El zorro y el erizo: las cartas de Carlos Fuentes y José Donoso
- Evelina Gil - Saturday, 04 Jan 2025 17:29
En 2023 se hicieron públicas las llamadas Cartas del Boom (Alfaguara), cuya curaduría estuvo a cargo de cuatro editores expertos en cada uno de los cuatro implicados. En su momento realicé un estudio sobre dicha correspondencia y manifesté mi contrariedad ante la notoria ausencia de José Donoso, cuya participación se colige en algunas de estas cartas. Lo cierto es que, recientemente, Donoso ha sido eliminado del Boom señero que ha pasado de cinco a cuatro miembros, y en aquel ensayo sugerí los posibles motivos para enmendar aquel pretendido canon. Un año más tarde se publicó José Donoso y Carlos Fuentes, Correspondencia (Alfaguara, 2024) que en cierta medida ratifica algunos de mis argumentos. En la introducción firmada por los compiladores, el escritor e investigador Augusto Wong Campos (que participa también en el libro arriba citado) y la académica chilena Cecilia García-Huidobro, intentan explicar la omisión del autor chileno: “Fiel a su personalidad y pese a que la fama era objeto de deseo [Donoso] se negó a ‘transar’ con todos los ‘requerimientos’ que lo hubieran integrado mejor al Boom: no pretendió tener una presencia política ‒ni pretendió el poder: ‘No tengo vocación de mártir político, como tú’, le dice a Fuentes ‒en tanto sus relaciones personales con Julio Cortázar fueron apenas cordiales y hasta más cerca de la hostilidad, pues ‘no es santo de mi devoción’.” Se emplea asimismo la metáfora del Boom como una orquesta en la cual Donoso funge como “solista freelance por antonomasia”. El propio Donoso, en carta fechada 14 de septiembre de 1971, en pleno apogeo del Boom, celebra a Fuentes como el gran ‒y muy envidiado‒ impulsor del mismo, a partir de La región más transparente.
El “maldito” del Boom
Las cartas de Donoso a Fuentes se perciben sinceras pero también cargadas de una angustia colindante con la paranoia, que nos remite al libro Correr el tupido velo, donde Pilar Donoso expone fragmentos de los diarios de su padre, lo cual prácticamente le costó la vida, pues se suicida un par de años después de publicado este libro que, dicho por ella misma, puso a prueba su cordura y sus deseos de seguir adelante. Ya desde entonces Donoso se prefiguró como “el maldito” del Boom, no sólo por presentar signos de una incipiente enfermedad mental, nunca debidamente diagnosticada, sino por una abrupta “salida del clóset”, de la cual su única hija fue la segunda en enterarse (la esposa, la primera); sin embargo no existe constancia, pues la única persona de la que él se declaró enamorado, ya en sus últimos años de vida, fue otra escritora de nombre Ágata Gligo. Ni siquiera en la novela en clave Desde el jardín, el alter ego del autor termina por definir su supuesta homosexualidad. El asunto, por tanto, queda en el limbo, en una posible confusión; una bisexualidad sofocada, en todo caso, lo cual, hemos de reconocer, colisiona con un movimiento tan machista como el Boom.
Ya en Las cartas del Boom, Carlos Fuentes hizo gala de su máxima virtud y de su mayor defecto: la generosidad y el machismo, mismas que reaparecen, magnificadas, en su correspondencia con Donoso. Salta a la vista que Fuentes se abre más con Donoso que con sus otros tres receptores… lo cual es mucho decir. Descarto la posibilidad de que esto se deba a que se conocían desde niños, más exactamente, cursaron estudios primarios en la misma escuela, tal vez llegaron a coincidir pero no entablaron una gran amistad. La mutua admiración puede deberse a coincidencias estilísticas que tienen su origen en influencias y lecturas análogas. Experimentadores natos, arquitectos de complejos obeliscos sintácticos, retóricos y alegóricos; imaginadores elegantes y sórdidos. No pueden existir dos personalidades más antagónicas que Carlos Fuentes y José Donoso. El primero: carismático, avasallante, seductor, hiperactivo, emprendedor y muy macho. El segundo… no lo opuesto por completo pero sí muy distinto. En este intercambio epistolar Donoso es la contraparte pasiva. Es el que recibe, el que manifiesta su vulnerabilidad, el que se desahoga. Ahora bien: Fuentes es, hasta donde sé, la única persona con la que un muy desconfiado Donoso se proyecta tal como es, aunque jamás mencione, ni siquiera insinúe, su confusión sexual, acaso por temor a ser rechazado por un amigo de agresiva masculinidad. Al igual que con los otros tres miembros del Boom, Fuentes derrocha generosidad; gestiona traducciones y genera vínculos profesionales para todos ellos, pero sin duda el más inepto en cuanto a socializar y pedir favores es Donoso, si bien habrá de desarrollar tal confianza en Fuentes que terminará solicitando su intervención para asuntos diversos. Fuentes es más abierto para hablar de su matrimonio con Rita Macedo, no tanto con su segunda esposa, Silvia Lemus. Donoso, quien, sabemos ahora, protegía demasiado su intimidad, consciente