La guerra capitalista, una máquina caníbal

- Miguel Ángel Adame Cerón - Sunday, 31 Jul 2022 07:35 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La guerra es la acción de violencia exacerbada de miembros de un grupo que lucha contra miembros de otro grupo. Así la guerra, a diferencia de los asesinatos individualizados, es un proceso colectivo, y en ese sentido es provocada y realizada debido a factores sociales e históricos y no producto de instintos, genes, agresividad innata o naturaleza dada en nuestra “sangre”. Así, como confrontación armada socialmente sancionada, pactada y aprobada institucionalmente, se remonta a la época neolítica. Los períodos de intensificación de las guerras y, por ende, del aumento de las evidencias, aparecen en las épocas de las primeras civilizaciones estatales y urbanas, en las que ya hay cuerpos especiales de guerra y represión (ejércitos, policías), y en las cuales existen más motivos de disputas por causas territoriales, de control de rutas y de expansión en búsqueda de logros tributarios, de esclavización, de recursos y de dominios.

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En los 6 mil años de historia de las sociedades con Estado, se han desarrollado las luchas entre Estados, entre clases y de sectores de clases; siendo éstas el motor contradictorio de la historia. Tenemos que desde ese entonces han sucedido más de 15 mil destructivas guerras, grandes y pequeñas, no incluyendo incidentes de fronteras, revueltas menores y golpes de fuerza; muchas de ellas dentro de la era capitalista, en la que se han librado las tecnológicamente más devastadoras y mortíferas –destacando las dos guerras mundiales del siglo XX– debido a la sofisticación de los arsenales armamentísticos y al hambre sanguinaria de ganancias y de poder que caracteriza este sistema. El hecatómbico lanzamiento de dos bombas nucleares sobre ciudades japonesas en agosto de 1945 así lo atestigua. Desde el final de la segunda guerra mundial hasta la década de los setenta estallaron más de cincuenta conflictos, lo suficientemente violentos y sangrientos para ser considerados como guerras mayores. Ha habido también, aproximadamente, otras setenta revueltas, guerras civiles, represiones y sublevaciones. En ese período no hubo un solo año sin guerras.

A pesar de los movimientos pacifistas que aumentaron a raíz de la guerra de Vietnam (1959-1976) y confluyeron con los movimientos contraculturales, feministas y antinucleares con las consigna central del “paz y amor” (peace and love), desde la segunda mitad de los años setenta hasta el fin del siglo pasado hubo otras sesenta guerras y conflictos armados. Según el Armed Conflict Survey, en 2021 había 338 conflictos armados localizados en seis regiones (Medio Oriente y Norte de África, Asia, Asia-pacífico, Europa y Eurasia, América y África Subsahariana); 150 de ellos de mayor envergadura.

Pero, como ya se mencionó, la era capitalista ha sido la que ha engendrado las peores guerras, así como en la actualidad los más espeluznantes armamentos de destrucción en toda la historia humana. Por ello, las amenazas de guerra entre países imperialistas actuales son las más terribles en cuanto a su alcance y su factible materialización en guerras terminales. En efecto, el imperialismo capitalista en su funcionamiento y su propaganda ideológica como confrontación entre grandes potencias ha sido una pesadilla histórica: los armamentismos, chovinismos, racismos, nacionalismos, religiosismos, nazismos y fascismos que ha fabricado y sigue fabricando lo demuestran.

Georg Lukács consideró a Friedrich Nietzsche como el primer exponente moderno (finales del siglo XIX) de la filosofía irracionalista, que va a impulsar los ánimos del sector intelectual burgués alemán proimperialista a levantarse frente al declive político-ideológico y moral que ya se percibía después de la aparición en la escena política de la clase proletaria, que cuestionaba radicalmente el papel supuestamente progresista de la burguesía. Nietzsche claramente opta por alentar los valores superiores del burgués superhombre frente a las masas, del señor frente a los hombres débiles, etcétera.

El guerrerismo y el disuasionismo de Nietzsche y Kennedy

En Así hablo Zaratrusta (1885), Friedrich Nietzsche dice sobre la guerra: “Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz breve mejor que la larga. No os aconsejo el trabajo, sino la lucha. No os aconsejo la paz, sino la victoria.” En El ocaso de los ídolos (1889) reafirma su incitación guerrerista de la siguiente manera: “Incluso en el terreno político, se ha vuelto hoy más espiritual la enemistad, y también más inteligente, más reflexiva, más indulgente. Una creación nueva, en especial, como el nuevo Reich, precisa más de enemigos que de amigos: sólo se siente necesario y sólo llega a ser necesario, frente a su antítesis. Cuando se renuncia a la guerra se renuncia a la vida grande.” Los ideólogos del hitlerismo y, en general, los autoritarismos imperialistas de los siglos XX y XXI, no hay duda, retomaron ese posicionamiento.

Pero Nietzche es también el diseñador moderno de la disuasión armamentista cuando insiste que solamente se puede “descansar” cuando se dispone de armas. En When war comes, escrito en 1972, Martin Caidin avala la política de disuasión del enemigo que planteó John F. Kennedy en 1961; disuasión que sigue los lineamientos nietzscheanos y que en la crisis de los misiles de 1962 llegó al punto más álgido de peligrosidad. La proclama de Kennedy decía: “Sólo disuadiremos a un enemigo de atacarnos nuclearmente si nuestro poder de represalia es tan fuerte y tan invulnerable que lo convenza de que será destruido por nuestra respuesta.”

