Los viejos / Francisco Segovia

- Francisco Segovia - Saturday, 04 Jan 2025 17:15 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

El sexo recóndito que Abraham había intuido

con terror y con urgencia

y que Sara había abierto para él

para sus ojos —para abrirle los ojos

dejando que su propio corazón le diera un vuelco

y la sangre de sus venas invirtiera de golpe su sentido—

ese sexo que ardía y pulsaba como un tizón

entre las piernas de su esposa

musitando sin parar algo en sus sienes

se había cerrado poco a poco

como un hueledenoche.

 

Ya no sangraba más su herida apretaba los labios

y ya sólo murmuraba para sí misma en sus adentros

como un pozo cegado y su rumor secreto.

 

Su flor florecía ahora carne adentro

y ya no hincaba su aguda espina

en los transpensamientos de su esposo

no infiltraba su poción bajo la piel de Abraham

no arramblaba sus sentidos

con su río de adrenalina…

 

También él se había hundido ya en su carne

como el caracol y la tortuga se había replegado

lentamente en la ermita de su cuerpo

y respiraba debajo de las sábanas

en una misma bocanada

el olor de sus humores

y una sabiduría de sí

rancia y aceda...

 

Pero aún se amaban aún dormían

entrelazando las manos y las piernas

se soñaban uno al otro aún se sonreían uno al otro.

 

Y sin embargo qué distintos eran:

él grisáceo severo enjuto

ella radiante segura desenvuelta.

Por eso cuando la trinidad de ángeles

les anunció que al fin serían padres

el anciano Abraham abrió los párpados

y aceptó el misterio

mientras Sara simplemente

ante los ojos atónitos de Dios

soltó una carcajada.

 

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