La otra escena

- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 07 Aug 2022 07:43 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
'La dulzura', un corazón radicalmente vulnerable

 

El montaje que se presenta en El Milagro, de jueves a domingo, bajo el título de La dulzura, escrito y dirigido por David Olguín, con las actuaciones de Daphne Keller y Laura Almela y la escenografía de Gabriel Pascal, es un punto de inflexión muy importante en el trabajo que se ha desarrollado en esta entidad teatral, porque Olguín ha decidido expresar, como parte de la presentación del material artístico y temático, uno de los ejes que moviliza este proyecto escénico.

Dice el director y dramaturgo: “Quisimos que la economía de este proyecto, su producción, hacerlo o no hacerlo, sólo dependiera del encuentro de cuatro artistas de la escena mexicana, de una batalla por recuperar las esencias de nuestro legendario oficio. La dulzura es un proyecto escénico que responde a la crisis económica y espiritual que rodea a los escenarios mexicanos de hoy: quiere entender la escena como un espacio privilegiado para hacer preguntas importantes sobre el comportamiento humano. Sólo así, el teatro no estará bajo amenaza. Sólo el teatro puede prevalecer y ser invocado desde su humanidad, desde lo esencial.”

Ambicioso y arriesgado, es un proyecto apretado, poético, con un texto de una profundidad que coloca lo femenino al centro de una reflexión donde la masculinidad está en la disputa por la palabra, la memoria, lo simbólico, el recuerdo, el psiquismo, la etnología, con sus respuestas siempre inacabadas sobre las costumbres y sus respuestas frente al duelo, al abandono (real e imaginado), las identificaciones, los atavismos, la sexualidad, los materiales de la parentalidad y sus disputas, las contradicciones entre las dimensiones distintas de la maternidad.

No hay manera de obviar el tema del padre en la cultura mexicana y Olguín lo actualiza con una enorme destreza verbal, estética, poética. Nada ajeno a la problemática filosófica que todo el tiempo se asoma en nuestros textos canónicos, pero con una solvencia que da la madurez, la edad, las tantas muertes de esa figura tutelar que nuestro dramaturgo carga de muchas maneras. El poder, la muerte y la sexualidad parecen ser los signos de identidad que atraviesan los personajes reales e imaginados en este montaje.

El planteamiento de Olguín sobre lo esencial, lo imprescindible y la necesidad de hacer perseverar el teatro es conmovedor, como advertencia sobre nuestra posibilidad de sobrevivencia cultural y moral. El escritor recurre a los mínimos recursos con los que cuentan cuatro artistas amarrados al teatro como si fueran un puño.

David Olguín refiere que han llegado a este puerto “cuatro artistas de la escena mexicana”. Habría que empezar por Gabriel Pascal, el de más edad y quien viene del horizonte de la flexibilidad autodidacta, pero con una formación rigurosa y poética que le dio su cercanía con Kleomenes Stamatiades, escenógrafo, iluminador e imaginador, que es la tarea heredada. Después vendrían una cantidad de proyectos en los ochenta y noventa que lo han llevado a cumplir sus más de cuarenta años de experiencia. Incomoda y extraña que Gabriel Pascal no forme parte todavía del Sistema Nacional de Creadores de Arte como un reconocimiento, el Premio Nacional de Ciencias y Artes, a una trayectoria ejemplar vivida siempre en la incertidumbre económica, siempre en la independencia y lejos de los beneficios que da una carrera burocrática y el poder de decisión en las políticas culturales, que le han dado un respiro a otros creadores que se han construido su propio reconocimiento.

Más joven que Pascal, Laura Almela (México,1962) es otra de las grandes actrices consolidadas en este siglo y columna también de este proyecto que, en su dimensión escénica, me recuerda tanto esa exposición maravillosa sobre su interioridad teatral en Yo nunca lloro, con el poderosísimo Daniel Gimenez Cacho. Que sea esta la puerta de entrada a La dulzura.

 

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