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Revelaciones de la colonia Roma Sur

'Como los gorriones', Luisa Josefina Hernández, Fondo de Cultura Económica, México, 2021.
Germán Castro

se deja uno ir y las revelaciones van viniendo.

Maestro Chango

Luisa Josefina Hernández, Como los gorriones.

 

Hace unos días Chomsky terminó de leer, por tercera ocasión, la que considera una magnífica novela, Le Dernier des Justes (1959), de André Schwarz-Bar. Chomsky cumplirá noventa y cuatro años en diciembre, Schwarz-Bar falleció en 2006, a los setenta y ocho; así que ambos llegaron al mundo en 1928. Ese mismo año nació Luisa Josefina Hernández. Hace unos días yo terminé de leer, y esta no será la única vez que lo haga, el más reciente libro de la dramaturga, una novela que considero una recia revelación y recomiendo con enjundia.

Como los gorriones salió de imprenta en diciembre de 2021 (Colección Popular del FCE). Finisecular y mexicana, fina y secular, amén de amena mayor, Hernández terminó la novela en 1994, año parteaguas en este país –al año siguiente Juan Gabriel nos pondría a cantar “El México que se nos fue”: “Ahora hablan de que hay terrorismo/ del peso y su devaluación/ ahora hablan con tal pesimismo/ de que ahí viene otra revolución…” Como casi todos sus personajes, la novela es furiosamente chilanga: “Y nosotros los que aquí nacimos… siempre viviremos el dolor de ser extranjeros en cuanto salimos de la ciudad. Somos nativos de la Ciudad de México, construida en el siglo XVI, y nadie puede demostrar lo contrario. Ignoramos la cantidad de lenguas vivas en nuestro territorio…” Luisa Josefina Hernández no peina la capital del país, más bien encaja el mundo en una colonia: la Roma Sur, rodeada por la Del Valle, la Narvarte, la Buenos Aires, la Roma Norte y la Hipódromo Condesa, un polígono de poco más de un kilómetro cuadrado en donde las diferencias socioeconómicas están a flor de pavimento y el origen, que es destino, puede cambiar pasando unas cuantas calles e incluso a la vuelta de la misma cuadra.

Pertinente, Luisa Josefina Hernández dedica el libro a su hijo Lorenzo. Congruente, en el principio de la obra hace acto de presencia el monosílabo “Ma”, apócope de mamá, lo primero que un montón de humanos hemos pronunciado. El íncipit es un parlamento dicho por el protagonista que narra, la primera persona que platica: el maestro Chango, Celso, hijo y adepto de la maestra Estela: “…ella es muy larga, muy larga: piensa un ratito y da en el clavo. Esos analistas literarios de las obras dramáticas son diabólicos, como investigadores policíacos, qué horror ser su alumno. Los alumnos han de pensar que es peor ser su hijo”.

Según Chomsky, si está bien escrita, una novela te permite conocer a la gente más allá de lo que puedes hacerlo por experiencia propia. “Puedes entender a los personajes mejor que a tus mejores amigos, si la novela es realmente un logro literario sustancial.” Como los gorriones lo es. Más que con Celso, desde Celso conocemos a los demás personajes, de entrada, a Estela, pero, sobre todo, espejeado en los demás, a él mismo: “…mi jefa tiene un concepto de sí misma muy perfeccionista y pretende aparecer ante los demás como una persona justa y equilibrada; todo el mundo quisiera, por supuesto, pero no todos lo intentamos; a mí en particular eso me importa una chingada”.

Luisa Josefina Hernández retrotrae el desánimo, el recelo respecto al orden desbarajustado –“…la ley me da desconfianza y la tira más…”– y el desencanto frente a una modernidad a la que nomás no llegamos: “A mi jefa no le gustan las clases sociales y cuando yo, de chico y en mi inocencia, le pregunté si éramos clase media, se enojó mucho: –Detesto la clase media. Somos desclasados porque la gente inteligente no aguanta las exigencias de ninguna clase social. A estas alturas no creo en la Independencia ni en la Revolución y mucho menos en la Democracia.” Pero Estela se amuela porque la novelista se impone y el protagonista los balconea: “Insisto en lo de la hueva, porque es uno de los temores de mi familia; la hueva, el sida y la droga. Si pasa uno por esas pruebas y derrota a los tres dragones, ya puede hacerse Caballero de la Mesa Redonda, aunque no haya comida sobre la mesa.”

Como los gorriones esboza a punta de incidentes la moralidad que a finales del siglo XX era emergente y hoy, aunque es casi hegemónica, causa que tanta gente se mueva desorientada; mejor de lo que cualquier tratado sociológico podría hacerlo, exhibe los vacilantes códigos del buen actuar entre clases sociales y sexos, entre uno y los otros. Espléndidamente narrada, divertida y profunda, la novela se deja ir y revela.

 

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