Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Sunday, 12 Jan 2025 08:04 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Bibliólicos anónimos

 

Algunos no podemos vivir sin libros. Y me refiero al objeto como tal: sopesarlo, acariciar la portada y el canto, aspirar el aroma de la tinta y de las páginas; ya nuevas, ya viejas; albas o amarillentas, todo lo cual constituye parte integral de la experiencia de leer. Ergo: la lectura que ofrece una pantalla le resta, parcial o por completo, el encanto a ese acto que nos es tan necesario como respirar. Bestiario del bibliófilo (y otras fieras literarias), del autor yucateco Ricardo E. Tatto, toca tangencialmente el asunto del libro electrónico… y qué bueno, porque obstruiría el verdadero centro de interés: clasificar lectores. Porque de entre el selecto grupo de quienes respiramos leyendo, se observan variantes de hábitos, propósitos y métodos que, entre broma y muy en serio, Tatto se ocupa en exponer.

Uno de mis (malos) hábitos lectores es brincarme los prólogos, cosa que no hice en este caso, firmado por Daniel Salinas Basave, quien se abre de capa para confiarnos que, al momento de emprender este texto, celebra un mes sin beber alcohol, y afirma haber intentado, asimismo, “rehabilitarse de los libros”. ¿Quién en su sano juicio intenta zafarse de algo que puede convertirse en una válida razón para vivir? En lo personal, he sacrificado la vida social en aras de la lectura y, su sucedáneo, la escritura, y si por alguna razón me veo obligada a socializar, no dejo de pensar en el libro en turno en la mesa de noche. Tatto nos invita a reconocernos en un tipo específico de lector, en principio el bibliómano, el bibliópata, el bibliorrata, el bibliófago y el bibliorreico, y me identifico, en mayor o menor medida, con todos y cada uno. Ricardo E. Tatto (Mérida, 1984) me ha radiografiado sin siquiera conocerme. Inspirada por la franqueza de Salinas Basave me atrevo a plasmar otra confesión: padezco un grave problema de acumulación. En mi habitación los libros conforman torres tambaleantes que no pocas veces se han derrumbado sobre mi cabeza, pero no me atrevo, más bien no tengo tiempo de ponerle remedio. He de aclarar, a mi favor, que no llego al extremo de tener cadáveres de mascotas sepultadas entre el desorden, como los participantes del programa Acumuladores Anónimos. Un lector sano, de ésos que posee pocos títulos, que lee sólo un libro a la vez y lo hace más por disciplina que por placer, abordaría el contenido de este bestiario como si se tratara de un ensayo humorístico y exagerado, pero créanme, esas bestias existimos y, con perdón del autor que ha realizado una exhaustiva investigación, a veces se queda corto. De todas estas “bestias”, afirma el autor, el más peligroso es el académico, aunque, a Dios gracias, se trata también del más reconocible, no sólo por su hábito de acarrear libros colmados de marcadores de colores (hábito que abandoné porque me distrae demasiado de la lectura), sino por su entrecejo fruncido, cosa que inútilmente intenté controlar sin éxito. Señala Tatto: “Hoy más que nunca se hace necesario volvernos atletas de la mente y, como los románticos, tomar valor para escamotear el tiempo y encontrar la resistencia insoslayable para aislarnos del mundo tan sólo para leer más y mejor, sin excusa de por medio.”

Bestiario del bibliófilo (Nitro Press, UNAY, México, 2023) no sólo es un ingenioso catálogo de fieras literarias, unas más peligrosas que otras, también es una carta de amor al acto de leer, sacándole la vuelta a obviedades como el poder de los libros para transformar vidas, casi siempre para mejor. Indaga en la psicología de aquellos que, a través de estos maravillosos e irreemplazables proveedores de sabiduría y esparcimiento, construimos un lugar alternativo y habitable que llega a ser más resistente que un búnker maoista: “El hombre es capaz de actos innombrables y paradójicamente de las cosas más bellas que este planeta haya visto. Eso hace toda la diferencia: la cultura es un bálsamo más necesario que nunca y, aunque usted no lo crea, la cultura salva.”

 

Versión PDF