Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 24 Oct 2021 10:55 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Maestro Cazals

 

Hace nueve días, el pasado 16 de octubre, usted, maestro Felipe Cazals, dejó de estar físicamente en este mundo. Al momento de correr la mala nueva no se mencionó la causa de su muerte; tal vez alguien por ahí ya la haya revelado pero, para ser sincero –y hablaré sólo por mí–, no es que la causa no importe sino que palidece frente al hecho mismo de su ausencia.

Tenía usted ochenta y cuatro años de edad, maestro, y al menos en apariencia había concluido ya su fecundísima singladura en el océano cinematográfico, pues la que ahora sí puede ser llamada su última película, Ciudadano Buelna, la filmó hace poco menos de una década, en 2012, y con ella cerró, para empezar con lo más particular, no sólo el capítulo de la Revolución Mexicana de su filmografía personal –hay que sumar Chicogrande (2009), Las vueltas del Citrillo (2006) y ese inefable primer largometraje suyo, Emiliano Zapata (1969)–, sino el más amplio de corte histórico, que en rigor incluye El jardín de tía Isabel (1971) y Aquellos años (1972), de resultados agridulces por decir lo menos; La güera Rodríguez (1977), sobre la independencia de México; Kino: la leyenda del padre negro (1993), ubicada en el período de la Nueva España, y Su Alteza Serenísima, sobre el tristemente célebre “quince uñas”, el chaquetero político-ideológico Antonio López de Santa Anna, naturalmente del siglo XIX.

Pero no fue sólo todo lo anterior, que no es poca cosa, lo que se ha cerrado con su muerte, maestro Cazals, sino una manera completa de concebir, entender y hacer cine; quiero decir, no un estilo y nada más, ni únicamente una decantación temática reveladora de una clara postura política y sociocultural, que tampoco es poco decir, sino una postura integral frente al fenómeno cinematográfico visto desde todos sus flancos. (Permítame un paréntesis: sé que en este punto puede llegar Sepaquién a decir que lo antedicho no se refleja en las películas de Rigo Tovar o en Desvestidas y alborotadas, por ejemplo, a lo que un servidor respondería que, en efecto, no se refleja pero poco importa, y apelaría a la idea de Jorge Luis Borges cuando afirma que, de todo lo escrito, con que un solo verso perdure ya es más que suficiente. Tendré que alargar el paréntesis por si a Sepaquién se le antoja señalar que mucho de su cine fue realizado con recursos oficiales, como si por eso tuviera irremediablemente menos valor, y diré lo obvio: si ese fuese el criterio, tres cuartas partes o más de la cultura hecha en México, no sólo del cine, al menos desde la Revolución para acá, sería deleznable, lo cual es un despropósito monumental.)

Eso que llamo “postura integral”, maestro Cazals, es lo que nutre y se refleja en las películas que lo llenaron de premios y de justa fama pero, mucho más importante que eso, lo convirtieron a usted en un referente fílmico absoluto, no sólo para los nacionales sino para la cinematografía en su conjunto –y quien lo ignore, peor para él/ella, que en tal caso ni cineastas tendrían derecho a considerarse. Esas películas son, naturalmente, Canoa y El apando, ambas de 1975, Las Poquianchis, de 1976,  Los motivos de Luz, de 1985. Con ellas no sólo deslumbró y estremeció a un público, en aquel entonces, sin costumbre alguna de ver la realidad real desde su arista más dolorosa y urgida de denuncia, llevada a una pantalla grande; por si fuera poco, con ellas marcó una ruta que afortunadamente muchos se apresurarían a seguir, y otros que ya andaban por senderos parecidos, a remarcar.

Por eso le llamo aquí “maestro”, señor Felipe Cazals, porque su mejor cine nació revelador y sutilmente didáctico, y con o sin proponérselo nos ha enseñado –hablo de generaciones enteras– a entender el cine como lo que siempre debería ser: un diálogo entre creador y espectador del que ambos salgan enriquecidos, acerca de las vidas, las historias, las gestas y las ideas que a todos conciernen. Por eso, maestro Cazals, a título personal que de seguro compartirán cientos de miles o millones, permítame expresarle mi más profundo agradecimiento.

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