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'Cornelia', madre de los gracos

Los Graco y la vida en la República romana

'Los eternos dioses', Beatriz Espejo, Lectorum, México, 2022.
Marco Antonio Campos

 

A la memoria de Emmanuel Carballo

Beatriz Espejo es dueña de uno de los estilos más finos de la narrativa mexicana. Su prosa parece una delgada música de luz. Mientras más pasan los años da la impresión de que Beatriz escribe mejor. Su última novela breve, de carácter histórico (Los eternos dioses, Lectorum, 2022), tiene como protagonista, o mejor, como la relatora de los hechos, a Cornelia Escipiona (189-110 aC), hija de Escipión el Africano (236-183 aC), vencedor en la segunda guerra púnica, esposa del general Tiberio Sempronio Graco, madre de los hermanos Graco (Tiberio, Cayo y Sempronia), y suegra de Escipión Emiliano, vencedor en la tercera guerra púnica y la despiadada guerra de Numancia (Zaragoza), lo que le valió también el sobrenombre de Numantino. Es decir, Cornelia fue la guía bienquista de la familia más ilustre del siglo II a.C. y la primera mujer a quien alzaron una estatua en la ciudad imperial, al lado del Capitolio, donde se dejó una inscripción: “A Cornelia, hija de Escipión y madre de los Graco.”

Los eternos dioses, título tomado de un verso de Safo, da a entender la veleidad con que los dioses juegan a su antojo con los seres humanos, encumbrándolos hoy para destruirlos mañana. Escrita la novela entre lo que fue y debió ser, combinando realidad e invención históricas, Beatriz Espejo hace que Cornelia reconstruya, ante todo a base de epístolas, la historia trágica de la familia y la de su círculo íntimo. Asimismo, hace que Cornelia retrate, con breves y exactos rasgos, la vida en la república romana, en especial de miembros de la aristocracia, deteniéndose en particular entre los años 150 al 120 aC, una aristocracia, por demás, utilitaria, decadente, cruel. Cornelia narra los arduos acontecimientos históricos y familiares en sus postreros años, viviendo “los días en una semipenumbra”, cuando “todo se ha vuelto polvoso”, recuerdos que pueden ser amables y bellos pero otros violentos y demoledores. En la relación de los hechos, arma el rompecabezas, pero se centra ante todo en la niñez, el crecimiento, el apogeo y la muerte de sus dos hijos varones, Tiberio y Cayo. Luego de 121 aC, en su última década, delgada y erguida, altamente respetada, se controla “para no doblarse de pena” y toma como propia la frase de Eurípides: “El sueño es el amigo de los desdichados.”

Infancia es destino. Según describe su preceptor Galerno, ambos hermanos eran, desde la niñez, como serían siempre: “Tiberio afable, benigno, dulce y reposado. Cayo, pronto, iracundo, fogoso y vehemente a pesar de los nueve años que lo separan de su hermano.” En mucho, por la educación griega recibida, pese a pertenecer a la aristocracia áurea, como tribunos de la plebe, simpatizaron con los desheredados y los excluidos, y trataron de implementar, en tiempos de gran decaimiento económico, la reforma agraria para repartir las tierras a los campesinos arruinados y otorgarles la ciudadanía a los aliados latinos e itálicos. La “funesta aristocracia”, en la cual había numerosos latifundistas (incluyendo buen número de senadores), que veía disminuir sus privilegios y bienes con las leyes, despavoridos, furiosos, en 133 aC engañaron y soliviantaron a una parte de los suyos y a miles de las clases ínfimas, y un supuesto amigo de infancia, Pulvio Satureiro, con un golpazo en la frente, y Lucio Rufo, con un sillazo, asesinaron a Tiberio y luego la turba ultimó a tres mil de los seguidores de éste, a quienes acabaron arrojando al Tíber. Doce años después, en 121 aC, antes de correr la misma suerte que el hermano mayor, el carismático Cayo ordenó a su leal esclavo Filócrates que lo matara al lado de la colina del Janículo, próxima a la ciudad.

En una familia cabe de todo: la única hija de Cornelia, la sagaz Sempronia, es la esposa de su primo, el general Escipión Emiliano (185-129 aC), héroe de la tercera guerra púnica (149-146 aC), guerra pletórica de atrocidades por ambas partes, con la que Roma acabó aniquilando la ciudad de Cartago, y vencedor desalmado de Numancia (Zaragoza). Escipión Emiliano se opuso férreamente a las reformas del año 134 aC de su cuñado Tiberio y se refirió con desdén a su asesinato brutal un año más tarde, dando a entender que lo merecía. El pueblo no perdonó el agravio de sus palabras acaso porque veía a Tiberio como si fuera uno de ellos. Escipión Emiliano habría de morir mientras dormía, cuatro años después, en 129 aC, tal vez envenenado por alguien del círculo íntimo de la familia Graco.

La posteridad ha puesto en un pedestal a Tiberio y a Cayo Graco, pero su hermana Sempronia, víctima de las circunstancias, despierta una simpatía piadosa, y su amor fallido con Tulio, amigo de su familia, pertenece a la historia personal del no podía ser. Después de la muerte de Tiberio todo hace pensar que estaba más próxima a los hermanos que a su marido Escipión.

En la novela Cornelia cuenta lacónicamente, o hace contar a sus allegados, algo de la vida de los oligarcas: bodas, festines, visitas a augures, reuniones de artistas e intelectuales, y en otra dirección, las rebeliones de campesinos empobrecidos en regiones de la península (en especial Sicilia), la ambición de poder que lleva a las traiciones frecuentes que terminan en asesinatos (algo casi normal en la larguísima historia del imperio romano, algo casi normal en la historia de los pueblos), y claro, su apego y debilidad por el hijo menor.

Los personajes secundarios e incidentales, casi todos del círculo íntimo, son muy importantes en la breve novela, porque dan su versión de las vicisitudes esenciales de la historia de la familia y de la Roma de la época: el historiador Diáfanes, relator puntual en sus pliegos de los acontecimientos políticos; el poeta Blosio, buen amigo y consejero, personaje querible y enamorado en algún momento, igual que Cayo, de la encantadora Faustina, esposa de Marco Octavio; el senador Apio Claudio, suegro de Tiberio y fiel a la política del yerno; Cayo Carbón, oblicuo, inconfiable; el tribuno Marco Octavio, inmensamente rico y quien respiraba antipatía a la plebe, y la antedicha Faustina, ligera y brillante, a quien su marido acabará por repudiar y quien terminará en un desdichado exilio en Lucania, donde acabará de comprender que “no se logra conocer verdaderamente a las personas, incluso a las más amadas”. Casi todos, menos Escipión, Marco Octavio y Cayo Carbón simpatizan con los Graco.

Entre los capítulos más atractivos, todos breves o relativamente breves, están: uno, el de la fiesta, contado por el esposo de Cornelia (Tiberio Sempronio Graco), que contiene perspicuos detalles psicológicos acerca de cada personaje, y donde, por cierto, se compara a cada uno con alguien del reino animal; otro capítulo sería el irresuelto encuentro erótico en Éfeso de Tulio y Sempronia poco antes de que ésta se casara; los otros dos, los tristes y angustiosos pasajes que narran las muertes de Tiberio y Cayo Graco.

Los eternos dioses, como querían los antiguos, une lo placentero y lo útil, por la belleza de sus páginas y por sus enseñanzas de la política de la república romana del siglo II aC. A sus ochenta y dos años, Beatriz Espejo escribe con una madurez radiante que suelen tener los novelistas de verdadero talento entre los treinta y cinco y los cincuenta años.

 

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