Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Sunday, 31 Jul 2022 07:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Vestigios

 

Aunque conocido por su faceta de autor de novela negra, el mexicano Jorge Alberto Gudiño, en realidad, es multifacético. En 2011 obtuvo el Premio de Novela Lipp con su segunda novela, Con amor, tu hija, que aborda una cruda historia de incesto. Tras varios títulos en su haber, de los cuales ya se prepara una adaptación cinematográfica (La velocidad de tu sombra, 2018), Gudiño publica recién otra desconcertante novela titulada Historia de las cosas perdidas (Alfaguara, México, 2022) que, si bien colinda con el género negro, clasificaría, valga la redundancia, entre sus inclasificables. Aquí el suspense se entrelaza con elementos retóricos, filosóficos y psicológicos; adquiere cierto talante ensayístico y juega con el didactismo propio de la autoayuda, justificado por la profesión de Roger, el protagonista, quien se desempeña como coach de una agencia de irónico nombre: Vestigios. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, “vestigio” significa: “1. Señal o huella que queda de algo o de alguien que ha desaparecido, 2. Indicio que nos permite inferir o deducir la existencia de algo.” Ambas definiciones describen perfectamente el conflicto central de esta historia sobre tragedias ridículas, narradas de un modo sombrío que resalta el patetismo.

Roger Ibarra es un protagonista atípico en una novela detectivesca. No particularmente inteligente ni astuto, entrenado para levantar maltrechas autoestimas con discursos repetitivos y asimilables para cualquiera. Acaba de romper con la novia con quien vivía, circunstancia que lo rescata de la medianía del que ni sufre ni goza. Justo padece este duelo cuando recibe una llamada de madrugada que augura malas noticias. La situación no puede ser más surrealista: Andy, su jefe, ha sufrido un accidente y él tiene que decidir si se le practica una amputación. Aunque confundido, Roger advierte que esto escapa a la norma; que, si bien Andy y él son buenos amigos, son los familiares quienes tendrían que decidir algo tan determinante. La vida de Roger nunca volverá a ser la misma cuando se ve orillado a decidir el destino de su amigo y jefe, quien muere sin que quede claro cómo dicho accidente se suscitó y por qué hubo de practicársele una amputación… más aún, por qué la cirugía no bastó para salvarle la vida.

Casi contra su voluntad, sin imaginar el drástico giro que dará su vida, Roger se ve obligado por dos personas, un socio de la agencia y la amante del occiso, a averiguar todo sobre Andy (recién divorciado, padre de dos hijas pequeñas y una cuarta en discordia), en ambos casos por razones económicas. Sin grandes conocimientos como hacker, acaso los básicos, nuestro héroe logra ingresar a las cuentas de su jefe y descubre varias facetas de él que lo llenan de asombro e inquietud. Todo parece dispuesto para que quien logre acceder a tales cuentas se convierta en su continuador, y los escrúpulos de Roger resultan más endebles de lo que él mismo hubiera imaginado. De pronto desea todo lo que, ignoraba, Andy poseía… incluso a Paula, una becaria bella y misteriosa con quien tiene un grotesco encuentro sexual durante el funeral de Andy. Para colmo, Denise, su exnovia, parece tener la llave maestra de más secretos truculentos del hombre al que, se supone, conoció superficialmente.

Al mismo tiempo que la moral y la inteligencia de Roger son puestas a prueba de manera incesante e inclemente a lo largo de la trama, sus experiencias remiten a anécdotas y, particularmente, a objetos que va encontrando al hurgar en su inconsciente para contraponerlas a las complejas circunstancias aquí desarrolladas y, de alguna manera, armar algo así como una radiografía de los móviles de cada uno de los implicados, que ni ellos mismos tendrían la capacidad de comprender o, en todo caso, de reconocer. La prosa depurada y ágil de Gudiño vuelve placentero el reto de acoplar las piezas de la historia principal con el puñado de microhistorias periféricas, lo que me permite entender qué trata de decir Élmer Mendoza cuando lo describe como “un narrador tenaz”.

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