Estados Unidos, el armamentismo y las guerras interimperialistas

Desde que se convirtió en el país hegemónico a partir de la primera guerra mundial, Estados Unidos desarrolló no sólo una política imperial neocolonialista, sino que emprendió una carrera armamentista sin igual en la historia, pues su industria fue impulsora de su poderío económico, a la manera de innovaciones tecnológicas de vanguardia, como las cibernéticas; en tanto exportadora de artefactos militares cada vez más letales, hizo que fuera una de las industrias clave de su gran acumulación capitalista nacional y, por ende, nodo del capitalismo mundial. Se enfrascó, pues, en la competencia armamentista contra la Unión Soviética durante todo el período de la guerra fría, siendo los armamentos nucleares el eje de dicha carrera terrorífica y llegando hasta la actualidad con Rusia, ahora con el espectro destructor diversificado con armas digitales, de inteligencia artificial, satelitales, drónicas y también químicas, biológicas y microbiológicas (posibles causantes de epidemias y pandemias de los últimos años).

Recientemente, el enemigo central de Estados Unidos en términos de poder económico, tecnológico y político, es China. Así, John Staton ha calificado a Estados Unidos como el gobierno guerrerista supremo, enfrascado en guerras permanentes o, mejor dicho, en una guerra total perenne, contra todo lo que considera conquistable, aprovechable, explotable, dominable y enemigo de sus intereses nacionales y globales como expansionismo imperialista, y que amenace con escapar a su control.

La máquina de guerra caníbal y Ucrania como preconflagración nuclear

Es el orden militarista del capitalismo el que destruye y devasta tejidos de la naturaleza y lo social, concretamente a personas (explotación, expulsión, sufrimiento, sacrificio), el que debe ser considerado, como dice Neil Whitehead, “[una] máquina de guerra caníbal que consume a personas y ecologías” mediante formas de producción de mercancías y de plusvalores, y que se aprovechan de la creación sistémica de caos social y su reordenación mediante la violencia y la destrucción, impuestas por unas fuerzas armadas de alta tecnología y por disciplinas de emergencia y gestión pandémica y seguridad nacional. Esa maquinaria canibalesca está promocionada conscientemente por las mentes militaristas encarnadas en ideólogos, dirigentes, gobiernos, militares y policías a escala planetaria, y entra en un imaginario social y cultural global que reproduce sin cesar las hazañas violentas de los militares, los policías y los criminales.

La bestia militar capitalista ha vuelto a abrir en 2022 sus fauces en la guerra directa que Rusia inició contra Ucrania, tratándose de una confrontación indirecta entre la OTAN, comandada por Estados Unidos, contra Rusia (y China). El mismo papa Francisco advirtió que con esta guerra interimperialista “se ha declarado la tercera guerra mundial”. La gran cantidad de armas y recursos que han invertido los países “occidentales” involucrados para armar y usar al ejército y la población de Ucrania como carne de cañón en el enfrentamiento con el poderoso, despiadado y derrochador ejército ruso, ha sido muy evidente: proporcionando armamentos pesados, municiones y financiando mercenarios. La industria, los militares y los dirigentes rusos se han visto obligados a declarar su disposición a utilizar su arsenal atómico en caso de emergencia, lo cual ha puesto el acelerador sobre el reloj del apocalipsis y ha encendido las alarmas mundiales de una factible conflagración nuclear. Noam Chomsky ha expresado claramente que se trata de una creciente amenaza de guerra nuclear final (el fin de todos los seres sobre la tierra).

El costo humano aterrador que se está pagando por esta guerra en Ucrania está siendo acaparado por las industrias overkillers rusas, alemanas, francesas, inglesas y particularmente estadunidenses; son las compañías caníbales capitalistas que devoran y sacrifican cuerpos, sangres y vidas. Por si esto no bastara, hay consecuencias en el desabasto y consumo alimenticio que provocan y provocarán más desnutrición, hambre y hambrunas, pobreza y miseria en el mundo, especialmente en las poblaciones más desamparadas y vulnerables; todo aunado a la sindemia que nos azota y al “achicharramiento global” (Chomsky dixit), que pone a la humanidad en vilo y en el peor momento crítico de toda su historia.

La proclama de Nietzsche: “Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz breve mejor que la larga”, es también pronunciada y realizada por los think tanks disuasionistas de los gobiernos que, dicen, están “invirtiendo en la paz” con la fabricación y pruebas de armas letales globales.

Antibelicismo y pacifismo aquí y ahora

Lo inmediato son las movilizaciones masivas y permanentes antibelicistas y por la verdadera paz, como lo han hecho activistas frente al Guernica, el histórico cuadro de Picasso, en Madrid, sede de la cumbre de la OTAN (27 de junio). Indudablemente, de lo que se trata es de detener las guerras y todas las armas destructivas, especialmente las nucleares: retirar la espada de Damocles nuclear pendiente sobre nuestras cabezas, colgada del más tenue de los hilos, que puede ser cortado, en cualquier momento, por accidente, por error de cálculo o por demencia de la bestia capitalista y sus encarnaciones. En el pacifismo y el antibelicismo radical consiste la única salvación ante ese automatismo ciego, insensible e inhumano movido justamente por intereses de ganancias capitalistas a toda costa. Estratégicamente es crucial cambiar el mundo para lograr la paz como medio para nuevas paces, que culmine en una paz interminable e infinita como aspiración revolucionaria, humanista y socialista: poner un definitivo fin a todo canibalismo bélico antropófago.

 

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