Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 17 Oct 2021 07:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Edipo matemático

 

Hay quienes, con evidentemente demasiados años de edad, para decirlo con una frase coloquial, siguen pegados a las faldas de su mamá; los hay que prolongan la etapa natural de vivir al amparo paterno/materno a tal punto que los roles familiares poco a poco van volviéndose difusos: de ningún modo vieja, la madre no sólo es “económicamente activa” –dicho sea con esa cruda expresión de las ciencias económicas y sociales– sino una persona con deseos patentes, gustos vigentes y, una vez más dicho coloquialmente, sueños pendientes por cumplir; incluido, por ejemplo y tal vez en primerísimo lugar, el que consiste en atraer y sentirse atrayente, situación que bien puede sucederle con alguien que, con o sin paradoja, tiene más o menos la misma edad que su hijo. A éste, por su parte, aunque no precisamente por su voluntad sino como producto de las circunstancias, está tocándole cumplir un rol que no es ni puede ser el suyo: muerto el padre hace tiempo, idos de la casa los dos hermanos mayores para “hacer su vida”, ambos en el no muy lejano Estados Unidos, de alguna manera él, a sus apenas veintidós años, es la pareja de su propia madre: son los únicos que le dan sentido a expresiones como “núcleo familiar” y “hogar”, y no es que se hagan mucha compañía en sus rutinas cotidianas pero va y viene con ella a donde sea menester, aun a su inexperto e insuficiente modo está al pendiente de ella y, entre otras cosas, en algún momento puede reclamarle por qué no le contó de inmediato que se ha quedado sin trabajo, a lo cual ella puede responderle que el de él, como recepcionista nocturno y velador de un hotel, “ni siquiera es un trabajo de verdad”, en una dinámica que si no es de pareja, lo parece demasiado.

Empero, y siendo justos, no puede afirmarse que veintidós sean demasiados años para seguir bajo el ala materna; más bien es algo que va en función de circunstancias particulares. Las de Néstor (Miguel Narro) y su madre, Lilia (Leticia Huijara), los pusieron a vivir una situación que no puede durar, a menos que alguno de los dos –o ambos– pierda de vista que no existe tal cosa como un edipismo sano. Para su fortuna, ese no es el error en el que están cayendo sino, acaso, en el de prolongar el estado de las cosas un poco más allá de lo conveniente, demora que se deriva, por el lado de ella, del pasmo en apariencia inconsciente en el que se encuentra desde que muriera el padre de sus hijos, cuando los planes hechos tiempo atrás quedaron cancelados –“dijimos que aquí íbamos a volvernos viejos”, evoca ella cuando van a una cabaña en el bosque, ahora semiabandonada, adquirida en tiempos muy distintos y ahora en venta, destinada a ser uno de esos “bienes que sirven para remediar los males”–; demora que, por el lado de él, es simple consecuencia de su comprensible inmadurez, alegóricamente bien reflejada en un problema de las olimpiadas matemáticas en las que participó siendo más joven, que por azar se encuentra en un cuadernillo olvidado en la cabaña y se lleva consigo, para resolverlo y, sin darse cuenta del todo, para preguntarle a su yo interno qué tan cerca o lejos sigue estando de quien era en aquellos tiempos y si, como el lobo del acertijo matemático, está listo para escapar del corral custodiado por cuatro perros, dilema que podrá resolver en términos simbólicos en el diamante beisbolero donde, por cierto, nunca ha sido bueno, y que en el mundo real tiene una única solución factible.

Dirigida por el egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica Jaiziel Hernández Máynez, coescrita con Oriana Jiménez Castro, coproducida con Raymundo Hernández Ramírez, Edgar Nito y Daniel Cabello, y coeditada con Lenz Claure y Arturo Manrique, Días de invierno se presentó en el más reciente FICUNAM y es la prometedora ópera prima en largometraje de ficción de un realizador con buenas hechuras y un discurso propio más que en ciernes.

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