Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 24 Oct 2021 10:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
¿Todes?

 

¿Qué opina del lenguaje inclusivo?, preguntan al final de mi alegato por la lectura como obra de arte, la tarde del 7 de octubre. Aquí va mi respuesta completa, dedicada cordialmente –es decir, de corazón– a quienes me acompañaron. Digo completa, porque cuando hicieron esa pregunta ya se me había ido el patín dos veces y sólo contesté la parte gramatical, la menos jugosa de la cuestión. Normalmente se da por hecho que el adjetivo “juntos”, el sustantivo “todos” y las derivaciones de la raíz “ente” (presidente, asistente, oyente), referidos a conjuntos compuestos por personas gramaticales de distinto género, comprenden al femenino y al neutro. Entonces, si me dirijo, por ejemplo, a un grupo de diez chavas y un chavo, lo normal (la norma preponderante) dispone (e impone) el uso del sustantivo “todos”, del adjetivo “juntos” y del sufijo masculino.

–Estimados asistentes, resolvamos todos juntos la cuestión.

Para empezar, “la cuestión” ya no puede limitarse al plano gramatical –géneros masculino, femenino y neutro– pues aquí y ahora “la cuestión” necesita incluir el plano existencial, es decir la libertad de asumir un género conforme a opciones individuales o de grupo (libertad que se funda en la norma propuesta consciente y voluntariamente por quienes usan el denominado lenguaje binario; libertad de recurrir a una lógica alterna, opuesta a la neutralidad sintáctica y al ser prelógico de la lengua; libertad que se está obteniendo junto con el derecho humano de la identidad).

Aun cuando al escribir me niego a escribir “todos y todas, las y los trabajadores, chiquillos y chiquillas”, cuando estoy hablando no me incomodan para nada ni lo inclusivo ni lo no binario, así que puedo decir “todas, todos y todes, ellos y elles” sin ninguna sensación de falsedad o de impostura. Atención, no es en la pronunciación sino en la escritura donde las modalidades del lenguaje inclusivo y no binario me suenan impostadas, antinaturales. ¿Por qué? Quizá por el automatismo lingüístico que señalan José Antonio Marina y María de la Válgoma, quizá por los fundamentos filológicos que ignoran las reflexiones de Foucault y Chomsky sobre lo natural, la norma y la normalización. Quizás por ambas cosas. El caso es que si me dan a elegir entre lo impuesto que suena bien y la impostura que suena rara, prefiero que se termine normalizando –naturalizando– el uso de todas y todos y todes y de ellos y elles; no porque quiera apartarme tanto del purismo fundamentalista como del relajamiento provocador, sino porque considero que este uso es necesario y justo.

Necesario para una comunicación a fondo y en forma con interlocutores partícipes de lo no binario y lo incluyente. Y justo. Justo para ir borrando la marca del lenguaje regido por el principio de realidad patriarcal vigente desde hace cinco milenios. Justo porque va siendo la hora de que también el lenguaje venga marcado por la urgencia de una transformación radical del mundo y de la vida. Justo en la manifestación de signos conscientes, voluntarios, rebeldes, por parte de quienes rehúsan seguir siendo silenciadas y silenciades. Justo porque la mejor gramática no es prescriptiva sino descriptiva; es decir, no impone órdenes, deduce normas; no dicta correcciones, atiende hablas y respeta dialectos. Y creo que es todavía más justo y necesario mencionar a quienes sigan siendo excluides.

Posdatas. I. La energía no sólo compete a la soberanía sino también a la seguridad nacional, por tanto ni su propiedad ni su regulación deben estar en manos privadas, dice José Enrique Heredia Peniche. II. El prianismo malbarató los bienes de la nación a costa del futuro de ésta, y no para modernizarla sino para beneficiar a sus cómplices de dentro y fuera. III. La permanencia de Gertz Manero en la FGR es tan afrentosa para México como la impunidad de Peña, Calderón, Fox, Zedillo, Echeverría y Salinas.

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