El fenómeno Banksy

- José María Espinasa - Sunday, 08 Dec 2024 09:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Banksy, el artista plástico cuyo trabajo aparece de pronto en los muros de Londres y tiene un enorme éxito, sin duda ha generado innumerables especulaciones sobre su identidad o, como se plantea aquí, si es un truco o recurso muy eficaz de, por ejemplo, la publicidad ya con gran valor económico.

 

El arte contemporáneo esta jalonado por casos extraños que a veces alcanzan precios extraordinarios en el mercado, sin que ninguna razón, al menos estética, los justifique. Pienso en el caso de Jeff Koons y sus globotes. A veces tiene justificaciones extrañas y experimentales, como Christo y sus envueltos, o provocaciones simples como un plátano exhibido en el museo como obra de arte para que alguien se lo coma. Entre esos a veces atractivos despropósitos del arte moderno, el caso de Banksy es bastante diferente. El hecho de que este famoso desconocido sea uno de los artistas más cotizados no deja de provocar desconfianza en un espectador alerta como un simulacro publicitario. Hace algunas semanas en los puestos de periódicos, donde hoy, fruto de la pandemia y el universo digital, se venden más libros que diarios, salió a la venta el primer volumen de la colección Street Art dedicado precisamente a Banksy, a la vez que en las calles de Londres apareció un número más elevado de grafitis de su autoría (y soy consciente de que la palabra autoría hay que tomarla con pinzas).

Lo primero que diferencia a Bansky de alguien como Koons, por ejemplo, es que resulta estéticamente más propositivo y mucho más simpático su gesto. Banksy; la jungla urbana, y la colección misma, ejemplo de una buena idea editorial que, supongo, tendrá éxito comercial.

Desde hace ya varios años pienso que antes de la pandemia, en la estación Hidalgo del Metro hay una exposición titulada Involuntary Mexico (el título está en inglés: México involuntario), que muestra un buen número de fotos, tomadas en el contexto urbano que muestran el aspecto de nuestra metrópoli, transformadas en propuestas visuales, es decir: obras de arte, en que el autor es el azar y el tiempo. Como la exposición, realmente muy buena, no ha sido retirada y se encuentra en un espacio por el que circulan millones de pasajeros, las piezas han cambiado deterioradas por el clima y el vandalismo, transformándola en una exposición en marcha, viva, que responde a su intención y su deterioro reformula su significado.

¿Se relaciona esto con Banksy? Yo creo que sí. Todo arte mural, desde los griegos o las civilizaciones precolombinas, presupone una arquitectura y un contexto, pero en el pasado todo tenían menos falta de voluntad, pues ésta podía ir desde objetivos religiosos hasta puramente decorativos, es decir, tiene una intención, como muestra el muralismo mexicano viejo ya de hace un siglo. Arte callejero no es exactamente lo mismo que muralismo ni grafiti, la versión contemporánea. Entre los primeros hay claramente una intención política, lo cual provocó que pasado el tiempo y la sorpresa de su poder expresivo se mostrara evidente su carácter demagógico. El grafiti también tiene una intención política, pero es bastante menos elaborada, lo cual lo ha librado, en parte, del riesgo de la demagogia.

¿Cómo situar el arte de Banksy? La sucesiva aparición en poco tiempo de sus imágenes en las calles de Londres me hace pensar algunas hipótesis: como el muralismo y el grafiti, como la pintura renacentista, tiene algo de narrativa gráfica: no sólo nos da una imagen, nos cuenta una historia, aprovecha como elemento creativo el tiempo sucesivo y en las últimas construye un zoológico. Es evidente que hay un dejo de ingenuidad en las pinturas que acentúa la simpatía que provoca en el espectador, incluso el uso de esténciles, pero sobre todo la incorporación que hace de los elementos previos. De la abstracción que la humedad o el sol provocan en un muro en Involuntary Mexico surge la forma y se nos muestra como una especie de pintura rupestre de un ayer inmediato o un hoy totalmente presente. La condición efímera del grafiti, ya sea porque se le cubre con pintura o se le lava o se deteriora, se asume aquí como una veladura que se desvanece, que está plasmada en ese desvanecerse, como si fuera una sombra que ha perdido su origen y que por eso adquiere mayor realidad. Los milenios transcurridos desde Altamira se anulan en el gesto y se desvanecen como los murales de Roma Fellini al contacto con el aire, es decir, con la mirada. No sé si en esas arquetípicas cuevas de la prehistoria había humor, quisiera creer que sí, pero en las de Banksy es evidente y en un estado de pureza que no es nada ingenuo. Esa simpatía no se pierde del todo cuando nos entra la sospecha de que hay, bajo ese nombre, un ardid publicitario.

Es una posibilidad de esa búsqueda contemporánea del museo fuera del museo, pero también de la ciudad como espacio significante, habitarla en sentido creativo. En cierta manera lo mismo que Involuntary México, donde lo que se propone es justamente volver voluntaria esa mirada que nos permite reformular el espacio urbano. Fotógrafos que exhiben impresiones que se desvanecen, pintores que usan materiales que se pudren o se deterioran, una plástica en busca de sus posibilidades narrativas. Como el espacio urbano ha sido durante años territorio o de la publicidad comercial o de la propaganda política, la propuesta de Banksy tiene algo de verdad iconoclasta: un amigo, cuyo muro externo en su vivienda es aprovechado por publicistas para anunciar conciertos, me contaba que a veces el impreso pegado en la mañana era tapado –sustituido– por otro que se le pegaba encima, hecho que podía ocurrir hasta cuatro veces durante el día. Al principio él los arrancaba, hoy deja que la superposición de capas de papel expuestas al sol o a la lluvia se deterioren y cuenten su historia. Sin embargo, ese anonimato anómalo de Banksy no anula la idea de autor, sino que, paradójicamente, la impulsa en el mercado. Una obra suya en un muro urbano de inmediato se vuelve, más allá del valor artístico, un valor económico, y el último amenaza con hacer desaparecer para siempre al primero.

 

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