La cultura de la cancelación y el absurdo de Occidente*

- Marko Tanaskovic** - Sunday, 31 Jul 2022 07:33 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Al prohibir la cultura y a los artistas rusos, Occidente ha llegado al absurdo de asemejarse cada vez más a quienes, a lo largo de la Historia, quemaron libros y prohibieron la difusión y el conocimiento de diversas manifestaciones artísticas y culturales, con el empobrecedor pretexto de las diferencias ideológicas, raciales y étnicas con sus autores.

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Desde el momento en que el ejército ruso entró en Ucrania, hemos sido testigos de intentos cada vez más tragicómicos y extraños por parte de la clase dominante occidental de expulsar y “cancelar” todo lo que tenga algo que ver con Rusia.

Ignorando por completo sus propias frases y disparates sobre cómo no puede haber una “culpa colectiva” de una nación y cómo es necesario separar la política de la cultura y el deporte, Occidente se lanzó indiscriminadamente y sin piedad contra todos los aspectos de la presencia de Rusia en el escenario internacional. Tras la expulsión de deportistas rusos de diversas competiciones internacionales, la exclusión de los flujos bancarios y la prohibición del tráfico aéreo para Rusia, y sobre todo el extraño embargo a los gatos de origen ruso, le llegó el turno a los artistas rusos contemporáneos, y también a los grandes atemporales de la cultura rusa, los cuales, sin muchas explicaciones, se incluyeron en listas negras. Numerosos artistas famosos de música clásica rusa, desde el director de orquesta de la Filarmónica de Múnich Valery Guérguiev hasta la soprano Ana Netrebko y bailarines de ballet del Teatro Bolshoi, han visto canceladas sus actuaciones o han sido despedidos por no querer renunciar públicamente a su país y condenar las políticas de Vladimir Putin.

Si esta estigmatización anticivilizatoria y expulsión de los artistas rusos vivos, por injusta y vergonzosa que sea, pudiera esperarse y predecirse hasta cierto punto, porque Occidente se ha visto gravemente afectado por la furia irracional de la llamada cultura de la cancelación, es difícil encontrar palabras adecuadas para los intentos locos y absurdos de eliminar a los clásicos rusos, muertos hace mucho tiempo, de la comunidad cultural y académica. Debido al hecho de que ya no están en este mundo, ni siquiera se les dio la oportunidad de renunciar públicamente a Putin y así salvar su estatus en Occidente. Así, pudimos llegar a leer que muchas filarmónicas y teatros de toda Europa cancelaron los conciertos y las óperas de Tchaikovski, mientras que la Universidad italiana de Milán ha dejado de lado todas las lecciones sobre Dostoievski. El profesor de literatura Paolo Nori, con expresado pesar, dijo que la expulsión del gran escritor ruso del plan de estudios se llevó a cabo bajo el pretexto “de que en tiempos de fuertes tensiones se quiere evitar cualquier controversia”.

Esta formulación, tal como está redactada, pudo haber sonado exagerada antes, porque se nos ha enseñado que las sociedades occidentales, supuestamente democráticas, se basan en la polémica, el pluralismo de opinión y la libre confrontación de puntos de vista, pero cualquiera que haya seguido, al menos superficialmente, el camino totalitario de estos estados y sociedades por el que van en los últimos años, no deberían sorprenderse por este desarrollo de los acontecimientos. Cabe recordar que los estadunidenses, durante la agresión a Irak, cambiaron el nombre de las papas fritas de French Fries a Freedom Fries, porque estaban enfadados y furiosos con Francia por no estar dispuesta a participar en su aventura militar. El espíritu del macartismo más vampírico y la caza de brujas está vivo allí, y con el tiempo, al parecer, se ha extendido a Europa occidental.

