Misterio, fantasía y esoterismo en tiempos de la revolución

- Rafael Aviña - Sunday, 25 Jul 2021 07:57 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Frente a la historia oficial de la Revolución Mexicana, en la segunda mitad del siglo pasado hay una producción cinematográfica en nuestro país que retoma el tema y lo trata de una manera atípica, con desenfado a veces y otras con fallido dramatismo o con dosis de un esoterismo a la mexicana. Algunas de las películas de ese cine se comentan en este artículo.

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La inmaculada visión de la Historia Patria no sería la misma sin sus extrañas válvulas de escape: un cúmulo de obras que aluden a contextos sociales y políticos bien definidos como, por ejemplo, la Revolución Mexicana, observada desde géneros cinematográficos atípicos que proponen una revisión paralela de aquella época de traiciones, carabinas 30-30, corridos y caudillos como Villa o Zapata… Así, en 1954, tocó a un luchador enmascarado (Fernando Osés), con el rostro de Armando Silvestre, otorgar la alternativa a un olvidado paladín de las clases de Historia y Civismo: el Centauro del Norte, presencia revolucionaria por excelencia en El secreto de Pancho Villa y El tesoro de Pancho Villa, dirigidas por Rafael Baledón, con Víctor Alcocer en el papel de Villa, cintas en donde La Sombra Vengadora dejaba atrás la urbe y los encordados para dar el salto a un atemporal universo mítico-rural fantástico y de suspenso, y alternar con la imaginería villista.

En la primera parte del filme, durante los años del fin de la Revolución Mexicana, un médico (Rafael Banquells) necesita encontrar las cinco balas que le lleven a descubrir el tesoro de Pancho Villa, que éste ha escondido. La Sombra ayuda a una familia acosada por malvados, que, al igual que La Sombra, son propietarios de una bala que llevará a los villanos a conseguir sus fines. La segunda parte es una variante donde La Sombra impone sus técnicas acrobáticas y de lucha para derrotar a unos rufianes que acechan el tesoro del Centauro del Norte: dinero del pueblo, que hombres sin escrúpulos desean robar.

Al final de El secreto de Pancho Villa, La Sombra y el niño Gabriel Sánchez Tapia en el papel de Polilla, disfrazado como aquél (con su capita, mascarita y montando un pony blanco), se lanzan por la pradera y dicen adiós a la cámara. El personaje de La Sombra, interpretado por Fernando Osés, reaparecerá tangencialmente en el universo del chili western y el cine revolucionario una vez más en El correo del norte y La máscara de la muerte –ambas de 1960–, dirigidas por Zacarías Gómez Urquiza, con Luis Aguilar y Rosa de Castilla. La idea era crear la imagen folclórica y espectacular de un nuevo cine revolucionario que aún se confundía con el melodrama ranchero y su despliegue cancionero, e incluso con el cine de aventuras bravías y tema revolucionario, como lo muestran las referidas El correo del norte La máscara de la muerte, con Aguilar como el misterioso Zorro Escarlata, trastocado en el correo de Francisco Villa.

El propio Luis Aguilar en el papel de Reynaldo, acompañado de Flor Silvestre y Pascual García Peña, se convertía en héroe de ese cine de caballitos a partir de El jinete sin cabeza (1956), una serie de tres películas seguidas por La marca de Satanás y La cabeza de Pancho Villa, dirigidas por Chano Urueta, filmadas en la Hacienda de la Encarnación y en San Pedro Atzcapotzalco. Aguilar era doblado precisamente por Fernando Osés (La Sombra Vengadora) y su personaje intenta localizar la testa extraviada de Francisco Villa, en un relato de horror y misterio en el que se mezclan decapitaciones, satanismo y folclor revolucionario.

Más inquietantes aún resultan La mujer del carnicero, de Ismael Rodríguez, y El escapulario, de Servando González, realizadas ambas en 1968. La primera es un relato rural de terror y locura –exhibido junto con La puerta, el cortometraje de 26 minutos de Luis Alcoriza–, protagonizado por un castrador de puercos (Ignacio López Tarso), su mujer, una madura exprostituta (Katy Jurado) y un hombre que transporta varias monedas de oro (Manuel López Ochoa) en tiempos de la Revolución. Ismael terminó supliendo al realizador original Chano Urueta para narrar las incidencias de una trama de avaricia y sexualidad, que alterna con imágenes de sus películas revolucionarias. Asimismo, acudió a ridículos efectos visuales para mostrar la descomposición mental de López Tarso, a quien el anciano cura (Chano Urueta) le hace beber una infusión de peyote y mezcal. Sin embargo, la película vale por la sólida presencia de Katy Jurado y sus deliciosas escenas eróticas, en una de las cuales acaricia el revólver de López Ochoa y luego revienta en su amplio escote las cuentas de su collar, para que aquél se dé vuelo manoseándole los pechos.

