Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 08 Dec 2024 10:31
La célebre actriz, productora, empresaria teatral, conductora televisiva y política Silvia Pinal expiró el pasado 29 de noviembre, a los noventa y tres años de edad. Dicho sea clásicamente, con su deceso muere otro poco de lo muy poco que a estas alturas va quedando de la llamada época de oro del cine mexicano. Sin duda, la nacida en la capital del país a mediados de 1931 era una de las principales figuras de eso que suele llamarse “el mundo de la farándula”, del cual formó parte esencial particularmente en virtud de su muy dilatado trabajo televisivo, mismo que, por cierto, para la mayoría del público resulta no sólo el más notorio sino el único realmente conocido. Con una duración superior a las dos décadas, el programa en serie Mujer, casos de la vida real, ideado, producido y conducido por la Pinal –como también solía llamársele–, a medio camino entre la (poca y blanda) denuncia de la condición femenina contemporánea y el melodrama decididamente lugarcomunesco, se convirtió en referente popular aunque no precisamente por su relevancia temática, sino por suscitar la chunga.
De adelante pa’tras
Empero, y paradójicamente sin desmedro de su fama y su prestigio, la trayectoria artística de la Pinal es mejor cuando más atrás se va en el tiempo: sus últimas participaciones fílmicas, esporádicas y escasas, no son recordadas casi por nadie y no importa; lo mismo sucede con sus apariciones, meros y brevísimos homenajes, en programas televisivos de toda laya, merecedores de un discreto olvido. Otro tanto puede afirmarse del teatro musical, tan caro para ella aunque, la verdad sea dicha, tan efímero en la memoria colectiva –¿o alguien dirá “¡cómo la recuerdo en Mame!”, o “su Hello Dolly hizo de ella la mejor actriz de teatro de este país”?
Puestos aparte la televisión y el teatro, así como su priismo político, que la hizo diputada, senadora y “primera dama” estatal, puede afirmarse que lo mejor de la Pinal está en su carrera cinematográfica, y que en rigor ésta concluyó en 1992, con su papel protagónico en Modelo antiguo, de Raúl Araiza. De ahí es preciso dar un muy largo salto temporal, superior a las dos décadas, en el cual cabe su curiosa, variopinta y en México casi del todo desconocida incursión en el cine español e italiano, hasta llegar a la etapa que, con toda justicia, es considerada por la mayoría como el punto más alto de su desempeño histriónico: se habla, por supuesto, de la triada buñuelesca integrada por Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964). La primera en particular hizo de ella una celebridad que trascendió el ámbito mexicano, y será para siempre un misterio por qué, en vez de seguir por esa senda, la Pinal se decantó por producciones que, sin ser necesariamente todas malas, acabarían pareciéndolo si se les compara con cualquier película de Luis Buñuel. Tampoco ayudó la evidente querencia pinalesca por el tono humorístico, en aquellos tiempos desplegado sobre todo en la televisión, al lado de su tercer esposo, el cantante/actor Enrique Guzmán: era como si renunciara de manera voluntaria a un desempeño exigente para un cine ídem.
Empero, bien conducida, su estupenda vis cómica le habría podido reportar mucho más que las posteriores décadas de telenovelas y series melodramáticas; así lo había demostrado con su memorable Mané en El inocente (Rogelio A. González, 1956), al lado de Pedro Infante –“eso debe ser dificilísimo...”–, y antes en El rey del barrio (Gilberto Martínez Solares, 1950), en mancuerna con Tin Tan. Desde luego, tampoco le faltaba talento para el drama puro, verbigracia Un rincón cerca del cielo (Rogelio A. González, 1952), y Un extraño en la escalera (Tulio Demicheli, 1955), esta vez en compañía de Arturo de Córdova.
Pero la Historia fue una, ella la decidió, tuvo tanto de memorable como de meramente farandulero y, como resultado, la Pinal fue la Pinal hasta el final.