Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Saturday, 26 Oct 2024 09:05 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Morelia 22 (I de III)

 

La vigésima segunda edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM22), que comenzó el pasado viernes 18 y concluye el día de hoy, ha confirmado las virtudes que lo ubican innegablemente como el mejor evento cinematográfico que se celebra en México. Una selección de largometrajes de ficción nacionales en competencia que bien puede ser calificada de variopinta, sin que eso signifique reproche o desmedro; otra de documental de la que puede decirse algo similar, y una muy amplia de cortometrajes, tanto de ficción como documentales que dan cuenta de idéntica variedad de temas y maneras de abordarlos, como todos los años, desde hace dos décadas y fracción, vuelven a hacer del FICM cita obligada para todo cinéfilo que se respete y, al mismo tiempo, le toman el pulso a la producción cinematográfica mexicana reciente.

Asimismo se refrenda un par de virtudes del Festival: la selección (y exhibición posiblemente única) de la cinta ganadora más reciente del Festival de Cannes, acompañada de otros filmes procedentes del evento francés, así como por una muestra de estrenos internacionales de corte bastante menos superficial y prescindible que ese al que está habituado el público masivo.

El otro acierto es contar, como aquí se suele, con la presencia de cuando menos un cineasta de prestigio y fama incontestables; por aquí han pasado lo mismo Barbet Schroeder que Werner Herzog que Quentin Tarantino que Bela Tarr y muchos otros; esta vez tocó el turno a Francis Ford Coppola, cuando menos candidato a leyenda viva a sus ochenta y cinco años y su trayectoria fílmica, abundante en simas pero sobre todo en cimas. Su presencia y el reconocimiento que le brinda el FICM fueron acompañados de una breve, muy sustanciosa y agradecible muestra de filmes que forman parte de cualquier antología bien hecha de lo mejor del mundo; dígalo si no que fue posible ver, en pantalla grande y en un teatro que a la vez parece una sala de cine de a deveras, El padrino y El padrino II, par de joyas que no vinieron solas: también se exhibieron La conversación (uno de sus filmes más logrados, y para muchos el mejor de todos cuantos ha hecho Coppola) y ese otro germinal en su momento, vigoroso, pleno de osadía dramática y formal que es Rumble Fish, en México retitulado La ley de la calle.

 

El mundo visto durante ocho décadas y media

Osadía y vigor, precisamente, son las cualidades que más destacan en el que, si el tiempo y la vida lo deciden, podría ser el testamento fílmico de ese pequeño genio que es Coppola: Megalópolis, de este mismo año, según palabras de su autor es una cinta en la que puede apreciarse su visión del mundo tal como es hoy, decadente pero aún capaz de la esperanza, y al mismo tiempo es la película en la que ha empeñado lo mucho que ha aprendido tanto del cine como de la condición humana.

Maestro del exceso e impermeable a la crítica superficial, Coppola propone una actualización de la caída (sólo que con final feliz) del imperio romano, gemelo del estadunidense al que metaforiza en la Nueva Roma-Nueva York donde tiene lugar la trama. Compleja, hiperreferencial y por momentos indigesta, Megalópolis se corresponde a lo que su autor ha sido siempre: un cineasta ambicioso, propósito y suscitador de la polémica. Queda por verse si este será su canto del cisne y, si así fuera, más allá de lo que Muchagente le quisiera reprochar, la cinta pone de manifiesto que hay cineastas octogenarios mucho más jóvenes que quienes han nacido décadas después. (Continuará.)

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