




Unos gramos de ceniza y un diamante
El arte conceptual refiere ideas. Pretende, a partir de una manifestación o un gesto (que puede ser más o menos complicado), motivar la reflexión y generar asociaciones sobre algún tema, incluso dislocando los significados, pues incluye el discurso en sus obras. Desde que, en 1917, Marcel Duchamp tomó un urinario, lo invirtió y lo llamó Fuente, se sucedieron una serie de guiños en que los creadores, con mayor o menor éxito, con inteligencia o sin ella, han fomentado algo esencial para sus creaciones: la provocación. Con los años quizás ese tipo de propuestas se degradaron, tornándose los alegatos más importantes que las producciones.
Entre 2012 y 2017 ocurrieron en México varios eventos (performances, una residencia artística, obras, montajes, noticias, reacciones, debates, revelaciones y hasta una exposición) en torno a la figura de Luis Barragán, sus archivos, las instituciones y autoridades que los administran y gestionan, mismos que fueron dirigidos a cuestionar su ubicación y posesión. La aséptica crónica de los acontecimientos que documenta este libro es la siguiente: una artista, Jill Magid, logró que la familia Barragán en Guadalajara le permitiera exhumar los restos del famoso ingeniero y arquitecto, para extraer de su tumba 525 gramos de sus cenizas, sustituirlas con un ofrenda y encargar a una empresa que las transformara en un diamante. En seguida, la creadora ofreció la sortija, como símbolo de unión, a la directora de la Fundación Vitra (Federica Zanco), dueña de una parte del archivo del mismo Barragán, a cambio de que accediera a devolverlo a México, pues es innegable su celo excesivo al resguardarlo. Laura Ayala Castellanos, autora de este libro, afirma que ella intenta explicar “cómo es que dos seres de galaxias tan distantes coinciden en el espacio-tiempo de manera tan inusual”.
Sin hacer juicios morales sobre los sucesos descritos, lo que evidencian es que llenaron, no puede ocultarse, periódicos y noticieros durante largo tiempo. Así mismo, fue clara la enorme capacidad disruptiva del arte, y que éste no es ingenuo ni inocente. Justo por eso me interesa poner el acento en una afirmación de la misma Magid, al parecer inocua, pero en realidad provocadora, pretenciosa, intimidante y, tengo para mí, reveladora, de la cual se entera uno al leer esta crónica de los eventos. Ella dice en su página de internet a manera de presentación que fue “entrenada 18 años como espía”. Ignoro si tal afirmación es parte de su currículum o es un ingrediente más de la puesta en escena del discurso artístico de su vida. Sin embargo, creo que sólo alguien así puede lograr lo que logró. ¿ Cuál fue su motivación? ¿Apropiarse post mortem del personaje? ¿Poner de cabeza a las instituciones y autoridades que gestionan y administran el legado del creador tapatío? ¿Reflexionar sobre los archivos?
Es fatuo que se presente como espía. Un espía cambia de identidad, se infiltra en las líneas enemigas para obtener beneficios materiales o información destinada a beneficiar a sus jefes o partido, y le importa un bledo la moral socialmente aceptada. La diferencia con un agente es fundamental. Un agente no muda de rostro, mantiene su nombre, oficio, actúa a la luz del día y pasa por buen ciudadano para conseguir sus objetivos.
Aunque Laura Ayala considera que Magid “enriqueció el quehacer cultural”, en lo personal creo que no logró su aparente fin y, en cambio, puesto que el arte no es ingenuo, capitalizó para sus bolsillos los reflectores que atrajo para sí.
“A confesión de parte, relevo de pruebas.” Me parece que Magid se vale de la figura del agente, tomó sólo algunos de sus rasgos y fue así que se presentó alternativamente encantadora como artista, inteligente como gestora, cándida frente a la familia Barragán, discreta al ocultar sus intenciones, implacable ante los medios, audaz en sus argumentos ante las restricciones que impedían el estudio de los archivos y fría ante los retos que planteó a la Fundación Vitra. Sin duda la entrenaron.