Bemol sostenido

- Alonso Arreola | @escribajista - Sunday, 17 Nov 2024 09:25 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Quincy, más allá de Jackson

 

Crecimos admirando esas palabras: Quincy Jones. Su misterio. La figura que nombraban. Claro, como la mayoría de los adolescentes en los años ochenta, aprendimos que Michael Jackson había conseguido su cetro gracias a las artes de ese “camarlengo” con poderes mágicos.

Así es, lectora, lector. Por su trabajo conjunto el disco Thriller arrasó con todos los premios y récords. Pero su amistad no comenzó allí. Jackson y Jones se conocieron durante la filmación de la película The Wiz (versión del Mago de Oz). Poco después, en el año ’79, hicieron el álbum Off The Wall. Tras un éxito agorero, se embarcaron en la escucha de ochocientos temas para la selección de nueve que cambiarían la historia.

Allí estaban “Billy Jean” y “Beat It”, canción para la cual invitaron al guitarrista Eddie Van Halen. Un cruce que agrietaba toda división genérica. Una decisión mayúscula, entre muchas otras. ¿Ejemplos?

Las baterías serían minimalistas (sin redobles), las articulaciones entre las secciones de cada composición ocurrirían sin grandes preparaciones. Todo estaría al servicio de la voz, supeditado a una estabilidad nunca vista.

Si en el rock de los cincuenta la guitarra se apoderó del mundo, fue en los sesenta y setenta cuando llegaron los teclados y sintetizadores premonitorios. Entre el art rock, la psicodelia, el punk y el progresivo, muchas bandas configuraron variantes clásicas que sacudían las estructuras de una industria ligada a la radio, la política y los intereses del capitalismo.

Intensamente, empero, la música negra sumó otros derroteros, creciendo constantemente. Secciones rítmicas, alientos y coros se hicieron poderosos en canciones que permitían grandes dosis de improvisación. Jazz, Soul, Funk, R&B, Motown… Todo derivó en la música disco, comarca del bajo eléctrico.

Por esas veredas apareció Quincy Jones. Y calmó las aguas. Señaló que la música diseñada podría tener más éxito al repetirse de manera igual, fuera en vivo o en estudio. Y tuvo razón.

Ya lo hemos dicho en el pasado: hoy cualquiera “produce” o se autoproclama productor. Pocos entienden la relevancia de un cómplice creativo que conozca y entienda el más profundo ADN de la teoría y la técnica. Así era este genio. Un aventurero que dirigió los destinos de Miles Davis, Tony Bennet o Frank Sinatra. Un visionario que, ya en su más avanzada vejez, tuvo tiempo para encontrar y catapultar a Jacob Collier.

Claro. Su obra con Michael Jackson no hubiera sucedido sin la influencia inglesa. Pero no había conexiones globales ni inteligencias artificiales ni celulares. Era condición tener un olfato especial en la sinapsis estética. Ese mismo sentido le permitió acercarse al rap, al hip hop, dirigir orquestas, hacer arreglos y composiciones para solistas, grupos, películas (A sangre fría, El color púrpura) y series (Ironside, The Cosby Show).

Incluso lanzó su propio sello y plataforma para creación y consumo musical: Qwest. Algo natural tras décadas surcando los pasillos del negocio sonoro. Y sí. Jackson y Jones se juntarían otras veces, como sucedió para la grabación de Bad y el mítico registro del tema altruista “We Are The World”. Pero repetimos: esa fue sólo una parte mínima de su oficio.

Trompetista, pianista, tecladista y cantante, en su juventud fue miembro de las big bands de Lionel Hampton y Dizzy Gillespie. Se hizo amigo y colaborador de Ray Charles. En París estudió con la legendaria Nadia Boulanger y se acercó a figuras como Bernstein y Picasso.

Con casi veinte discos bajo su nombre, participó en cientos más ejerciendo múltiples funciones. Imposible citarlos hoy, a dos semanas de su fallecimiento. Queden las palabras de su nombre como puertas a ese catálogo de valor universal. Como invitación a un país maravilloso. Descanse en paz. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

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