acaso de que su relación con María Pilar no era precisamente normal (como tampoco la de Fuentes y Macedo, aunque por otros motivos); que vivían inmersos en un infierno al que poco más tarde integrarían a su hija adoptiva, Pilar, aborda con superficialidad casi despectiva su vida doméstica. Al nacer la hija mayor de Fuentes, le hace llegar una de las primeras fotografías de la niña a Donoso, a quien presenta como “con mucho, mi mejor obra”, en carta fechada 23 de julio de 1963, apenas un par de semanas después del alumbramiento de Cecilia Fuentes Macedo. Cuatro años más tarde, 10 de diciembre de 1967, sin foto de por medio, Donoso anuncia a Fuentes: “Hemos adoptado una hija de tres meses, María del Pilar Donoso Serrano, que hace caca verde, llora toda la noche y tiene los ojos negros y fijos como dos botones recién cosidos.” La brevísima frase con que Fuentes describe a su hija refleja una emoción más genuina que la más extensa de Donoso, quien ha adoptado una bebé para mantener “ocupada” a María Pilar, la cual, entre su alcoholismo y su falta de tiempo para desarrollar su propia vocación literaria (se sabe que María Pilar Serrano tenía varias ideas en el tintero, entre ellas una ambiciosa novela histórica), no estaba apta para prohijar una maternidad a la que, a consecuencia de una patología, había renunciado años atrás. Ella, por su parte, intenta mantener una relación epistolar con Mercedes Barcha y Patricia Llosa, esposas de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, misma que hubiera sido muy interesante localizar aunque no perdurara más allá de la buena intención: las tres estaban demasiado ocupadas resolviéndoles la existencia a sus exitosos cónyuges. Donoso, por lo general, habla en plural, aunque no en todos los casos tendría por qué estar incluyendo a María Pilar. Ella es casi su apéndice, la que lo sigue a todas partes, y eventualmente hace bromas acerca de los problemas de salud de su mujer, mucho más delicados de lo que él deja sentir. Fuentes, a su vez, lo vuelve cómplice de sus aventuras extramatrimoniales, cosa que se advierte más a través de los comentarios pícaros de Donoso, lo que induce a sospechar algún tipo de censura u omisión en el caso específico de las cartas del autor mexicano. “Tenme al tanto de nuevos libros y nuevas vaginas”, le escribe el chileno.
El sexo y la palabra
Una importante disparidad entre ellos es su temperamento como escritores. Para Fuentes la escritura es lo único más importante que el sexo o, cuando menos, igual. Es algo que disfruta intensamente. Donoso, por su parte, se exige demasiado y, en consecuencia, sufre en su búsqueda de la perfección, al grado de generar una úlcera gástrica que casi le cuesta la vida. En sus Diarios se infiere que este afán que trastocaba el placer en autocastigo, se debía a su empeño en ser aceptado por Carmen Balcells, agente de los otros cuatro miembros del Boom que con Donoso manifestaba reparos. Lo mandaba a modificar sus manuscritos una y otra vez, como haría una maestra con un alumno deficiente. Esto desmiente, en cierta medida, que el chileno haya sido un outsider por principio propio. No descansó hasta satisfacer los caprichos de Balcells; hasta no formar parte de la agencia que diseñó el marketing del Boom y era, básicamente, “cuartel” del mismo. Donoso, pues, quería formar parte del Boom señero, aunque esto le costara perder autenticidad. Se dice que alimentó un odio visceral por aquella a quien
se desvivió en complacer, que culpaba a la Balcells de hacerle perder la brújula en tanto autor. El Donoso de Coronación, aquella primera novela que fascinó a un joven Fuentes, virtualmente desapareció.
Cuando Fuentes cambia de vida tras conocer a la periodista televisiva de origen español Silvia Lemus, aunque no se divorciará de Rita Macedo sino hasta mucho más tarde y por solicitud de ésta, se advierte un vacío importante en su correspondencia con Donoso, quien le escribe varias veces sin recibir respuesta. Cuando Fuentes retoma la comunicación le hace saber que ha cambiado de esposa y está a punto de ser padre por segunda vez. A diferencia de Donoso, que tiene en Fuentes un paño de lágrimas comprensivo, fiable y hasta paternal, este último omite el calvario que lo hacen pasar la terrible enfermedad genética de su hijo Carlos, que lo condenaría a una vida muy corta, así como los problemas nunca especificados de su hija Natasha, que culminarían con una muerte misteriosa. Una vez más me pregunto si hubo algún tipo de censura en este caso. Los trágicos fallecimientos de los jovencísimos Fuentes Lemus no se menciona ni siquiera en la Cronología. Lo más seguro es que nos estemos perdiendo de algo aunque, en general, la sensación que deja este epistolario que nos lleva de la fascinación a la indignación, de la risa a la melancolía, es que, en definitiva, Carlos Fuentes y José Donoso fueron los dos grandes amigos y cómplices del Boom, al margen del movimiento mismo.