Adiós, Meche Carreño, Adiós…

- Rafael Aviña - Sunday, 07 Aug 2022 07:34 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Repaso, en tono de homenaje, de la filmografía de una actriz mexicana, María de las Mercedes Carreño Nava (1947 2022), cuya reciente partida ha renovado el recuerdo del gran carisma y sensualidad con que llenaba la pantalla y no pocos sueños del público de sus películas en las segunda mitad del siglo pasado.

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En noviembre de 1974, la Dirección General de Cinematografía encargó al cineasta Toni Sbert (Sin salida, Crónica de un amor) la realización de un cortometraje de diez minutos sobre la IV Muestra Internacional de Cine a llevarse a cabo en el desaparecido Cine Roble, debido a las altas expectativas que el evento generaba con títulos como Amarcord, de Fellini, Stavisky, de Resnais, La prima Angélica, de Saura, El exorcista, de William Friedkin, La conversación, de Coppola o Ludwig, de Visconti, entre otras. Con el fotógrafo Jorge Senyal y el entrevistador y actor Pedro Regueiro, Sbert capturó el ambiente snob del momento, con todo tipo de cinéfilos, figuras como Sonia Furió, Gregorio Casals, Enrique Novi o Pilar Pellicer y espectadores en general, que se apretujan y corren por el lobby del mítico Roble, para ocupar un mejor lugar en una época carente de butacas numeradas.

En ese corto, y por unos cuantos segundos, se observa a la perfección la llegada del cineasta Juan Manuel Torres acompañado de Meche Carreño (1947-2022), ataviada con un abrigo de piel color miel y una mascada amarilla, que saluda con su hermosa y franca sonrisa a algunos espectadores que la reconocen. Esos segundos bastan para tener el perfil de una de las mujeres más carismáticas, deseadas y polémicas, en un país como el nuestro donde impera e imperará siempre la hipocresía social y la doble moral, incluso hoy, con la tan celebrada corrección política que no es otra cosa que la llegada de una moral más rancia y una mediocridad cultural que arropa a nuevas e ignorantes generaciones que desconocen y rechazan el pasado…

Pocos meses atrás, en junio de ese 1974, Juan Manuel Torres (1938-1980) iniciaba un breve pero apasionado romance con Meche Carreño, a la que conoció en el rodaje de La otra virginidad. De manera curiosa, Meche y él eran oriundos de Minatitlán, Veracruz. Ella estaba divorciada de su marido y padre de su hijo José, el empresario y fotógrafo José Lorenzo Zakany Almada, que la lanzó al estrellato en los años sesenta. Por su parte, Torres dejó a su mujer Jolanta Garbowska, a quien conoció durante su paso por la escuela de cine de Lodz en Polonia; ella regresó a su patria con la hija de ambos: Claudia Torres.

De ese amor fulminante nacería su hijo Juan María y una escueta pero notable obra fílmica que hizo crecer la carrera de la pareja al narrar con sensibilidad las aspiraciones sentimentales de los jóvenes de su generación, como lo muestran La otra virginidad (1974), La vida cambia (1975), El mar (1976) y La mujer perfecta (1977), todas protagonizadas por Meche: relatos íntimos de gran peso erótico que cuestionaban las falsedades de una sociedad mojigata y reprimida.

Meche y Juan Manuel se separarían en 1979; meses después, él falleció a los cuarenta y dos años en un accidente de tránsito y, en 1988, en un percance similar moría el pequeño hijo de ambos, por lo que Carreño decidió renunciar a su exitosa carrera luego de más de veinte películas…

La inocencia perdida

En el libro testimonial Karentrevistas sin censura… sólo para adultos (FEM, 1980) de Karen Lara, el capítulo dedicado a Meche Carreño viene acompañado de varias fotografías del archivo de Órbita. Escándalo, S.A.; en una de ellas, Meche luce el monokini que la colocó en el ojo del huracán y muestra a una muy joven y vivaz María de las Mercedes Carreño Nava, con cuerpo de adolescente, ojos inquietos, esbeltas piernas e imponente cabellera negra.

De busto más bien pequeño, Meche carecía de la voluptuosidad de Isela Vega y de las caderas espectaculares de Lyn May, o de un rostro fino y delicado como el de Helena Rojo, y de la piel blanca y cabellera rubia de Fanny Cano o Claudia Islas. No obstante, ¿qué permitía que esa chica fuera no sólo amada por la cámara y los espectadores? ¿Por qué fascinaba a adultos y adolescentes, como era este autor, en los años setenta? Por la simple razón de que esa joven de labios provocadores parecía real y cercana. Su sencillez era notoria. Era delgada y morena como cualquier muchachita que uno podía encontrarse en cualquier calle; su boca y dentadura, sin ser de anuncio publicitario, movía a las emociones; su sonrisa contagiaba, su mirada era limpia e inocente, enmarcada en unas bellas cejas oscuras. No en balde, Meche protagonizó un par de películas donde ese candor desataba el morbo de una sociedad hipócrita y enfermiza, temas que manejó con habilidad un realizador audaz y olvidado: Rogelio A. González.

Se trata del inquietante filme La sangre enemiga (1969), inspirado en una novela de Luis Spota, relato de promiscuidad en el interior de una pequeña comunidad de cirqueros ambulantes, con David Reynoso como exalbañil contrahecho y Carreño, hija de una prostituta exmujer de él con la que se ha amancebado, que luego se convierte en la amante de un tendero (Eric del Castillo) que la embaraza y se desentiende, al tiempo que hace el amor con su medio hermano (Juan Miranda), con quien consigue por primera vez un orgasmo.

