Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 05 May 2024 13:05 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Es genocidio (III y última)

 

En diciembre de 1981, la ola del descontento obligó a la junta militar argentina a nombrar presidente a Leopoldo Galtieri. En ese mismo año, Margaret Thatcher era la más impopular de cuantos primeros ministros hubiera habido en la historia británica. Así, la guerra de las Malvinas puede resumirse como la obra de dos sociópatas urgidos de un desastre que los afianzara en el cargo. No muy distinta fue la obra que empezó con la conspiración de Hitler y escaló a guerra mundial por omisión y/o complicidad de Stalin, Pétain, Chamberlain y demás sociópatas investidos de poder, ejecutores de los credos del espacio vital y del mercado con sus crisis energéticas, financieras y de legitimidad.

La verdad de 1929 se exorcizó con esa guerra y, después de transitar como Guerra Fría, adoptó la versión presente de guerra climática. Con las formas y los fondos de la modernidad, los sociópatas actuales echan mano del recurso neoliberal por excelencia, el descontón, que se traduce como terapia de choque: Netanyahu y el Holocausto palestino, Bush y la misión en Irak, Putin y las operaciones militares en Ucrania, el peón de la OTAN, Volodímir Zelenski y el acoso a Rusia, el tambaleante comandante Borolas, Felipe Calderón y la narcoguerra.

 

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Toda mentira comienza violando leyes y maquinando destrucciones.

Antes del primer debate presidencial, Jorge G. Castañeda recomendó a la candidata Xóchitl Gálvez “hacer la guerra sucia, pero sucia en serio”. Después, para el segundo, la llamó a transgredir todas “las reglas del debate previamente acordadas”. Castañeda apela a la mentira para ocultar la verdad de que su candidata resultó un completo fiasco incapaz de vencer por la buena. Y esa verdad resulta intolerable tanto para las cúpulas del poder judicial y de los tres partidos de la denominada oposición política como para los poderes fácticos.

Los poderes fácticos son mucho más que el crimen reorganizado y potenciado por el narcoprianista por excelencia, Felipe Calderón. Son los organismos más altos y podridos del empresariado nativo y transnacional, del clero, de la banca y de la indoctrinación; son quienes siguen dominando el dinero y los espíritus, moviendo las imágenes y llevando la voz cantante; son quienes echaron al palenque electoral mercancía de saldo promovida como producto milagroso: una pelele insolente que todo el tiempo presume de ser ingeniera y de que se manda sola. Ay, ajá.

La primera mentira de Castañeda, ahora, fue decir que no tenía vela en el entierro. Porque sí la tiene, en el entierro de la democracia. Su ego de junior andaba urgido de chamba y ese fue su modo de pedirla. Sí se la dieron, no de estratega ‒Tolstói demostró que para la guerra sobran los fantoches‒, sino de bombero atómico…

 

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Cierro con lo que empecé. Para conjurar las guerras es imprescindible que la inmensa mayoría imponga su voluntad de verdad y paz. Pero la democracia le cede a esas mayorías, cuando mucho, un treinta por ciento del poder político. Y si acaso la mentira piadosa de la democracia les resulta insuficiente a los dominadores para sostener su peor verdad ‒léase la explotación de humanos por humanos y de pueblos por imperios‒, esos dominadores agitan espectros de odio y miedo ‒el comunismo, el populismo, el narcotráfico, el terrorismo‒ para justificar el genocidio representado como peste de muchos e inmunidad de pocos, hambre de tantos y lujo de unos cuantos, guerra contra todos y paz para los amos.

Hoy, con todo y contra todo, el conmovedor diálogo del pueblo palestino con las mayorías universitarias de EU nos recuerda que la paz en Vietnam no sólo fue una victoria del pueblo vietnamita… No dejemos de sentir a Palestina.

 

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