Estar a la altura del arte / Entrevista con Fernando de Ita

- Mario Bravo - Sunday, 09 Jun 2024 07:26 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El crítico teatral, investigador, dramaturgo y periodista Fernando de Ita (Hidalgo, 1948) charló con 'La Jornada Semanal' e hizo un repaso de lo que para él es la creación artística mirando en retrospectiva hacia 'El arte persona' (1991), libro referencial en su trayectoria escritural expandida durante más de medio siglo.

 

Hace casi un lustro, en Guadalajara, Antonio Muñoz Molina me dijo lo siguiente sobre el rigor y la disciplina indispensables a la hora de escribir periodísticamente: “Puedes estar triste o alegre, pero a no ser que tengas cuarenta de fiebre… ¡lo haces!” Ninguna objeción al lúcido literato español, aunque uno sumaría que, por supuesto, no bastan el rigor ni la disciplina para encarar a la página en blanco desde este oficio. También se requiere garra, sangre en las venas, un casi militante compromiso con la belleza, sin obviar un prurito irrefrenable por contar algo y la soberbia certidumbre de que nadie podría realizarlo mejor que tú. No obstante, quizás todo esto se resuma en lo expresado por el mítico bailarín y mimo Lindsay Kemp quien, en enero de 1983, ante un entonces joven reportero hidalguense, enfatizó: “Todos mis performances son gotas de amor. No hay otra cosa. El amor hasta caer muerto.”

Y sí. En el arte, ejerciendo el periodismo y en la vida no hay otra cosa: el amor hasta caer muerto.

Una planta para cultivar

Fernando de Ita es un hombre de tinta, como él mismo se define, además de ser un periodista que, en diversos diarios mexicanos, ha entrevistado a personajes de la talla de Norman Mailer, Orson Wells, Liv Ullman, Julio Castillo, Stanley Kubrick, Peter Brook o Tennessee Williams, entre otros.

Usted ha tenido la oportunidad de estar frente a gigantes artísticos, ¿cómo definiría qué es el arte?

–Al entrevistar a estas personas deslumbrantes aprendí que el arte es la manera que el hombre tiene para expresar su angustia, su deseo y su voluntad tanto de vivir como de morir. Es una expresión ontológica que nace desde lo más profundo del ser. Después vienen la disciplina y la técnica para la escritura, la pintura o la música, pero, en principio, es eso que Salamanca no da: el infierno y el cielo interior de cada persona, los demonios y los arcángeles guardados en el consciente y en el inconsciente de todo individuo. Los griegos le llamaron cultura, palabra que proviene de cultivar la tierra; entonces, el arte es el cultivo de la sensibilidad y de la inteligencia del cuerpo. Es la manera en que esa planta crece, no por sí misma, sino que tú eres quien la moldea.

En El arte en persona usted afirma que esos creadores transformaron la realidad. ¿Cómo inciden las acciones artísticas en la vida de Juan, Pedro y María, es decir, en la vida cotidiana de cualquiera?

–El arte es una construcción objetiva y subjetiva de quien la hace, pero también del entorno. Se completa con el otro y tiene sentido cuando otros ojos, otros oídos y otros cuerpos lo miran, lo palpan y lo sienten. Cuando el arte está hecho con sensibilidad del cuerpo y de la mente, te toca. Si una orquesta sinfónica irrumpe en una plaza comercial y llegan los músicos, allí cambia toda la vocación del espacio y la gente se siente arrobada. No importa que hoy los chavos escuchen reguetón, pues cuando la orquesta interpreta a Vivaldi, por ejemplo, las personas entran a la dimensión que florece por dentro y, por fortuna, el mundo cambia en ese momento. El verdadero arte es aquel que toca al otro.

Amor al lenguaje:

el periodismo cultural

¿Qué poder tiene la palabra escrita en el oficio que usted desempeña?

–Soy un hombre de tinta. El verdadero periodismo cultural es, también, un periodismo literario. La prueba más grande de mi generación es José Emilio Pacheco, incluso más que Carlos Monsiváis. José Emilio es todavía una escuela viviente. Los periodistas debemos tener amor al lenguaje porque eso es lo que nos diferencia de los animales, las plantas y las piedras. Cuando una frase sale bien y las palabras retumban en tu cabeza y relumbran en el papel o en la computadora… ¡eso es un deleite! No se puede ser un periodista cultural sin el dominio del lenguaje, no sólo gramatical o técnicamente, sino aquello que transita por tu organismo… Cuando un texto pasa por tu cuerpo se transforma en otra cosa. Ya no nada más es una idea: se vuelve una idea encarnada. A partir del lenguaje, el ser humano conquista a la naturaleza, al amor, al mundo y también a la muerte.

