El fulgor de la amistad: Jaime García Terrés y Octavio Paz

- Rafael Vargas - Sunday, 16 Jun 2024 08:16 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Las dedicatorias que los escritores hacen en sus libros para amigos o colegas, aunque sutiles y en apariencia triviales, ofrecen datos de su relación que no dejan de ser significativos. Este artículo busca y encuentra en las que hizo Octavio Paz en sus libros a Jaime García Terrés las fibras de su amistad y mutua admiración.

 

Se suele decir que la biblioteca de un escritor es el espejo de su vida intelectual. Es eso y más: también un archivo, una agenda, una suerte de álbum, una inopinada bitácora. Aquí y allá, en guardas, en falsas, en las últimas páginas, encontramos anotados nombres, fechas, domicilios, recordatorios de compromisos… De pronto, los libros se convierten en discretos apuntadores que nos ayudan a tener presentes asuntos de todo tipo durante el período en que los portamos y nos acompañan a todas partes. Y cuando se suman a sus semejantes en el conjunto de una biblioteca, se transforman en un inapreciable repertorio de datos que ningún biógrafo medianamente avezado puede dejar de consultar.

Por supuesto, son consustanciales a los libros notas y subrayados, comentarios al margen, aplausos y reparos, correcciones de erratas, datos que precisan un punto específico del contenido. Y hay quienes –reseñistas e historiadores, por lo general– añaden lo que entre bibliotecarios se llaman “testigos” o “troballes”; es decir, papeles sueltos que se dejan en el interior de los libros, como reseñas acerca del propio volumen en el que han sido incorporados, o bien recortes periodísticos sobre el autor y su obra.

Pero los libros no sólo resguardan el contenido que les es afín y los define como tales; también atesoran u ocultan entre sus páginas, con más frecuencia de lo que uno imagina, cartas, fotografías, postales, los restos de una flor, identificaciones, cheques jamás cobrados, boletos del Metro, incluso algún olvidado rizo.

Por eso, la posibilidad de acceder a la biblioteca de un escritor y revisarla con calma resulta tanto o más interesante que el más minucioso examen del catálogo de las obras que la conforman. Es un poco –valga la tosca analogía– como la diferencia que hay entre saludar a una persona y contar con su anuencia para escudriñar la palma de su mano.

En la biblioteca personal de Jaime García Terrés, que custodia como tal la Biblioteca de México en la Plaza de la Ciudadela, hay una cantidad de información en huellas que aguardan ser descubiertas no sólo por quienes se han dedicado al estudio de su obra, sino también por aquellos que investigan y documentan la historia de la cultura nacional en la segunda mitad del siglo XX, período en el cual García Terrés tuvo un papel especialmente relevante.

Un hilo que vale la pena desprender de entre la vasta trama de 18 mil volúmenes que la integran es el que permite seguir (por ahora de manera parcial y provisional) una faceta de la amistad entre Octavio Paz y García Terrés a través de las dedicatorias que aquél inscribió en los libros que obsequió a su colega, diez años menor.

Parcial y provisional, porque sólo hasta que se tenga acceso a la biblioteca de Paz podrá conocerse lo que García Terrés inscribió en los libros de su autoría que en ella se encuentran. La suma de unas y otras dedicatorias trazará una correspondencia paralela a la postal, al tiempo que la ampliará y complementará. (Tampoco se conocen aún los dos lados de su trato epistolar, pues sólo se han publicado las cartas que Paz envió a García Terrés.* Pero sin duda el tiempo brindará la oportunidad de leerla completa.)

Hay en la biblioteca de García Terrés diez libros, tres plaquettes y tres separatas dedicados por Paz a su colega y amigo que corroboran la amistad que trabaron al conocerse en París, en febrero de 1950. Sin duda Paz envió más libros a García Terrés; estos dieciséis son los que hoy se pueden consultar.

Es obvio que, al residir en Francia, Paz rara vez disponía de ejemplares de obras que se imprimían en México. Por ello no figuran en este conjunto primeras ediciones de El laberinto de la soledad ni de Libertad bajo palabra (1949). El primer título que le dedica a García Terrés es Semillas para un himno, impreso por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en junio de 1954, cuando ya ambos han vuelto a México: “A Jaime García Terrés, poeta y amigo, con afecto, Octavio”. Esa dedicatoria denota aprecio, pero moderado: el trato entre ambos aún no acaba de estrecharse, aun cuando en noviembre de 1953 García Terrés ha saludado de manera muy cordial el regreso de Paz (luego de de vivir fuera de México una década) desde “La Feria de los días”, su flamante columna en la Revista de la Universidad, cuya dirección acaba de asumir en septiembre de aquel año.

La Revista será uno de los factores que consolidarán la amistad entre ambos pues, al colaborar –uno como editor y el otro como autor– se beneficiarán mutuamente. Un factor más será la creación del grupo teatral Poesía en Voz Alta, iniciativa de García Terrés que Paz hace suya con un interés que roza la devoción y el desvelo.

Hay que señalar que las dedicatorias que Paz inscribe en sus libros son casi siempre escuetas y mesuradas –no era, en general, un cultor de ese género menudo, como sí lo era Alfonso Reyes. Así lo constata la dedicatoria que acompañó el envío de, precisamente, Semillas para un himno “Para Julio Cortázar, con un abrazo cordial.” Sin embargo, también debe señalarse que el tiraje de ese libro fue de 275 ejemplares y que debe considerarse como una deferencia el recibir uno de ellos como regalo.

El tono de las dedicatorias de Paz es cada vez más franco y afectuoso con cada sucesivo obsequio. En los años sesenta, cuando se da la coincidencia de que ambos han sido nombrados embajadores (Paz ante India, García Terrés ante Grecia), la amistad que las palabras transmiten tiene ya un aire pleno de espontaneidad y sencillez. Es el caso del apunte en la portadilla de Viento entero (1965): “A Jaime y Celia García Terrés, con la esperanza de verlos pronto en el Monte Parnaso o en los Himalayas, Octavio. Delhi, 4 de noviembre de 1965.” Y al año siguiente aprovecha el envío de una esbelta separata con seis poemas y un recuerdo de e.e. cummings para reprocharle a su amigo, enseguida de la dedicatoria: “¡Me debes una carta!”

Hay libros de Paz, como Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, impreso en octubre de 1982, que se echan de menos en la biblioteca de García Terrés, pues para esa fecha éste era subdirector general del FCE y estaba a un par de meses de convertirse en el titular. También se echa de menos Tiempo nublado, que al poco de su aparición produjo una simpática nota publicada en el número 159 de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica (marzo de 1984): “Tiempo nublado, de Octavio Paz, es un libro inteligente, polémico y apasionado (con lúcida pasión, que diría el clásico). Nuestro director andaba, el otro día, mostrando orgulloso a todos la dedicatoria que Octavio le puso en su ejemplar: “A Jaime García Terrés, que sabe, en el desacuerdo, sonreír.”

Tantas ideas nobles e importantes se conservan entre las tapas de los libros… Cómo no habría de conservarse también entre ellas el fulgor de la amistad –en este caso, una amistad de veras singular, que contribuyó a construir uno de los mejores episodios de nuestra historia cultural.

 

*El tráfago del mundo. Cartas de Octavio Paz a Jaime García Terrés, 1952-1986, FCE, 2017.

 

 

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