Una prosa invadida de poesía: Mia Couto, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2024
- Alejandro García Abreu - Saturday, 04 Jan 2025 17:33
El magisterio de un escritor mozambiqueño
Mia Couto (Beira, Mozambique, 1955) ganó el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2024 –otorgado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara; previamente obtuvo el Premio Camões en 2013– y visitó, en Ciudad de México, la Casa Estudio Cien Años de Soledad –el lugar donde Gabriel García Márquez escribió su obra maestra– para hablar sobre su proceso creativo y su trabajo en general. El autor participó en un coloquio organizado por la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM). El autor mozambiqueño, previamente, me concedió una entrevista en la habitación donde el escritor colombiano desarrolló esa pieza maestra de la literatura en español, en el recinto ubicado en Cerrada de la Loma 19, Lomas de San Ángel Inn; fui invitado por Mayra González Olvera –una de las directoras literarias en Penguin Random House México, mi casa editorial–, por Eduardo Langagne –director general de la FLM–, por Miguel Limón Rojas –presidente de la fundación– y por Geney Beltrán Félix –actual tutor de narrativa del lugar. Couto me otorgó la extraordinaria charla personal en portugués –en la que él y yo conversamos sobre la trascendencia de la poesía y múltiples libros suyos–, antes de la reunión en la que también participé junto con jóvenes escritores becarios de la mencionada fundación, mi hogar literario. Del coloquio destaco, a manera de monólogo, la voz de Mia Couto, cuya tendencia creativa resulta una disertación sobre el ser, la ausencia, la escritura, el individuo y el desamparo existencial.
Un monólogo literario de Mia Couto
Quiero hablar de mi encuentro con la literatura. Fui abrazado por esta vocación. En este viaje a Guadalajara y a Ciudad de México me doy cuenta de que regresaré, en breve, a África. Mi padre, ateo, siempre percibió cierta espiritualidad en mis viajes. En la sabana africana, un día mi progenitor colocó su mano sobre mi hombro y perdí “el lenguaje”. Percibí la dimensión de “lo sagrado”. Ahora, este es un gran honor. Mi lengua –la portuguesa– me permite explorar ciertos límites del lenguaje. He escrito sobre seres “fuera del mundo”. No acepto, en ocasiones, la realidad tal como es. Siento que el espíritu de Gabriel García Márquez está en esta casa, ahora con nosotros. El llamado “realismo mágico”, en África, no disiente mucho de nuestra realidad.
Comencé con la poesía y, después, ésta invadió mi prosa. La poesía no es un género literario, sino una manera de sabiduría, de percibir el mundo. Siempre seré un habitante de ese espacio. También fui periodista, oficio que me condujo a escribir cuentos y posteriormente una novela. Había una pujanza en el lenguaje periodístico que no me permitía expresar lo que logré con los relatos. Dejo que mis personajes cuenten la historia. Cada libro que escribo pide a un autor distinto. Así me ocurre. Mi método de trabajo es dejar que un personaje –o un conjunto de personajes– me encante. Los personajes me seducen. No tengo un mapa, tampoco un esquema.
En El mapeador de ausencias escribí: “Esta es la historia de un periodista y poeta portugués, un hombre ingenuo a quien le entregan las pruebas de una masacre cometida por el ejército portugués en Mozambique en 1973. Ese hombre bueno e ingenuo era mi padre. En aquel momento, la guerra de liberación nacional había llegado a las puertas de nuestra ciudad, Beira. La locura fue la respuesta en algunos de los barrios blancos. Aprendí entonces que la enfermedad es, a veces, la única medicina. Para unos era necesario olvidar lo que pasaba para tener futuro. Para otros, lo que pasaba ya era el futuro. Esta narración de ficción está inspirada en personas y episodios reales. En otras palabras, en este libro, ni la gente, ni las fechas, ni los lugares tienen otra pretensión que la de ser ficción.” Por eso usé, como epígrafe, una frase de Jorge Luis Borges: “¿Es un imperio esta luz que se apaga o una luciérnaga?” Y en el primer capítulo, titulado “Los que hablan con las sombras (Beira, 6 de marzo de 2019)” –pienso que todos hablamos con las sombras– recurrí, para el epígrafe de ese fragmento, a Adriano Santiago: “Toda mi vida ha sido un ensayo para lo que nunca ha llegado a suceder.”