El escapulario, protagonizada por Enrique Lizalde, Enrique Aguilar, Carlos Cardán y Alicia Bonet, se desarrolla en 1910: una mujer agonizante relata a un sacerdote la historia de sus cuatro hijos, salvados por el milagro de un escapulario. Servando González –realizador de Viento negro y también de las imágenes filmadas el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco desde la Secretaría de Relaciones Exteriores– consiguió una atractiva mezcla de cine de horror y suspenso alrededor del escapulario del título, en medio de ambientes tenebrosos de provincia con fotografía de Gabriel Figueroa: mucha niebla, ahorcados y fusilamientos, filmado en Tepoztlán, Morelos, en un relato más solemne y sombrío que terrorífico.

Revolucionarios y chamanes en el túnel del tiempo

Hacia 1976, Rafael Corkidi, notable cinefotógrafo y uno de los más entusiastas y eficaces seguidores de Alejandro Jodorowski, dirigió Pafnucio Santo, escrita por él mismo y el poeta Carlos Illescas: Pafnucio Santo (Pablo Corkidi) baja a la tierra para encontrar a la pareja ideal que pueda fecundar al nuevo Mesías; entre los personajes con los que se involucra se encuentran Hernán Cortés, la Malinche, Emiliano Zapata (interpretado por Gina Morett), El Demonio y Patricia Hearst, entre otros, en este relato surrealista. Asimismo, en Santos peregrinos (2004), de Juan Carlos Carrasco, curiosa y entretenida comedia social ambientada en una vecindad, aparece el fantasma de Emiliano Zapata que encarna Alberto Estrella.

Otra rareza esotérica es Los muertos que nos dieron vida (2003), escrita y dirigida por Guillermo Lagunes, que narra la historia de Juan Pueblo (Gary Rivas), nacido en la década de los sesenta, quien por obra y gracia de su abuelo (Manuel Landeta) se traslada de la época actual a la Convención de Aguascalientes, en 1914, donde conoce a Zapata, Villa y otros jefes revolucionarios, y vive varios eventos clave en la historia de México, como la masacre del 2 de octubre de 1968 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en esta extraña aventura fantástica-revolucionaria, muy en deuda con la añeja teleserie El túnel del tiempo (1966-67), con José Carlos Ruiz como chamán que regresa a Juan y a su abuelo a su presente.

Más insólita aún resulta Zapata, el sueño del héroe (2003), de Alfonso Arau, un realizador que trastocó al caudillo del sur en una suerte de revolucionario místico, más cercano a los ideales de Carlos Castañeda que a los planteados por el ideario de la Revolución. Al igual que Salma Hayek en Frida, Arau apostó por una obra de exportación para lucir en el extranjero toda una ideología indigenista esotérica del México revolucionario.

Desde el arranque mismo, en donde el héroe encarnado por el cantante Alejandro Fernández observa su propio nacimiento en Anenecuilco, Morelos, en 1879, y es señalado como el nuevo Tlatoani descendiente de Cuauhtémoc que liberará al pueblo de la opresión, el Zapata de Arau se transforma en una suerte de fantasía sobrenatural en la que caben ritos indígenas, alucinaciones fantasmales, realismo mágico al estilo de Como agua para chocolate (1991) y una extraña y espiritual visión de la Historia con mayúscula.

Finalmente, en Revolución (2010), diez episodios dirigidos respectivamente por Carlos Reygadas, Fernando Eimbcke, Rodrigo Plá, Rodrigo García, Diego Luna, Gael García, Mariana Chenillo, Patricia Riggen, Gerardo Naranjo y Amat Escalante, la idea era generar una reflexión contemporánea sobre la Revolución Mexicana a un siglo de su existencia, de manera muy libre. Se trata de ofrecer distintas miradas sociales o personales alrededor del concepto Revolución desde esta época; un proyecto tan atractivo como disparejo y decepcionante en su conjunto.

De entrada, lo que salta a la vista es la incapacidad de varios de los autores para contar una historia breve de manera coherente y efectiva. Así, algunos de los episodios con ideas o arranques intrigantes se caen muy rápido o concluyen sin fuerza alguna, lo cual los lleva no sólo a esquivar el tema, sino a demostrar franca falta de eficacia narrativa.

En Revolución coexisten trabajos más cercanos a los modelos que impone la televisión comercial, como los de Chenillo y Riggen, con cortos inquietantes y con ideas interesantes, pero con resultados inconexos (Escalante, Naranjo, Luna, García Bernal), entre los que destacan 30/30 de Rodrigo Plá, amarga e irónica reflexión sobre los ideales convertidos en discurso oficial; Este es mi reino, de Carlos Reygadas, que recuerda a Rubén Gámez y a Archibaldo Burns en su alegoría sobre el caos, la destrucción y el divorcio absoluto entre una clase pudiente y superficial –el mismo medio donde Reygadas ha crecido– y el pueblo, siempre explotado y humillado.

En cambio, con La bienvenida, Fernando Eimbcke ofrece una historia sencilla, contada de forma excepcional, en la que relata con gran inteligencia el abandono y la orfandad del pueblo emanado de la Revolución. El conjunto cierra con un relato abrumador de enorme carga poética: La 7th y Alvarado, de Rodrigo García. Apoyada en una dramática cámara lenta, muestra el paso de un grupo de revolucionarios invisibles para el público del barrio latino angelino: fantasmas de una gesta traicionada y olvidada…

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