Entusiasmo y devoción

¿Cómo vive el tiempo posterior y el vacío tras escribir una buena entrevista o cualquier otro texto que le deje satisfecho? En el periodismo cultural publicamos y, al día siguiente, con ese diario se envolverán frutas no maduras o servirá para limpiar ventanas…

–Al principio yo era puro entusiasmo, pues estaba frente a mis ídolos. Es como si ahora pudieras charlar con Tólstoi o Dostoievski. Cuando entrevisté a Henry Miller, Juan García Ponce me dijo: “¡De Ita, eres un pendejo! Yo no quería saber cómo se veía Miller ni leer tus elucubraciones. Quería conocer cómo estaba vestido, si se echaba un pedo o eructaba. ¡Quería ver al ser humano!” Eso lo fui aprendiendo. Yo iba con devoción. Afortunadamente, en la charla con Jean Genet… ¡que únicamente me quería coger…! [risas], pude cambiar esa devoción, pues lo conocí absolutamente borracho en Barcelona. Ahí vi que los seres divinos son absolutamente vulgares. Me cambió totalmente la energía. Al tratarlo en la cotidianidad, creo que mi conducta fue otra y logré una muy buena entrevista precisamente por eso. Cosa que no conseguí con Henry Miller. Queda la satisfacción de lograr lo que esperabas. En ese libro pude hacer el viaje, tal como Kavafis dice en su poema “Ítaca”: Lo que importa no es llegar, sino viajar.

El Olimpo de la escritura

Ya transcurrieron, al menos, tres décadas desde la publicación de El arte en persona. ¿Cómo definiría el espíritu de esa época?

–La cultura era de élites y existía mucha meritocracia en todo el mundo. Esos personajes, artistas e intelectuales tenían un lugar privilegiado en esta sociedad capitalista. Eran estrellas. Entrevisté a Joan Miró cuando el rey de España inauguraba su museo en Barcelona, y llegué acostumbrado a ingresar al lugar, rogar y obtener algunas respuestas del artista. Pero, allí, ¡no podía entrar al museo con mi credencial de periodista mexicano underground del Unomásuno! Gracias a que encontré a la esposa de Miró, pude irme en el hidroplano que llevaba sus cuadros de regreso al estudio. Estuve ahí con ese viejito que, primero, quiso ahorcarme porque vio a un intruso y literalmente se me aventó al cuello. Después fue una delicia pasear con él en esa bodega donde guardaba sus obras.

Fernando de Ita reflexiona sobre el contexto cultural y artístico de las últimas décadas del siglo XX occidental. Vehementemente, critica:

–La cultura formaba parte del entretenimiento burgués con los valores propios del arte. Compositores, pintores, escultores, cineastas, literatos y dramaturgos hacían cosas dentro de esa élite, pero, paradójicamente, en contra de ella. No desmerezco lo que se hizo, sólo digo que el marco de referencia era totalmente capitalista y burgués.

La memoria es una calle de sentido doble. Vienen y van marcas de viejas heridas que, con el paso de los años, pierden su fulgor tras toparse de frente con el candor de algunos días bienaventurados, habitados por esas mañanas de verano que Kavafis iluminó en “Ítaca” junto a ciertos puertos nunca antes vistos:

–Aquello era un paraíso cultural, no lo niego. ¡Disfruté estar sentado junto a Samuel Beckett y registrar la sensación de hallarme ante uno de los grandes underground disidentes! Él vivía como puede vivir cualquier gente con dos pesos en París. También gocé haber estado en el Primer Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española en Canarias, junto a inmensos escritores como Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Ernesto Sábato, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis. ¡Aprendí en diez días lo que no había aprendido en años! Allí fue un deleite platicar con Eduardo Galeano. A él le dolía una pierna y, mientras no participaba en alguna actividad del evento, se recostaba en una celda de monje, porque a nosotros nos enviaron a un convento, mientras que a Rulfo, Onetti y compañía los alojaron en un hotel de lujo. ¡Para mí fue entrar al Olimpo!

Tiempo y espacio

Usted, en el periodismo cultural, me parece un tiempista: está en el sitio adecuado para entrevistar, utiliza magníficamente el tiempo en sus escritos, así como los silencios y las pausas.

–El sentido del espacio y del tiempo lo aprendí en el teatro con maestros como Alejandro Luna. Toda obra artística es la suma de tiempo y espacio. Ni siquiera puedes hacer La comedia humana de Balzac, que abarca muchísimos años de vida y bastantes situaciones, si no resumes y concretas. En el teatro eso es vital: contar la historia en un tiempo y un espacio definidos no solamente por la escenografía, sino también por el lenguaje, la obra y la trama. Con Alejandro Luna aprendí el manejo de la luz: simplemente, al cambiar la luminosidad, él controlaba las veinticuatro horas del día en una puesta en escena. Trabajé mucho con Nicolás Núñez, Eugenio Barba y Jerzy Grotowski. Con este último, te levantabas a las cuatro de la madrugada para salir al bosque helado de Polonia y abrazar a los árboles. Grotowski decía que eso te cambiaba el sentido del tiempo y del espacio, pues te separabas de la comunidad.

Antes de despedirnos, Fernando de Ita explica cuál es uno de los principios inclaudicables en su oficio:

–Sostengo que el periodista cultural debe estar a la altura del arte. Si entrevistas a un artista, debes estar a la altura de ese artista. Sí con admiración y sin compararte con su obra, pero sabiendo que no vas descalzo: tus botas tienen un sentido, se paran bien y sabes caminar.

 

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