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- Mario Bravo - Saturday, 04 Jan 2025 17:56 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Revolución, escritura y pan

 

“Soy nativa de Xalapa, Veracruz. Ahí mi padre fue panadero. Cuando vine a Ciudad de México busqué emplearme pero debía cuidar a mis hijos, así que me dediqué al pan para no salir de casa y no dejarlos solos”, dice Clara Hernández, quien vive al sur de la capital del país, en San Pablo Oztotepec, Milpa Alta.

“Era muy niña cuando mi papá me enseñó. Él falleció cuando yo tenía doce años de edad. Ya de grande busqué recetas y ahora esto es mi trabajo. Me despierto a las cinco de la mañana. Luego luego empiezo a hacer el pan y, para la una de la tarde, debe estar horneándose. A partir de las dos, salgo casa por casa a venderlo, desde hace dieciocho años.

En “El calor del pan”, el periodista Juan Forn reconstruye un diálogo entre dos revolucionarios rusos que deseaban escapar de Siberia: “Echados uno contra el otro en el barracón, para resguardarse del frío, uno preguntaba en la oscuridad: ‘¿Con qué estás soñando?’. El otro contestaba: ‘Con panes. Con el aroma del pan que se sentía al pasar frente a una panadería’. Sí, sobre todo de noche, decía el otro. Y especialmente en invierno: te llegaba de pronto un calor animal a los sótanos del alma. Un calor de pan. Por eso estamos aquí, decía entonces el que soñaba: porque no todos los hombres tienen pan.”

Dice Clara: “Algo principal es pesar cada ingrediente: azúcar, levadura, mantecas; el huevo no se pesa, sino que sólo se pone por piezas. Todo eso debe pesarse para que el pan siempre tenga el mismo sabor. Una vez que ya preparé la masa, reposa dos horas mientras limpio mis charolas y atizo el fuego en
el horno de leña. A las once de la mañana, entonces, barro mi horno con una escoba grande que hice con hierbas. Saco toda la ceniza y comienzo a hornear. Me da alegría. Si estás enojado, tu pan no se esponjará. El estado de ánimo se refleja en el trabajo. Si acaso el pan esponja, aunque estés enojado, se bajará en cuanto toque el calor del fuego. En cambio, si estás de buen humor, el pan queda muy bonito y esponjoso.”

“Los poemas no son palabras, al fin y al cabo, sino fuegos para el frío, cuerdas tendidas a los perdidos, algo tan necesario como pan en los bolsillos del que tiene hambre”, escribió la estadunidense Mary Oliver. Al escuchar a Clara mientras vincula la alegría, el enojo o la tristeza con el sabor final en sus panes, comprendo por qué Roque Dalton dijo que “la poesía es como el pan, de todos”.

“El sabor cambia mucho con la leña. El gas, en el cocimiento, le roba sabor. Mi horno está hecho de ladrillos rojos, tierra y calidra. No lleva cemento porque reventaría el material. No tengo batidora, lo hago a mano. Ese es el otro punto del sabor de mi pan. Un panadero nos decía que si usas una máquina, da vueltas y vueltas, y allí la masa llega a cocerse y eso roba sabor. Todo es manual, aunque a mí ya no se me hace cansado… incluso es gratificante.”

“El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos”, critica Eduardo Galeano en El libro de los abrazos. Ni la revolución ni la poesía ni el pan son lo que son, o lo que debiesen ser, sin algo tan básico y potente como el amor.

“También está implicado. Uno debe tener amor al trabajo. Tenemos clientes que ya se han hecho viejitos junto a nosotros. Esto es mi trabajo y prepararé pan hasta que pueda. Se ha hecho el centro de mi vida.” Las palabras de Leila Guerriero resuenan y se anidan como una bandada de gorriones en un rincón del pecho: “Hay que amasar el pan con cansancio, por cansancio, contra el cansancio. Hay que amasar el pan sin humildad, con empeño, con odio, con desprecio, con ferocidad, con saña. Como si todo estuviera al fin por acabarse. Como si todo estuviera al fin por empezar. Hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo. Escribir. Amasar el pan. No hay diferencia.”

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