La nueva música clásica
- José María Espinasa - Saturday, 04 Jan 2025 18:04
Con un saludo a Jorge Fondebriden
Hace unos meses un amigo me preguntó si recordaba cuándo había oído por vez primera a Los Beatles, y le tuve que responder que no lo sabía, pero que –pensaba– debió ser por allá de mediados de los setenta. Tardíamente: quince años después de su aparición y cinco después de que se disolviera el grupo. Una ingenua politización juvenil hacía que yo prestara más atención a los cantantes de protesta. Víctor Jara, Quilapayún, Daniel Viglietti… Pero como una memoria errática autoriza la ficción, quiero pensar que fue Francisco Segovia quien me los hizo oír, que fue en Tepoztlán y que fue “Lucy And The Sky With Diamonds”. Y quiero también pensar que me di cuenta rápido de la importancia que el cuarteto de Liverpool tendría para la que se volvería mi generación. Sin embargo, esa condición tardía supuso siempre un desapego sentimental, apenas remediado por mi pareja de aquellos años, ella sí una feroz y erudita apasionada del rock que apenas consiguió paliar mi ignorancia. ¿A qué viene esto? Bueno, a que hoy, cincuenta años después del momento en que los escuché por primera vez, tres publicaciones diferentes me han evocado con nostalgia aquel momento: Una reedición de La nueva música clásica, de José Agustín, la aparición de 1996: el año del nacimiento del rock, de Alberto Blanco, y creo que la cuarta edición, corregida y aumentada, de Sombras del rock (1962-1972), de Carlos Mapes. Tres libros con cariz autobiográfico y voluntad de retrato generacional. Los dos primeros más bien ensayísticos y el tercero yo lo veo como un libro de poemas. Su autor es un extraordinario editor y corrector de pruebas, que trabajó entre otros lugares en el suplemento en que se publica esta nota. Los textos compilados tienen algo de reconstrucción memoriosa de las carátulas de los discos de vinil en los cuales su autor los oyó por vez primera, y memorizó las canciones y alguna vez hasra las cantó acompañado por una guitarra con elemental chun tata. Y son desde luego afectivos y efectivos poemas para recrear la sentimentalidad de una generación sin ser un libro sentimental, pero sí nostálgico aunque de contenido lirismo. Su apuesta es por la descripción de un momento, fotografías –instantáneas– escritas. ¿Es el rock la música del alma de una/esa época? No es difícil decir que sí.
Todos nosotros somos, para usar palabras de Carlos Mapes, sombras del rock. Me habría gustado tener las ediciones anteriores ante mí, como unos puntos suspensivos, para entender plenamente ese forever y paladear el “Todos seremos olvidados. Excepto los Beatles” que funciona como epígrafe del libro y que el diseñador Juan Carlos Mena pone arriesgadamente en la portada. Al no encontrarlos no puedo evitar pensar, consecuencia de la nostalgia, que en buena medida estamos en este inverosímil regreso del fascismo, efectuando un duelo por el rock. Y que la contracultura es cosa de viejitos o actitud vintage. Como leer en papel. También recuerdo que en alguna de las anteriores ediciones había una dirección electrónica que nos remitía a un archivo en la nube con el playlist de las canciones que acompañaban a la nostalgia. Carlos nos debe a sus lectores un mapa-cronología del rock tan personal como sus sombras. Que Mapes nos deba un mapa no sólo es un juego de palabras. Mucho ha llovido desde que los Beatles aparecieron, mucho desde que se separaron y desde que John Lenon muere asesinado, tres hechos que corresponden a una mirada íntima de la historia que nos conmueve más restrospectivamente que el final de la guerra de Vietnam o la caída del muro de Berlín, pues pertenecen a otra historia. Las fechas que envuelven el libro –1962/1972– enmarcan también la infancia y adolescencia del autor que interrumpe su nostalgia cuando cumple diecisiete años, en medio del camino de la vida de un habitante del universo roquero. El rock esgrime la imagen de vivir apresuradamente y en el camino hay un cementerio: Janis Joplin, Jim Morison, Jimi Hendrix… pero es también abundante el panteón de los vivos octogenarios, empezando por Bob Dylan y Mick Jagger. Es decir, muertos o vivos, es un asunto de nostalgia. Por eso es curioso el acercamiento de Alberto Blanco en su libro: propone una historia del rock en términos musicales. Su fecha axial es 1967 y, también, inevitablemente, los Beatles, con Revolver. Y agrega a Dylan, que le suma cierta densidad en las letras. Es interesante la fecha, que toma de la aparición del disco de los Beatles, pues anticipa al movimiento del ’68 y señala que si bien eso se vivió desde lejos –México– se escuchó de muy cerca, muy intensamente y su final es Avándaro. Blanco y Mapes pertenecen a la misma generación y ambos tienen como libro del castor La nueva música clásica de José Agustín. Esa escucha, sin embargo, fue literalmente de oídas, se tardó tiempo en que los discos fueran mercancía común en las tiendas. En todo caso Sombras del rock forever y 1967: El nacimiento del rock son libros que documentan en su nostalgia nuestro optimismo. Y agrego una nota de carácter histórico-literario: cuando aparece Revolver de los Beatles en México se publica Poesía en movimiento. Si esa antología, que acaba con Homero Aridjis, nacido en 1940 e ignora el rock, se tuviera que replantear, sería el rock el condimento del movimiento de las siguientes siete –hay que ponerlo entre signos de admiración: ¡siete!– décadas.