Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 10 Oct 2021 08:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La chispa de la vida

 

El lanzamiento de María para consumo espiritual, ganancia material y afianzamiento político, sólo puede compararse con la campaña publicitaria de la Coca Cola. El mejor ejemplo de la propaganda mariana inicial –por su eficacia persuasiva y por sus virtudes poéticas– es el libro Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, quien apoyado en san Agustín, David, Isaías y los evangelistas canónicos, le echa a María todas las flores habidas y por haber, argumentando que si a poderes vamos ella es la vara de Moisés y el bastón de Aarón, y que en cuanto a gracia, belleza y bondad es la última Coca Cola del desierto. Y eso nomás en el prólogo, porque los veinticinco capítulos –uno por milagro– que componen el libro dejan chirris a la mejor propaganda de los cocacoleros.

Sí. Los versos de Berceo eclipsan los lemas “Buena hasta la última gota” (principios del XX), “La pausa que refresca” (1929), “Disfruta Coca Cola” (años cincuenta), “Todo va mejor con Coca Cola” (sesenta), “La chispa de la vida” (setenta), “Siempre en los grandes eventos” (dos mil), “Open, Taste, Recycle Whit Us”, “Coca Cola se pone la camiseta.” “Juntos por algo mejor”… El ritmo y la métrica de Milagros de Nuestra Señora no le piden nada a las tonadas de The Four Seasons o de The Hillside Singers (Quiero comprarle Coca Cola al mundo), y sus recursos retóricos son más poderosos que las escenas de Santa en trineo, de adolescentes de falda tableada y de osos polares. Ahora bien, sabiéndolo o no, Berceo participó en una jugada de larguísimo alcance, porque subir en el escalafón a María –personaja que en los evangelios es insignificanta y anodina– significó un trascendental quítate tú (Pepsi) para ponerme yo (Coke). Por eso el capítulo final de Milagros de Nuestra Señora deja mal parada a Magdalena –imponente figura femenina de los evangelios–, pues la tirada de la jerarquía eclesiástica era entronizar a Mari desacreditando a Magda, igualando a ésta con otra mujer “liviana”, María Egipciaca, señorona de un canto medieval que a juicio de la Iglesia y de Berceo tampoco se medía al darle vuelo a la hilacha.

Que la inteligencia venal y el genio artístico consigan imponer en el gusto de la perrada productos como una virgen y “las aguas negras del imperialismo”, viene de siempre, pasa por el siglo XIII y no parece terminar en el XXI. De la caverna al supermercado no hay un pequeño paso de individuo ni un brinco de la humanidad en el suelo disparejo de la Luna, no. Lo que hay son ideas, grandes ideas, inventos, grandes inventos y arte, arte grandioso: huellas sublimes que se vuelven mercancía y mercancía que los dominadores hacen tragar a los dominados como chispas de vida. La naturaleza, sin grandes e inmediatas ganancias privadas, parece valer madre. Y el arte que no vende vale menos todavía, porque ni es techo de casa, ni impermeable en aguacero ni pan para el hambre de las penas. Y, pese a todo, lo más inútil, lo menos práctico –botón de rosa, vuelo de libélula, luz de risa, aroma, recuerdo, balcón, tonada, frase– será lo que más y mejor sobreviva a las batallas, a los cataclismos, a los malos gobiernos. Ejemplos sobran: ¿a quién le importa hoy cuál de los dos tarados Bush empezó qué guerra, qué tullidos prógnatas reinaban en el siglo XIII, qué Papa frita mamaba en Roma en el año 1250 o quiénes fueron los genios de la mercadotecnia que convirtieron en el oro simbólico de la felicidad a esa beberecua depredadora del organismo humano y de los ecosistemas?

Posdatas. I. A nombre de la Ciencia y la Libertad, con nombre propio o bajo siglas de órganos e instancias académicas y de organizaciones de investigación científica, gentuza importante apoya a 31 presuntos corruptos que presuntamente acordaron delinquir (ver lamafiadelaciencia.poderlatam.org). II. Sólo un organismo de Estado tuvo infraestructura, personal y poder bastantes para deshacerse en una semana de cuarenta y tres jóvenes: el Ejército comandado por Salvador Cienfuegos. III. 2 de octubre no se olvida.

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