Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 07 Aug 2022 07:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La promesa de la vaca sagrada

 

Quiso el azar que tres elementos coincidieran en el tiempo de este juntapalabras, dos de los cuales son lecturas y el restante una película: primero fue un conjunto de cuatro textos críticos de Jorge Ibargüengoitia, rescatados por El Cultural de La Razón, en los que el autor de Los relámpagos de agosto hace, como decía el clásico, cera y pabilo de ciertos dramaturgos, directores, actores y, en general, teatreros en activo en los años sesenta del siglo pasado. La segunda lectura fue, en el portal digital La Lupa, de la columna Oficio bonito del incansable/indispensable Víctor Roura, en la que minuciosamente descabeza a una gran cantidad de títeres de la mafia cultural mexicana. Finalmente, la película fue El pacto, del danés Bille August, producida en 2021 y presentada en el Festival de Cannes de este año.

El común denominador de los textos y la cinta es, por decirlo así, el talante radiográfico que las anima, cuyo propósito consiste en exhibir las tripas del que, no sin pompa, suele llamarse mundo cultural, y literario en los tres casos referidos. En sintonía con su proverbial estilo, el guanajuatense ironiza, moteja y se pitorrea de la solemnidad teatrera, que ayer como ahora quiere ver en lo suyo un ejercicio sólo digno de encomio, que no merecería las puyas ibargüengoitianas. Por su lado, el nacido en Yucatán pero avecindado en Ciudad de México es, como acostumbra, duro y directo a la hora de señalar quiénes y cómo erigieron y disfrutaron de su omertá cultural, desde los años cuarenta y hasta un presente porfiado.

A diferencia de ellos, el doble ganador de la Palma de Oro –en 1988 por Pelle, el conquistador, y en 1992 por Las mejores intenciones– en El pacto refiere un caso particular que, sin embargo, es posible tomar como alegoría de algo que ha sucedido, sucede y seguirá sucediendo en el medio literario: que un santón, vaca sagrada o monstruo de la literatura –los apelativos varían en función del sitio y la época– escoja, promueva e imponga a equis autor como el mejor, el más relevante y finalmente, porque ese es el propósito de fondo, como su sucesor en una tarea que deberá repetirse de idéntica manera: llegado el momento, quien haya sido elegido tendrá como primera obligación repetir el procedimiento, perpetuando así un sistema que se autosustenta sin sobresaltos de ninguna especie.

Claro está: se asume que dicho legatario de facto tiene el suficiente talento para heredar ese imperio cultural, más bien pequeño pero no por eso menos codiciable, por vistoso y generador de prestigio y prebendas, pero sucede que la primera y, a veces, única prueba con que se cuenta de dicho talento es la palabra de la vaca sagrada literaria, cuyo dictamen no necesariamente está libre de otras motivaciones, por ejemplo, emocionales, erótico-amorosas o, más a ras de suelo, pecuniarias. Empero, ¿quién querría ponerse con Sansón a las patadas, si la denuncia o el enfrentamiento aparejan el riesgo de ser condenado al ostracismo?

Mejor dejar que las cosas sigan como van; con suerte, ya le tocará el turno a uno. Poco importa que a ese uno, llegado el caso, se le venga el mundo entero en contra, comenzando por su propio yo –es decir, el que era antes de la bendición o, en este caso, “el pacto” con la vaca sagrada–, continuando con su ámbito familiar o amistoso, que lo verá a uno cambiar de modo extraordinario y, conforme el tiempo avance y los premios lleguen, ya ni se sorprenderán de ver en quien uno fue a un otro desconocido pero, eso sí, exitosísimo. Total, hacia dentro se conocen los caminos tortuosos, se sabe de las concesiones vergonzantes, se soslayan las respectivas carencias de talento, que de todo eso se conforman estos pactos y todo parece soportable.

“Harás exactamente lo que yo te indique y, a cambio, te prometo el encumbramiento”: eso le propone Karen Blixen, la escritora-vaca sagrada, al novel poeta Thorkild Bjornvig; nada distinto a lo que otros, en otras latitudes como la mexicana, han escuchado o anhelan escuchar alguna vez.

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