De clásicos a indeseables

Asimismo, la reciente indulgencia en la cultura de desenfrenada destrucción y la eliminación social de las figuras públicas debido a las acusaciones más benignas y a menudo no probadas, es decir, entendidas de manera extremadamente subjetiva y vistas desde la actual perspectiva hipersensible como violaciones de la corrección política, ha llevado a que muchos clásicos occidentales se vuelvan, de un día a otro, indeseables. Así, por ejemplo, el autor de Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, fue condenado como alguien que subyuga los estereotipos raciales en sus obras, mientras que, por razones similares, el clásico cinematográfico Lo que el viento se llevó fue retirado de muchas plataformas de streaming en Estados Unidos. La comprensión e interpretación revisionista de la historia, exclusivamente desde el punto de vista de la teoría racial crítica, provocó verdaderas fiestas destructivas de los partidarios de antifa y BLM durante las cuales, debido a los pecados del racismo y el colonialismo, monumentos de personalidades destacadas como Cervantes, Cristóbal Colón y Winston Churchill fueron destrozados y destruidos.

Ahora es el turno de los rusos de ser cancelados. Las razones pueden ser práctico-políticas y vengativas, pero hay otra tendencia más profunda y de más largo plazo que asoma debajo de la superficie, y es el gradual cambio de sentido del concepto mismo de alta cultura. La alta cultura, a la que ciertamente pertenecen Tchaikovski, Dostoievski y el Teatro Bolshoi, es percibida en Occidente como una preocupación exclusiva de la élite, reservada a una estrecha capa de privilegiados y ricos, y no como algo cuya tarea social es ennoblecer y espiritualmente elevar el mundo ordinario.

Cualquiera que haya pasado un poco más de tiempo en Occidente puede atestiguar que las salas de conciertos, los teatros, los museos, las galerías, los cines y las bibliotecas están en su mayoría vacíos, mientras que la idea de satisfacer las necesidades culturales se ha reducido deliberadamente a un entretenimiento vulgar para las masas. A diferencia de Rusia, donde aún se puede ver a jóvenes leyendo libros en el Metro y en los autobuses, en la mayoría de los países occidentales todo el mundo mira sin parar las pantallas de sus smartphones. La pregunta es si Occidente hoy merece a alguien como Dostoievski y si es capaz de entenderlo e interpretarlo de la manera correcta. Con su ateísmo, materialismo consumista y cruel “culto al éxito”, al que sacrificó la libertad, la compasión por los demás y la verdadera alegría de vivir, el Occidente moderno es una realización monstruosa del mismo futuro que Dostoievski anunció en El Gran Inquisidor.

Desgraciadamente, como allí se leen muy mal los libros serios, pocos han tenido la oportunidad de convencerse de la profundidad, veracidad y contundencia de su visión. No es una coincidencia que muchos desertores literarios de Europa del Este, desde Nabokov hasta Kundera, aseguraran su boleto para ingresar al círculo cultural occidental menospreciando al genial autor de Los hermanos Karamazov. Al tratar ahora en vano de boicotearlo y prohibirlo, estos grandes inquisidores modernos en realidad le están haciendo un favor a Dostoyevski y a su obra, porque ahora, de acuerdo con la lógica de la psicología inversa, aumentarán las posibilidades de que alguien realmente lo lea, en lugar de acumular polvo en las estantes de biblioteca.

En cuanto a Occidente mismo, con este ataque arrogante y bárbaro a la cultura rusa, sólo se pegó un tiro en el pie, destruyendo aún más su hace mucho tiempo dañada imagen liberal y democrática, y estando a un paso de los nazis de Hitler, que quemaron libros por diferencias ideológicas, raciales y étnicas de sus autores. En ese sentido, nosotros, los serbios, tenemos todo el derecho de levantar la cabeza con orgullo, porque durante el bombardeo de la OTAN en 1999, a nadie se le ocurrió expulsar a Shakespeare, Hemingway o Faulkner de las bibliotecas y los libros de texto escolares, o prohibir proyectar películas de Hollywood en los cines o tocar música de jazz en clubes. Gracias a nuestra generosidad y apertura, y no sólo por eso, siempre hemos sido y siempre seremos el mundo, sin importar las “PR campaign” de aquellos que hoy, por el bien de sus intereses geopolíticos, se dan rienda suelta sobre los hace mucho tiempo fallecidos gigantes de la cultura mundial.

 

*Publicado originalmente en Vecernje Novosti.

**Periodista y novelista serbio, autor de la novela La tormenta, una verdadera saga sobre la desintegración de los ideales, la moral y las tradiciones en la sociedad serbia, como una imagen en miniatura de la civilización occidental.

 

Traducción de Jelena Rastovic.

 

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