Lydia Delectorskaya y la camisa de Henri Matisse

- Anitzel Díaz - Sunday, 07 Aug 2022 07:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Sin Lydia Delectorskaya (1910-1998), la obra del genial pintor Henri Matisse (1869-1954) muy probablemente habría sido otra: con una diferencia de edad de cuarenta y un años, estuvieron juntos en la vida y el arte durante veinte. Aquí un poco de su historia.

 

El primer cuadro que pintó Henri Matisse de Lydia Delectorskaya fue Desnudo rosa, una tela de gran formato, donde plasmó la voluptuosidad femenina: muslos, glúteos, pies, cabeza, senos… El último dibujo que hizo en su vida también fue de ella: la cabeza envuelta en una toalla como un turbante. Sosteniéndolo con el brazo extendido para revisarlo, Matisse dijo: “Es suficiente.” Lo que tuvo lugar durante ese lapso fue una gran historia de amor. Amor al arte y al artista.

Lydia Delectorskaya, una refugiada rusa que apenas sobrevivía en Paris cuando conoció al famoso maestro francés, terminó viviendo con él los últimos veinte años de su vida. Fue su modelo, su asistente, su compañera creativa, pero sobre todo su musa. Sólo entre 1935 y el verano de 1939, Matisse realizó al menos noventa obras con ella como tema, además de numerosos dibujos y bosquejos.

“Quieren saber si yo era la ‘esposa’ de Matisse. Ambos: sí y no. En el sentido físico de la palabra, no, pero en el sentido espiritual, definitivamente sí. Durante 20 años, fui ‘la luz para sus ojos’, y él era el único sentido de mi vida”, escribió Lydia sobre su relación con el artista.

La rusa tomó por asalto no sólo el estudio del pintor, sino su vida. Llevó a cabo todas las labores que hizo durante mucho tiempo la esposa del artista: sacar fotografías de cada obra y su incesante avance y retroceso (se sabe que el artista borraba el trabajo de la jornada al final de día), contactó a galeristas, inventarió las obras, se ocupó de ventas y préstamos. Conforme pasaba el tiempo y Matisse perdía el movimiento de las manos, incluso llegó a hacer los famosos recortes para los collages que poblaron su obra durante los últimos tiempos.

Fue tanta su influencia en todos los rincones de la existencia del artista que Amélie Parayre, la esposa de Matisse, le dio un ultimátum: “o ella o yo”; el pintor regresó con su esposa, pero Lydia trató de suicidarse –se dio un tiro que no la mató porque la bala se incrustó en su clavícula– y se quedó con ella, con la rusa, hasta el final de su vida.

Hilary Spurling, escritora británica, escribió sobre Lydia: “Podría haber dirigido un ejército, tenía capacidades asombrosas… todo funcionaba como un reloj.”

Matisse fue un pintor de mujeres; las amaba, estética e intelectualmente. Claro que sus modelos eran bellas, pero también prefería que fueran fuertes, que tuvieran en su vida un papel de igual. Nunca fue una cuestión de dominio; más bien fueron su apoyo, tanto en el trabajo como en la vida doméstica.

El Retrato de Lydia Delectorskaya, de 1947, es un tributo a la mujer absolutamente libre, franco y sofisticado. Desde el país del color, donde habitó siempre Matisse, divide el rostro entre el azul y el amarillo, convirtiéndolo en un espejo de belleza y primavera. El cabello, casi verde, se mueve con la brisa. El cuadro destila la energía que la juventud de Lydia inyectaba en el pintor. Cuarenta y un años era la diferencia de edad entre los dos. “Lo que debe conmovernos es ese presentimiento de felicidad que es la alegría de vivir”, publicó el diario italiano Avvenire sobre la obra de Matisse.

El día que murió el pintor, la musa tomó sus cosas y se fue de su casa. Ni siquiera fue a su funeral. Lydia se convirtió en su más grande promotora y, a pesar de que la antigua URSS siempre le negó la nacionalidad, donó la obra que le regaló Matisse (más de noventa piezas) al Hermitage. Gracias a ella, Rusia es el segundo país que más obra tiene de Matisse.

Lydia se suicidó a la edad de ochenta y cuatro años. Su última voluntad fue: “Por favor, pongan la camisa de Henri Matisse a mi lado”.

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