Sostuve lo siguiente: “–Todos tenemos dos sombras. Sólo una es visible. Sin embargo, hay quienes conversan con su segunda sombra. Y ésos son los poetas. Usted es uno de ellos, uno de los que hablan con las sombras./ Todo esto me lo dice el portero a la entrada del salón de fiestas. Agita un libro de poesía y me pide que se lo dedique. Levanto los brazos en señal de amable rechazo:/ –No puedo, este libro lo escribió mi padre./ El portero se encoge de hombros sonriendo y murmura:/ –Entonces, el autor es usted mismo. Le escribo la dedicatoria, me convierto en una especie de autor póstumo. Las manos son mías, la letra, la de mi difunto padre. Me dan ganas de abrazar al portero, pero me contengo y deambulo entre las mesas engalanadas del salón. Algunas personas se levantan a saludarme. En la pared del fondo, un cartel con letras enormes reza la siguiente frase: ¡Bienvenido a su ciudad, Poeta Diogo Santiago!/ Recuerdo las palabras de mi padre. Los honores en tierras pequeñas son como los anillos en los dedos de los pobres: de esos brillos nacen envidias mortales./ Una hermosa mujer camina hacia mí./ –Me llamo Liana Campos, soy la maestra de ceremonias./ Y en su voz se percibe una temblorosa inquietud, como si la revelación de su nombre la dejara desarmada.”
Es correcto el planteamiento que ustedes bosquejan: se trata del luto, de la desaparición, de la pérdida.
Continué el texto con algunas ideas que planteé previamente en esta conversación: “Estoy de visita en Beira, mi ciudad natal; he venido invitado por una universidad. Desde que he llegado aquí he visitado escuelas, me he reunido con profesores y alumnos, he hablado con ellos del tema que más me interesa: la poesía. Soy profesor de Literatura, mi universo es pequeño pero infinito. La poesía no es un género literario, es un idioma anterior a cualquier palabra. Eso es lo que he repetido en cada uno de los debates./ En estos días he recorrido los lugares de mi infancia como quien camina por una ciénaga: pisando el suelo de puntillas. Si daba un paso en falso, corría el riesgo de hundirme en oscuros abismos. Esta es mi enfermedad: no me quedan recuerdos, sólo tengo sueños. Soy un inventor de olvidos./ Y aquí estoy, en este provinciano salón de fiestas, un hombre tímido y reservado, siendo víctima de un homenaje público. Las paredes están adornadas con flores de plástico y las columnas lucen vistosos lazos de papel de colores. Me han asignado una silla de respaldo alto, una especie de trono burlesco, a la cabeza de la mesa central. Las autoridades, dispuestas en estricta jerarquía a ambos lados de la mesa, me examinan con una mezcla de condescendiente simpatía y depredadora curiosidad./ Nada me cansa más que las celebraciones, con sus interminables conversaciones de circunstancias. Subo al escenario para leer el discurso. El aprieto de leer estas dos páginas es mayor que la dificultad que me supuso escribirlas. Rehíce el texto unas veinte veces. No es que careciera de habilidad. De lo que carecía era de mí mismo. Y ahora decido una intervención improvisada. Estoy enfermo, soy un escritor que ha perdido la capacidad de leer y de escribir. Ésta es la confesión de fragilidad que me apetecería hacer en este momento./ Tras los discursos y otras formalidades empiezan los bailes. Liana me hace señas para que baile con ella. Me niego rotundamente. A la primera oportunidad me escabullo hacia la salida y finjo estar ocupado con una llamada. El portero entabla conversación conmigo, frotándose las manos para armarse de valor./ –¿Se ha fijado, señor poeta, en nuestras damas con telas africanas en la cabeza? –me pregunta./ –Me parece bonito –le comento./ –El problema es que esas telas tan africanas esconden el pelo postizo de mujeres chinas. O indias, que será lo más probable./ Me apoyo en la puerta, cierro los ojos y suspiro. Oigo los pasos del portero que se acerca con la delicadeza de un gato. Me pega la boca al oído para superar el volumen de la música.”
Destaco la importancia de leer en voz alta. Cuando concluyo un libro entiendo la razón de su existencia. En efecto, el libro citado –El mapeador de ausencias– versa sobre el luto por la infancia feliz que afortunadamente tuve. Tenemos la posibilidad de inventar vidas infinitas –no sólo los escritores; todos contamos historias–, se trata de una sensación de encantamiento. Uno construye su propio camino. Las palabras y los personajes me poseen. Regreso a la poesía. Me llega como un relámpago. Cuando impregna mi prosa se vuelve el núcleo. Es una especie de danza. Al quedar inmersa en mi prosa me atrapa y se convierte en claridad. La poesía es una forma de iluminación en la historia. La condición poética proviene del corazón.
Nunca he sufrido escribiendo como otros colegas; trabajo a diario. Reescribo constantemente. He escrito libros que me duelen, pero no repercuten en mi ser de manera atormentada, en el fondo. Así es mi labor. No padezco esa guerra interna. No combato a la página en blanco.
Traducción de Alejandro García Abreu y Rosa Martínez-Alfaro.