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Una llave a otra realidad

'Fulgor', Alma Mancilla, Malpaso Ediciones, México, 2022.
Alejandro Badillo

 

Alma Mancilla (Toluca, 1974) pertenece al minoritario grupo de escritores que no apuesta por el hiperrealismo que domina nuestra época. Cada vez más autores renuncian a la imaginación y a las herramientas que nos da la ficción, convencidos de que sólo sirven como una evasión inútil ante las numerosas crisis que vivimos. Creen que “la verdad” sólo puede ser un puntual registro de hechos cada vez más dolorosos y que la labor del escritor es, simplemente, mostrar con toda crudeza cada asesinato, cada desaparición, cada hecho violento, en una suerte exhibicionismo extremo. Creen, también, que la función de la literatura es el activismo, sin entender que el arte va más allá de la coyuntura y nos da claves no sólo para el ahora sino para nuestro futuro. Mancilla busca, justamente en el terror y la fantasía, elementos que nos guíen y nos ayuden a descifrar la realidad.

Fulgor, novela publicada este año por Malpaso, parte de un arquetipo común en la narrativa de terror: la intrusión de un personaje en un pueblo extraño, un escenario que, lentamente, cambia sus reglas o descubre una serie de mitos que perturban el entendimiento del recién llegado. Por supuesto, cualquier película de terror abusa de este estereotipo y, de forma maniquea, coloca al héroe de manera que su inocencia se contrapone con la irracionalidad del aldeano que oculta algo innombrable, perteneciente al ámbito de la maldad pura. Alma Mancilla aborda esta línea narrativa, pero la vuelve confusa gracias a Eva, la protagonista de la novela, una estudiante de antropología que visita un lugar en la provincia, un pueblo pequeño como los que llenan el mapa de cualquier estado del centro del país. Su objetivo es hacer una investigación sobre la gente, sus costumbres, y reportar los resultados a su supervisor. Al inicio, no hay más aventura que la introducción a su nuevo hogar y algunos flashbacks que narran la interrupción de un embarazo por un aborto espontáneo. Sin embargo, conforme Eva conoce más el lugar, la frontera entre la realidad y la fantasía –quizás detonada por la falta de medicamentos psiquiátricos que, voluntariamente, ella deja de tomar– comienza a diluirse. En este punto aparecen un adolescente albino y un grupo de mujeres que recorren el pueblo y que parecen llamarla.

Una de las virtudes del texto es que apuesta por la subjetividad pura, por una ensoñación cuyo único contraste son los símbolos que cobran cada vez más protagonismo: las lechuzas, pinturas cuyos motivos son mutables, el bosque como conexión con lo profano. También juega un papel importante el retrato de un México rural transfigurado: las procesiones religiosas y los ritos revelan, a través de la atmósfera de la novela, su carácter no sólo arcaico sino transgresor0. Hay, en todo el texto, una idea que se reafirma: la mujer es el vehículo sagrado para lo mágico, sólo tiene que romper el tabú para lograr su propia epifanía.

El último tercio del libro es el más interesante, ya que la autora apuesta por el surrealismo que se vincula con la mirada distorsionada de Eva. Al final, Mancilla evade cualquier explicación –uno de los peligros en cualquier narrativa de terror o de fantasía macabra– y nos deja una secuencia en la que Eva, finalmente, se transfigura hasta lograr una metamorfosis total. Ella se funde con el bosque y todas sus criaturas. Hay, en Fulgor, un claro homenaje a autores como Arthur Machen, sobre todo el concepto de que hay una realidad alterna al mundo que nos rodea. También, a mi parecer, se recupera una idea que vertebra la obra de H.P. Lovecraft: hay un territorio antiguo, fuera del tiempo conocido, que aún pervive en ciertos lugares o en las características de las personas. Sólo falta que alguien encuentre la llave para ingresar a ese universo.

 

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