Miles Davis: un jazzista en el ring

- Alejandro Toledo - Sunday, 10 Oct 2021 07:43 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El racismo estadunidense contra los afroamericanos tiene mucha historia y muchos y lamentables ejemplos. Y los ámbitos de la música –sobre todo el jazz– y el del deporte –sobre todo el box– no son la excepción. A medio siglo de 'A tribute to Jack Johnson', de Miles Davis, se recuerdan aquí, junto con otras obras, las condiciones en que se realizó el gran disco y el reciente albúm 'Champions'.

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Extraído de las sesiones para A tribute to Jack Johnson (1971), el álbum Champions (2021, prensado en vinyl amarillo), de Miles Davis, rinde homenaje no sólo al disco original –a medio siglo de su lanzamiento, soundtrack de un documental realizado por William Cayton–, sino además a cuatro figuras del boxeo: Roberto Manos de Piedra Durán, Sugar Ray Robinson, Johnny Honey Boy Bratton y Muhammad Ali. Es un complemento necesario para cifrar esa convivencia compleja al interior del músico entre el cuadrilátero y el jazz, y que tenía acaso como centro las palabras rotundas de Jack Johnson que se escuchan al final de la pieza “Yesternow”, en el lado B del primer acetato (en voz del actor Brock Peters): “Soy Jack Johnson, campeón mundial de los pesos completos. Soy negro, nunca me dejan olvidarlo. Está bien, soy negro. Nunca dejaré que lo olviden.”

Eso crea una identificación inmediata entre las carreras del pugilista, el primer campeón afroamericano en Estados Unidos pese a las protestas de la comunidad blanca y los intentos por arrebatarle el título (como en aquel encuentro de 1910 con James J. Jeffries, quien fue bautizado entonces como “la gran esperanza blanca”), y el también arduo camino de Miles Davis en una sociedad que solía maltratarlo. Es significativa aquella anécdota ocurrida en agosto de 1959 a las afueras de un club en Nueva York, el Birdland de la calle Broadway (donde se presentaba con su sexteto), cuando Miles salió a dejar en un taxi a una mujer y aprovechó para tomarse un respiro. Fue abordado por unos policías. Uno le pidió que circulara. Miles le dijo que ahí trabajaba.

–Se cree un tipo listo. Si no circula lo arrestaré.

–Adelante, arrésteme.

Así cuenta la conclusión del episodio Ian Carr en Miles Davis: la biografía definitiva: “Mientras Miles tenía la atención ocupada en el primer policía, otro se acercó por detrás y le dio un golpe brutal en la cabeza con una porra. Miles, cubierto de sangre por las heridas de la cabeza, fue trasladado a la cárcel y le confiscaron la licencia temporal para trabajar en cabarets. Los músicos no podían actuar en Nueva York sin esa licencia. El jaleo había atraído a un grupo de personas que llenaron la acera y bloquearon el tráfico, y más tarde se reunió una multitud en la puerta del Distrito 54, donde tenían a Miles. Le obligaron a pasar la noche en prisión y al día siguiente lo liberaron con una fianza de mil dólares. Recibió cinco puntos de sutura en la cabeza,  y posteriormente dijo: ‘Me golpearon la cabeza como un tam-tam.’ Un testigo presencial comentó: ‘Fue lo más horrible y brutal que he visto. La gente le gritaba al hombre que no matara a Miles’.”

En efecto: como Jack Johnson, Miles Davis era negro. Nunca dejaron que lo olvidara. Y él, como gran músico y transformador del jazz, tampoco dejó que lo hicieran.

Los ritmos de la pelea

Otro punto, además del tema racial, es que Miles Davis era practicante y espectador entusiasta del boxeo. En la portada de Champions se le ve con el torso desnudo, sudoroso, sentado en el banquillo en su esquina, los brazos estirados descansan sobre la cuerda alta, como a la espera de que se inicie el siguiente asalto. Probablemente esa foto fue tomada en el gimnasio Bobby Gleason, del Bronx, al que Davis era asiduo. Si hemos de hacer caso a la película Miles Ahead (Don Cheadle, 2016), en el sótano de su casa tenía el músico una galería con fotos de boxeadores y un buen costal de piel para ejercitarse.