También está La inocente (1970), que jugaba con el equívoco sexual de la ingenuidad y denunciaba, con cierto morbo, el abuso y el acoso a una menor, con Meche en el papel de una adolescente con retraso mental, violada por unos albañiles, protegida en exceso por su madre (Lilia Michel). De nuevo, el cuerpo de Meche se trastocaba en candente objeto sexual de toda clase de abusadores, tal y como sucedía con una de sus películas de escándalo más afamadas: La choca (1973), de Emilio Fernández, de quien se dice la insultó y abofeteó. Una muy bella Meche Carreño alternó con Pilar Pellicer en este relato selvático de enorme tensión sexual, con el que ambas obtuvieron el Ariel a mejor coactuación y actuación estelar, respectivamente.

Nace una estrella

Por supuesto, la fama de Meche Carreño empezó más atrás. Estudia actuación en la Academia de Andrés Soler y trabaja en montajes teatrales bajo las órdenes de Alejandro Jodorowski y Carlos Ancira, y su matrimonio con Zakany le cambia la vida. Luego de pequeños papeles en El pícaro (1964), La Valentina (1965), Especialista en chamacas (1965) y El barón Brákola (1965), protagoniza Damiana y los hombres (1966), de Julio Bracho, producida por Zakany, sobre un argumento de ella misma. Se trata de una suerte de versión actualizada y pop sesentera de María Candelaria: Damiana, una joven ingenua y sensual vendedora de flores cultivadas por su abuelo (Andrés Soler) en su chinampa de Xochimilco, es descubierta por un fotógrafo de modas (Enrique Rocha) que la filma y fotografía, y el jefe de éste, un millonario (Roberto Cañedo), se entusiasma con ella. Así, empieza la transformación de Damiana en una chica desprejuiciada, que aprende ballet y baile y conduce un automóvil, en un filme idóneo para mostrar su sensualidad.

El domingo 1 de diciembre de 1968, una nota de Cine Mundial comentaba que Paul Newman recibiría un reconocimiento en la Reseña de Acapulco, en medio del escándalo de Fando y Lis (1967), de Jodorowski, la presencia de Roman Polanski y su mujer Sharon Tate y los semidesnudos en las playas acapulqueñas de Meche Carreño, cuya película Andante. Vértigo de amor en la oscuridad (1967), de Julio Bracho, se exhibía en esa Reseña y narraba la obsesión de un célebre pianista por una joven idéntica a su mujer fallecida que encarnaba Carreño.

El tema de No hay cruces en el mar (1967), de Julián Soler con argumento de la propia Meche, era el deseo encarnado en la protagonista, deseada por todos los hombres, incluyendo un cura joven (Juan Ferrara). En Azul (Eclipse de amor) (1970), de José Gálvez, Carreño es una sensual nativa de una isla tropical violentada por unos ridículos hippies, en un filme excesivo que correspondía a la visión de esa época. Y en Novios y amantes (1971), dos relatos dirigidos por Sergio Véjar, Valentín Trujillo es un estudiante que conoce a la bella prostituta a la que Meche daba vida.

Epílogo: Juanga, Morelia…

Hay una escena íntima entre Meche y Helena Rojo muy bien lograda en Los perros de Dios (1973), de Francisco del Villar, escrita por Josefina Vicens. Asimismo, la explotación erótica fue tema de Zona roja (1975), del Indio Fernández. No obstante, sus mejores obras fueron aquellas realizadas por Juan Manuel Torres, donde Meche Carreño aparecía en situaciones fuertes y provocadoras, con varios desnudos que seguían teniendo impacto en el público, con temas como el desamor, el abandono, la virginidad, el aborto, el incesto, el adulterio. Incluso, en La mujer perfecta Meche se autorreferenciaba en el papel de una bailarina y estrella de cine de origen humilde, casada con un millonario celoso y acomplejado. Además de Tres historias de amor, Durazo, la verdadera historia y El día de las sirvientas, Meche protagonizó junto a Juan Gabriel El Noa Noa y Es mi vida, de Gonzalo Martínez Ortega.

Queda para la memoria el sensual y bello baile que ejecuta Carreño, ataviada en un minúsculo y ceñido vestido rojo, agitando su melena y contoneándose con mucho estilo bajo los acordes del tema “He venido a pedirte perdón” con un Juanga que con trabajos le sigue el paso en El Noa Noa. Y queda para mis propios recuerdos una tarde en uno de los festivales de cine de Morelia, hace más de diez años. Tomaba café con colegas como Carlos Bonfil, Luis Tovar y Silvestre López Portillo, cuando de pronto llegaron los amigos y cineastas Julián Hernández y Roberto Fiesco acompañados ¡por Meche Carreño! Nos paramos a saludarla. Yo no cabía de la emoción, ella incluso se sorprendió de la admiración que provocó. Fue amable, sencilla, sin ningún aire de diva o de la figura que seguía siendo. Me guardo esa bellísima sonrisa, esa mirada limpia e ingenua, su capacidad de asombro, su espectacular color de piel y su trato afable y cordial con el que nos dijo adiós. Adiós, Meche…

 

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