexenio, por supuesto; se requiere una visión de largo plazo, así como una serie de medidas y acciones que contravienen la lógica imperante. Hasta hace seis años algo por el estilo era impensable; la pregunta es: ¿lo sigue siendo?