Al arranque del filme, Miles Davis observa en el televisor la pelea Johnson-Jeffries y vemos el golpe de zurda que derrumba a la esperanza blanca en el round quince y los siguientes izquierdazos cuando intenta levantarse. El escritor Jack London, quien cubrió el encuentro para el New York Herald, relata así ese momento: “El asalto decimoquinto fue el penoso final. En él probó Jeff por primera vez la amargura que otros habían probado de sus puños. Él, que nunca había sido noqueado, lo fue repetidamente. Él, que nunca había sido eliminado, fue eliminado por nocaut. No importa la decisión técnica. Lo eliminaron por nocaut. Eso es todo. Ignominia de ignominias, lo noquearon con el puñetazo que creía que Johnson no poseía, el izquierdo, no el derecho” (El combate del siglo).

Según London, en la arena de Reno, Nevada, la gente gritaba:

–¡Que no lo noquee el negro, que no lo noquee el negro!

Después de ese arranque, en Miles Ahead, el tema boxístico evolucionará, en una cinta inusual sobre un músico, con escenas de persecuciones en auto y tiroteos en Nueva York, pleitos callejeros y conyugales o visitas a distribuidores de cocaína, cuando Davis (interpretado por Don Cheadle, quien además dirige) y un reportero de Rolling Stone (Ewan McGregor) irrumpen en la arena Cathedral que tiene esa noche una función boxística, y alternativamente parece que hay, en efecto, un duelo entre púgiles (blanco contra negro) en el ring o, en el mismo espacio, entre las cuerdas, se ve ahí instalada la vieja formación de Miles de los años cincuenta interpretando uno de sus éxitos de entonces. Son dos Miles Davis en la escena: el que empuña una pistola en el ringside, en el intento por recuperar unas grabaciones que le fueron hurtadas, y el de arriba en el cuadrilátero, más joven, dirigiendo a sus músicos.

Es un delirio fílmico (afortunado) en el que jazz y boxeo se funden. Se diría que el peleador, como el ejecutante, busca los ritmos de la pelea e improvisa (golpes arriba y abajo, combinaciones de jabs y uppercuts, volados de izquierda o derecha, ganchos al hígado, fintas y movimientos de cintura…) para llevar la batalla a buen término. A propósito de esto (en el documental Miles Electric: A Different Kind Of Blue, Murray Lemer, 2004), dijo Carlos Santana: “En la música de Miles la última nota lo es todo, es como dar jab, jab, jab y luego el golpe final”.

Es ese jabeo continuo, precisamente, al que llega Miles Davis en las sesiones para A tribute to Jack Johnson, realizadas entre abril y junio de 1970 (con Steve Grossman en el saxofón soprano, Herbie Hancock en el órgano, John McLaughlin en la guitarra eléctrica, Michael Henderson en el bajo eléctrico y Billy Cobham en la batería, más otros como Keith Jarrett o Bennie Maupin, que iban y venían), de las que surgió el disco de 1971, el mismo que permanece en la compilación amplia de lo que se trabajó en esas jornadas (hecha a disgusto del productor original, Teo Macero)… y es el jabeo jazzístico-pugilístico que resurge, ahora, cincuenta años más tarde, en el vinyl Champions.

La danza del ring

Habría que hacer el experimento de colocar alguno de estos discos de Miles Davis en el tornamesa de un gimnasio y dejarlo como fondo mientras los practicantes se ejercitan en los rounds de sombra o se enfrentan al salto de cuerda, los golpes a la pera y el costal o el manopleo con su entrenador. Los haría ponerse a ritmo, me parece. O también, en un sábado de boxeo televisivo, silenciar a los ruidosos cronistas y seguir una pelea estelar con A tribute to Jack Johnson o Champions a todo volumen.

Luego de asistir tres veces a funciones de pugilismo en el Frontón, Salvador Novo lanzó la propuesta (“Algunas sugestiones al boxeo”) de colocar por ahí una orquesta oculta para darle sentido musical a la danza de los peleadores. Y pensó en Wagner. Más afortunado sería, ahora, situar en un espacio cercano al ring a un sexteto jazzístico y pedirle que interpretara o reinventara (porque el jazz, como el boxeo, se basa en gran parte en la improvisación) algo de lo que Miles Davis creó para ese deporte.

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